GUILLERMO DEL TORO: LA MARAVILLA DE LO OSCURO

por Carlos Ruiz Santiago

Cuando era pequeño, tenía una costumbre un poco rara. Me gustaban los dinosaurios, me siguen gustando de hecho, así que mis padres me compraban juguetes de todos los tipos: coloridos, con garras y colmillos. A mí me gustaba jugar con ellos pero, sobre todo, me gustaba que mi padre se pusiese a jugar con ellos, en una suerte de documental eterno en el que luchaban y se movían y escapaban y sobrevivían mientras yo observaba absorto. Siempre me han gustado las historias, los cuentos. Siempre me ha gustado observar, aprender, ensimismarme en esas ficciones que tienden a destacar por cómo son narradas.

Este, amigos, amigas y demás criaturas de los abismos primigenios, es un artículo para hablar de mi director de cine favorito, del narrador de cuentos definitivo: el insuperable mexicano Guillermo del Toro. Aunque, más que de él (como ya es costumbre por estos lares), vamos a hablar de su estilo, de lo que lo hace único y especial.

Decir que todas las obras de del Toro tienen un aire a fábula no es ser especialmente innovador. En todas se puede respirar polvo de hadas, se pueden oler las páginas amarillentas de un tomo viejo, leído un millar de veces. Es algo en esa atmósfera, en esa manera de contarnos lo que sucede, de mostrarnos la historia. Por qué todo esto sucede es un poco más complicado de discernir.

En mi opinión, no es un elemento clave sino infinitud de detalles lo que define este estilo tan particular. Uno de ellos, por ejemplo, son los niños. Siempre hay niños en las obras de del Toro, y funcionan como una pieza central de un modo u otro. El niño de los zapatos en Mimic, la maravillosa Ofelia en El laberinto del fauno, Carlos en el Espinazo del diablo. Incluso en obras donde esto es menos evidente, los niños están ahí. Por ejemplo, en Hellboy, con ese Anug Un Rama crecido a ritmo de vértigo pero que sigue con la debacle de un crío (peleas con los padres, no saber cómo enfrentarse a un destino incierto, la falta de guía sin su padre, el comportamiento tendiente a impulsivo, …) o en La forma del agua, con esa criatura pisciforme de inocencia solo al alcance de un niño o que, de algún modo, nos remite a esa época en ciertos aspectos (en otros, no tanto, aunque a eso vamos luego).

¿Por qué niños, entonces? ¿De dónde viene esta obsesión? Muy sencillo, los niños conservan intacta una parte que algunos han perdido o se les ha quedado adormilada conforme crecen: la fascinación. Hay algo en los cuentos que no se puede explicar, un halo de magia que a los adultos echa para atrás. Esto del Toro lo sabe, así que nos hace empatizar con unos personajes que tienen algo de ese niño, cuando no todo. Nos hace caer en sus garras y verlo con sus ojos y reír y sufrir como solo ellos pueden.

No obstante, no solo de personajes va la cosa. Un personaje donde afloran esos sentimientos, que para nada diría que son infantiles, no es suficiente. Del Toro tiene que jugar con el espectador porque su cine es, aunque a veces no de forma exclusiva, para adultos. Él pretende sacar a flor de piel eso que tenemos dentro, por lo tanto no juega exactamente con las mismas herramientas con las que lo haría alguien que escribe un cuento infantil. Y aquí es donde entra el contexto. Los escenarios en los que del Toro mueve a sus personajes son lo más desagradable imaginable: la Guerra Civil Española, un complejo militar de alta seguridad, una invasión de alienígenas gigantes, la primera y última venida de un dios demonio que yace congelado en el espacio exterior… Con tonos más o menos serios, del Toro siempre mantiene un aura tenebrosa que lo rodea todo, algo que nos sitúa los pies en la tierra y que nos ayuda a contextualizar todo eso que vemos. Un puntito de oscuridad para que la luz brille más. En esto también podrían entrar los villanos, que desde Rasputin a Vidal, pasando por Strickland, Nuada o Nomak, siempre son temibles e implacables. Una capa de realidad sobre los cuentos los hace, de algún modo, más bellos, más fantásticos y evasivos.

Ofelia y el fauno, por Unita Nighroud

Un ejemplo que creo que viene al dedo es con la cinta La cumbre escarlata. La protagonista repite muchas veces lo mismo: «Esta es una historia con fantasmas, no de fantasmas». Esta cinta se vendió mal, precisamente porque los productores no echaron cuenta a esa frase en concreto que es el elemento central. Porque, si os fijáis, no es una cinta de terror, sino más bien un drama con toques góticos. Hay una historia de amor prohibido, algo que se retuerce un poco, perversión, una escritora y su afán de ser algo. Y, de fondo, fantasmas. Sin embargo, que se encuentren de fondo no los hace poco importantes. Representan momentos claves, dan notoriedad e incluso pueden llegar a resolver momentos clave del argumento. Porque, al fin y al cabo, ¿qué son los fantasmas sino nuestros rencores, nuestras viejas tristezas y nuestras culpabilidades?

Y es que, si algo destaca en la obra de del Toro, son los monstruos. Este director, y es algo que compartimos y por lo que creo que me cae en gracia, siente un amor colosal por los monstruos. Cada diseño está hecho con el mimo más colosal y llevado a la práctica con el mayor de los cuidados. Para del Toro, los monstruos no son más que aspectos de nosotros mismos (no en vano Frankenstein siempre ha sido su monstruo favorito, lo cual nos devuelve a la historia del niño con ese monstruo que no encaja en un mundo en el que no pidió nacer). Son criaturas misteriosas que nos aterrorizan cuando nadie más nos acompaña, como los fantasmas de La cumbre escarlata, que nos tienden la mano en nuestros momentos de miseria y soledad; como el fauno de El laberinto del fauno, que nos entienden cuando nadie más lo hace porque, de algún modo, son parte de nosotros; como el hombre anfibio de La forma del agua (que, como la protagonista bien dic: «Me ve tal y como soy»), o que, sencillamente, nos fascinan, como los kaijus inmensos de la genial Pacific Rim. Son tantas cosas los monstruos, tantos miedos, tan diferentes y tan parecidos a todos nosotros. Y eso es algo que del Toro sabe, ama y abraza.

La forma del agua, por Clauda Cacace

Y, a pesar de todo, seguimos sin descifrar del todo ese estilo tan suyo, ¿verdad? Todos esos elementos ya nombrados aportan, por supuesto, pero continúan sin ser suficientes. La magia en su cine es algo más, algo que no sé explicar. Sí, ya sé que todo esto es un poco anticlimático pero, en el fondo, es lo bueno, ¿no? Nadie quiere saber el truco con el que un mago hace sus maravillas o, al menos, no debería querer saberlo. Es esa irrealidad lo que lo hace especial, es esa atmósfera imposible lo que hace que te sientas así viéndolo. Así, justo así, ya sabes a qué me refiero.

De hecho, probablemente no te lo pueda explicar porque es algo que viene de muy adentro, algo profundo y maravilloso solo disponible en la mente del creador. Porque, al final, las historias dependen de quien las cuenta. Y, como comprenderéis, no puedo explicaros a la persona, a eso que la hace quien es. A todo lo que hay detrás, a toda la ilusión y el sufrimiento que han forjado al narrador y que, de algún modo, envuelve todo lo que lo hace único y especial. Un poco como todos nosotros, como dar ese sello personal a lo que creamos, como los niños apasionándose de la manera más pura posible. Algo así como un niño viendo cómo su padre juega con sus dinosaurios de juguete, y eso, de alguna manera, los devuelve a la vida.

¿Sabéis por qué me encanta Guillermo del Toro?

Porque me hace sentir como un niño tratándome como un adulto.

4 comentarios

Bruja del Sur marzo 26, 2021 - 3:21 pm

Brillante. El ejemplo más bello de admiración por una persona jamás leído antes. Voy a prepararme maratón de películas, sin duda alguna.

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Carlos Ruiz Santiago marzo 27, 2021 - 12:09 pm

Mil gracias. Es alguien especial para mi y me alegro de haber podido trasmitir parte de ese sentimiento. Disfruta de su cine, de esas cosas especiales que siempre están ahí para quien sepa donde observarlas.
Un saludo

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Román marzo 26, 2021 - 10:37 pm

Buena disección.
No coincido con La Forma del agua, que me pareció mala por muchos motivos que no vienen aquí al caso, pero Guillermo del Toro es un cineasta y creador de historias excepcional.
Lástima que, si no cambia mucho la cosa, nos quedemos sin ver su versión de los Mitos de Lovecraft, y no será por falta de intentos.

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Carlos Ruiz Santiago marzo 27, 2021 - 12:11 pm

Algún día podríamos discutirlo, porque rápidamente se volvió mi producción favorita del director.
Sin importar eso, yo creo que del Toro logrará sus Montañas de la Locura, más tarde o más temprano. Tengo fe en él. Si no, al menos tendremos el guión imagino, que ya es algo.
Lo que no perdonaré (aunque no fue su culpa) es no tener Hellboy 3.

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