Relato: CRÓNICA DE UN SUICIDIO POR EMPAREDAMIENTO (Cecilio Gamaza)

por José Luis Pascual

Absurdo el título, ¿verdad? Escribiendo fui siempre mediocre, pero para los títulos patéticos tenía un don. Este tiene su explicación, porque básicamente es eso de lo que habla, y además basado en un hecho real, como ya habrás o habréis descubierto.

Se le buscará otra oscura explicación, pero háganme caso, es suicidio, por muy extravagante que parezca.

Para hacer esto solo me hizo falta tener conocimientos básicos de construcción, y de eso sabía algo. Antes de nada, para que no quede duda, explicaré un poco el proceso. Compré el material suficiente para construir una pared como la que habéis encontrado, me aseguré que no me faltara de nada, hubiese sido frustrante y hasta ridículo dejar el trabajo a medias. Coloqué el mortero y los bloques a este lado. Cogí papel y bolígrafo de sobra, varias linternas y bastantes pilas, para no quedarme a oscuras. Dudé si debía coger agua, hay tres formas de morir emparedado, por asfixia, por hambre y por sed. La primera no entraba en mis planes, si quiero escribir sobre mi muerte, la asfixia acortaría demasiado los plazos. Mi duda era si mantenerme hidratado o no.

Hace un momento he colocado el último ladrillo tapando con mortero la ranura que queda en el techo y he quedado totalmente emparedado.

Siempre me gustó la soledad, pero ahora la siento de otra manera. Aún puedo golpear las últimas hileras que no han fraguado, pero estoy totalmente convencido. Coloqué unos cuantos ladrillos formando un banco sobre la pared de enfrente y ahí me he sentado. Por los pequeños orificios, que he dejado de vez en cuando para que entre aire, se cuela una leve claridad. He apagado la linterna y agujas de luz han atravesado la oscuridad desde los agujeros hasta la pared donde me apoyo. Me he arrepentido de no dejar las persianas de la casa cerradas.

He vuelto a encender la linterna y las agujas volvieron a convertirse en pequeñas manchas. La he vuelto a apagar y a encender. Es divertido.

Miré las libretas, reuní varias, sabía que no las gastaría todas, pero es mejor que sobren a quedarme sin papel. Cogí la primera y empecé a escribir. Y aquí estoy, haciendo una crónica de mi muerte. A partir de ahora iré contando a modo de diario el proceso.

I

No sé cuánto tiempo llevo, decidí no traer reloj, pero he tocado el mortero y está seco, así que supongo que han pasado varias horas, ya no hay marcha atrás. No he podido evitar la tentación de mirar por uno de los orificios. Se ve el salón. Entra luz desde el ventanal, por el tono creo que pronto será de noche.

Tenía mucha sed, pero solo he bebido un pequeño trago, tengo una botella y tendré que racionarla. Algo de lo que me he arrepentido es de no haber traído, al menos, un cojín; estoy muy incómodo. Mucho.

De momento debo tener paciencia, tardará tiempo en llegar el final, mi final.

II

Me he quedado dormido. Es de noche, pero la oscuridad no es total, por el ventanal entra claridad y se cuela dentro con discreción.

No puedo evitar imaginarme el exterior. El cielo despejado con luna llena, o casi llena. La noche templada. Las hojas de los árboles, apenas mecidas por una brisa inapreciable. ¿Habrá personas fuera? Seguro que alguna. ¿El vecino de enfrente paseando con su pastor alemán? ¿La hija del farmacéutico llegando de estudiar? ¿El dueño del bar “La barca” que suele cerrar temprano? ¿Me echará alguien de menos? Seguro que no.

Tengo miedo, no sé por qué ni de qué, pero lo tengo. Me he despertado intranquilo. Siempre he sido un cobarde. Es más, mi cobardía es la que me ha llevado hasta aquí, a la soledad más extrema, aquí nadie me juzga.

Tengo sed y hambre.

No he contado ciertas cosas que probablemente os preguntéis. Vivo solo en un unifamiliar, nadie me echará de menos durante algún tiempo. Llegado el momento, espero que el suficiente, terminarán viniendo a mi casa a buscarme. Al entrar en mi salón, encontrarán en la pared del otro lado, escrito con letras grandes, “Estoy ahí dentro”, con una flecha señalando hacia aquí. Sé que resulta todo muy extravagante; es mi intención.

Llevo toda la vida pasando desapercibido, mi muerte no será igual.

Tengo hambre. He dado otro trago al agua, quizá demasiado grande, y sigo con sed.

III

He vuelto a quedarme dormido. Al despertar he notado algo que no me cuadra. No conté los agujeros que dejé en la pared, pero juraría que falta uno. Hay siete. He examinado la pared y he descubierto algo extraño. Había un hueco, un supuesto orificio de los que dejé, que parece que estuviera tapado desde fuera. Alumbré pero no conseguía ver qué podía ser. Le introduje un bolígrafo, me costó un poco, pero lo que sea cayó al otro lado. Eran ocho.

¿Qué demonios era eso? ¿Y cómo había llegado allí?

Me quedé un rato quieto, mirando por el agujero. No podía haber nadie en la casa, solo mi hermana tiene llave, y vive fuera. Confío en que venga cuando haya pasado demasiado tiempo sin saber de mí.

Quizá es algún insecto.

Nunca he tenido tanta hambre, en teoría llevo unas veinticuatro horas sin comer.

He bebido agua, demasiada otra vez.

Qué despacio pasa el tiempo. Echo de menos mi reloj.

IV

Hay seis agujas, no puede ser.

Me he quedado dormido tumbado en el suelo, la linterna estaba apagada, y he visto seis agujas, seis. Cogí la linterna y comprobé que no funcionaba. Encendí otra. Las agujas volvieron a desaparecer. Me acerqué a la pared para buscar los orificios. Cogí el bolígrafo y empujé otra vez lo que sea que los tapaba.

¿Qué era?

No entraba en mis planes de suicidio pasar miedo.

Juraría que una de las manchas de luz ha parpadeado.

Será uno de los insectos que los taponan. Pero, ¿qué insectos? Las persianas las he dejado medio levantadas, pero los cristales están cerrados. Habrán entrado por cualquier ranura.

Es difícil de explicar lo que siento, me comería una de las libretas. He oído hablar de lo que una persona puede llegar a hacer por hambre y ahora mismo no me sorprendería nada que termine comiéndomelas. Menos mal que compré de sobra, porque no creo que tarde en comerme un sándwich de celulosa.

Otra vez he bebido demasiada agua, queda menos de la mitad, apenas un tercio. Soy pésimo con el racionamiento.

Cuando terminé el muro me sentí muy solo, pero ahora mismo tengo la sensación de que no es así. Si no estuviera encerrado a cal y canto (buena expresión) en cinco metros cuadrados, juraría que alguien me observa, casi siento una presencia.

Ha parpadeado otra mancha de luz.

Me estoy sugestionando.

V

Tengo mucha hambre, y mucha sed. Demasiada.

Hace un momento cogí la botella, me temblaban las manos. ¿Por qué no habré traído más? Y pensar que al otro lado de esta maldita pared tengo toda la que quiero.

Ya no me queda ni una gota. Por unos segundos me sentí saciado, satisfecho, pero duró eso, unos segundos. Abrí una de las libretas y no puede aguantar. Tiene un sabor curioso. He ido masticando trozos de papel, despacio, ablandándolos con saliva, la poca que tenía. Ahora la sed es insoportable, sigo con la misma hambre y me duele el estómago. No puedo ser más idiota.

Al meterme el primer trozo de papel me acordé de que no era la primera vez. En el colegio tuve que tragarme un buen trozo. Llevaba tiempo enamorado de una compañera de clase (qué inocente era), y un día me decidí a entregarle una nota con un corazón y nuestras iniciales. Estaba en el recreo escribiéndolo en un escalón, cuando me vieron mis compañeros. Enseguida hicieron un coro a mi alrededor, cogieron el papel y se lo fueron pasando de uno a otro riendo. Me moría de la vergüenza, comenzaron a burlarse gritando mi nombre y el de ella. Les pedí que me lo devolvieran, pero después de dos collejas de “El Gordo” acabé tragándomelo, entre vítores, risas y abucheos.

Estoy llorando. De verdad que no puedo ser más idiota.

VI

Estoy asustado, pegado contra la pared y con todas las linternas encendidas. He eliminado cualquier rincón de sombra. Hace unas horas volví a despertar, me había quedado dormido, creo que poco tiempo. Cuando desperté estaba completamente a oscuras. Al principio supuse que sería de noche y que la otra linterna también había fallado, pero la busqué y se encendió. Me acerqué a la pared y encontré los orificios. Estaban tapados. Todos. Volví a abrirlos.

Puse las linternas de forma que los agujeros perdieron el protagonismo y eso me tranquilizó un poco. Cuando los abrí no dejaban de parpadear de un lado a otro, como si alguien… o algo, se dedicara a recorrer el muro por el otro lado una y otra vez. Me asomé por uno de ellos. ¿Hola?, pregunté. Noté algo, no oí nada, pero… no sé, note algo. Me aparté y vi que habían dejado de parpadear. ¡Hola! ¿Quién eres? De nuevo volvieron a parpadear, pero esta vez más rápido, cada vez más rápido. El corazón me latía con fuerza. Desesperado, encendí todas las linternas.

Ahora, algo más calmado, me pregunto por qué me importa lo que haya fuera, y sobre todo, por qué tengo miedo si me he encerrado aquí para dejarme morir. ¿Qué me importa todo, si pronto no tendré ni seré nada?

VII

He vuelto a comer de la libreta, me ha costado mucho tragar, casi me asfixio. No consigo empapar y ablandar lo suficiente. Mientras mascaba pensé que además de los bolígrafos podría haber traído unas ceras, al menos engañaría a la vista. No se me ha dado mal dibujar. Dibujaría una hamburguesa, grande, con queso saliéndole derretido por los bordes, y lechuga y tomate. Y patatas, dibujaría una hoja entera llena de patatas, y ¿por qué no?, dibujaría una jarra de cerveza… cerveza, que me gusta.

Tengo mareos. Me he levantado del asiento de ladrillos y casi me caigo. Me cuesta tenerme en pie.

¿Qué tiempo llevo aquí? ¿Cuánto me quedará?

No puedo dormir, me duele todo. Ahora mismo escribo tumbado en el suelo. He decidido apagar casi todas las luces, he dejado solo una, y los agujeros han vuelto a parpadear, despacio… despacio.

Me duele todo.

 

 

VIII

Me he quedado dormido. Por fin. Y he tenido un sueño raro. Mi compañero de clase, El Gordo, el que me dio los golpes y me “aconsejó” comerme el corazón con las tres letras, estaba en mi casa. Se comía una hamburguesa con una cerveza al otro lado del muro, paseaba pegado a la pared, de un lado a otro. Miraba de vez en cuando por los agujeros y se reía. Con esa inmediatez que solo existe en los sueños, le salieron alas en la espalda, de pronto se convirtió en un insecto. Aparecieron más, muchos, revoloteando por la habitación. Todos tenían la misma cara redonda y antipática, la misma sonrisa grotesca. Uno de ellos se asomó al agujero. Cuando desperté había varios orificios tapados. Los he dejado así. Quizá lo mejor sea que los tape yo mismo. Todos. Y que el hijo de puta del Gordo-insecto se joda. Perdón por esas palabras, pero es que…

Quería quitarme la vida emparedándome, contando el proceso. Quería irme dejando algo escrito que se leyera con suficiente interés. Quería conseguir en mi muerte lo que no fui capaz en la vida. Pensaba hacer una descripción de esta tumba, que la convirtiera en un lugar claustrofóbico, con metáforas geniales. Pensaba ir escribiendo paso a paso mi deterioro físico y mental. Quería, pensaba, y lo único que he conseguido es desvariar con unos insectos y un niño de diez años que ahora tiene más de cuarenta.

No valgo para esto.

Creo que voy a comer sopa de letras… No sería la primera vez.

Me comería mis propias palabras, literalmente.

Ja, ja, ja.

 

 

IX

He estado dudando, no he podido evitarlo. Podría no contarlo, pero qué triste de mí, si ni en este momento fuese sincero. Me he arrepentido. He cogido la paleta con la que he hecho el muro, me he acercado y he intentado raspar con ella el mortero para salir de aquí. Lo único que he conseguido es hacer una pequeña marca. Al volverme me he caído. Me he clavado un trozo de ladrillo en la palma de la mano y he sangrado. Miré ese líquido espeso y oscuro. La sensación de sed se intensificó.

La sangre tiene un sabor extraño. Siempre me dio asco cuando veía a mis amigos chuparse alguna herida. Yo nunca fui capaz de hacerlo. Ha sido un sabor nuevo para mí.

Ha dejado de sangrar. Es una herida grande, seguro que me hubiese dejado una buena cicatriz.

 

 

X

Me ha dado un ataque de nervios, de pánico más bien. No sé de dónde he sacado las fuerzas, pero me levanté, cogí uno de los ladrillos y me puse a dar golpes al muro, y a gritar.

¡Ayuda! ¡Socorro!

¡¿Hay alguien?! ¡¿Quién eres?!

¡Sé que estás ahí! ¡Sácame de aquí!

¡Por favor!

He gritado con todas mis fuerzas, y he derramado todas las lágrimas que me quedaban.

 

 

XI

Las manchas siguen parpadeando. Estará esperando a que me muera.

Con los golpes la sangre ha vuelto a brotar; ya no me da asco.

No sé cómo describir el hambre y la sed que tengo. Si los ladrillos pudieran masticarse me los comería. He lamido uno.

Me cuesta moverme. Me cuesta respirar.

Me queda poco.

 

 

XII

SÍ QUE TE QUEDA POCO, TE ESTÁS MURIENDO, PERO NO DEJARÉ QUE TE VAYAS SIN QUE CUENTES LA VERDAD. JA, JA, JA. POBRE DESGRACIADO. CUENTA POR QUÉ ESTÁS AQUÍ.

¡Yo no he escrito esto!

No estoy solo. Hay alguien aquí dentro, está en una esquina. Me mira y sonríe, lo sé, no puedo verlo bien. Pero lo noto.

No me atrevo a alumbrar con la linterna. Tengo miedo, no deja de mirarme.

Yo no he escrito eso. Cogí la libreta y ahí estaba. Además, no es mi letra… y no estoy loco. Ha sido él, seguro.

Tengo sed. Mucha.

He abierto la herida un poco. Ha brillado un pequeño punto oscuro.

 

 

XIII

 TIC TAC

TIC… TAC

TIC… … TAC

TIC … … …

CUÉNTALO. NO SEAS COBARDE.

No necesito que me recuerde que se me acaba el tiempo.

Echo de menos mi reloj.

Se acerca. Ahora está detrás de mí. Noto su aliento en mi nuca, oigo su respiración. Estará leyendo lo que escribo… ¡VETE AL INFIERNO! ¡VUELVE!

 

 

XIV

TUS DESEOS SON ÓRDENES, PERO TÚ VIENES CONMIGO, JA JA JA.

CUENTA LA VERDAD, CUÉNTALA. CUÉNTALA.

¡Déjame!

Ya no puedo más.

Me he arrastrado un poco hacia donde están los restos de ladrillos partidos y he cogido un trozo con un filo que corta como un cuchillo. Ahora que sé a qué sabe la sangre, y que el hambre y la sed me están matando…

Escuece, duele.

Los cinco metros parece que han encogido. La libreta, el bolígrafo, la luz de la linterna, el trozo de ladrillo manchado, y yo. Y él.

Hace tiempo que no veo las agujas.

Perdonad por las manchas, espero que no tapen alguna frase, pero no me da tiempo a tragar toda la sangre. Creo que me he hecho el corte demasiado profundo; la muñeca me duele mucho.

Me gusta, está caliente y espesa. Sabe a… no sé describir a qué sabe, pero me gusta. Tengo sed.

Han aparecido los agujeros de nuevo, los ocho. Y el Gordo y los demás están comiendo trozos de papel; ya no se ríen de mí. Y mi vecino de enfrente con su pastor alemán, mirándome sin esa cara de desprecio. Y la hija del farmacéutico, sonriéndome. Y el dueño del bar “La barca” me ha saludado. Me echan de menos. Están todos. Todos. Todos me leerán.

Hay mucha gente, pero él también, y no se irá, ha venido a vengarse, lo sé. Sé quién es, es él. Viene a por mí. Creí que lo dejaría al otro lado del muro. Huir de tus propios fantasmas; soy idiota.

Estoy escuchando golpes y voces. El muro está temblando.

Perdonad las manchas, pero   no   se   para.

No   puedo     m

HUY, POR POCO. BUENO, COBARDE, TE SALISTE CON LA TUYA. BIENVENIDO.

Cecilio Gamaza

Cecilio Gamaza Hinojo, (Medina Sidonia, Cádiz. 1978). Apasionado del relato corto, de los que tiene escritos una buena colección de diferentes géneros. Ha publicado el recopilatorio “La maldición de Kafka” y un pequeño libro con el relato largo "El payaso". Ha participado en varias antologías como “ 14 cajas sin cierre”, y ha colaborado en varias webs y revistas.

2 comentarios

Carlos julio 18, 2020 - 1:04 am

Un relato magnífico. Me ha mantenido en tensión y me ha metido completamente en “el sitio”. Brutal.

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FRANKY julio 27, 2020 - 8:16 pm

Un gran cuento, todo muy bien coreografiado, fantasmas y palabras. Me encanta. Y un suicidio que se suma a los suicidios ejemplares de la historia de los suicidas, esa maravillosa raza a la que no podemos pertenecer hasta que dejamos de ser proclives a pertenencia.

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