No sé cómo afrontar esta reseña. Dudo entre abandonarme una vez más a mi capacidad analítica o dejarme arrastrar por las emociones. En realidad da igual, el resultado será el mismo. Creo que optaré por una disolución de ambas ideas. Las agitaré dentro de mi cabeza y después, con un hacha de esas pequeñas que cualquiera, hasta yo, puede manejar, abriré una grieta ancha en mi cráneo y expulsaré las propuestas a través de ella. Desconozco qué forma habrán adquirido cuando alcancen el suelo. No me importa. El resultado será el mismo.

El tal Iván Humanes ha escrito una tesis acerca del Infierno. Del Gran Infierno. Me temo que lo ha visitado. Y no es el típico lago envuelto en llamas donde los pecadores pagan por sus adorables excesos, no; más bien, es una dimensión desde la que el autor magnifica la presencia de elementos fantasiosos con fines subversivos… No, tampoco. Bueno, sí, pero no exactamente. En verdad, es un faro. 

Ese faro alumbra distintos, muy distintos, rincones de tu vida. Sí, lector, me refiero a ti, a tu vida. ¿Recuerdas cuando viste aquel perro blanco merodeando alrededor de tu hogar? ¿Y ese cansino agujero negro que bostezaba desde el techo de tu dormitorio y no parecía querer cerrarse nunca? ¿Qué me dices de los divertidos asesinos matemáticos que te ponían a prueba, o de los gatos traicioneros, o de las sexis zombis que estuvieron a punto de provocar el apocalipsis aquella mañana durante el desayuno? ¿Lo recuerdas, Marie Kondo? Eres Marie Kondo, ¿verdad? Quítate ese casco de Juez Dredd, quiero verte la cara.  

Podemos hablar de los niños, esos mequetrefes metomentodos que merecen ser sacrificados y… esas encantadoras criaturitas que según el tal Humanes adoran la pipa de su padre. También podemos hablar de música, de comidas de Navidad, de rituales. De esa joven que sale todas las noches de debajo de tu cama para jugar contigo. Hasta el 23F se asoma a este compendio de iniquidades. ¿A que te gusta? Pregunta, pregúntale al viejo Vilanova.

En fin. Espero que hayas leído los Diarios de las estrellas del maestro Lem. Los reconocerás enseguida. Por cómo se deleita, diría que Borges ha recuperado la visión. Se lo ve francamente fascinado por las maneras extravagantes de ciertos demonios. Pero fíjate bien en aquel otro tipo, ese vestido de negro que pasea arriba y abajo con aire discreto. Quizá no lo sepas, pero los rumores sugieren que alberga en su interior maldades capaces de escandalizar a los mismísimos dirigentes del Gran Infierno. Eximeno, dicen que se llama. Suele verse por aquí.

El tal Humanes contrapone conceptos en voz de sus personajes de manera continua. Así, estos se manifiestan como una mera contradicción que aúna encanto y perversidad, inocencia y pesadumbre. Es como visitar la antesala del cielo para, enseguida, darte cuenta de que en realidad te hallas en el infierno. Uy, se me ha colado el narrador analítico otra vez. Dice que envidia el dominio de la inversión, las conexiones entre hilos narrativos, la implicación de lo infernal en la persona, la deconstrucción del monstruo. La solemnidad del: «Y las que aquí vagamos somos cementerio. Aparición». Tiene razón, no se puede negar.

Literatura. Perdón. LITERATURA.

Por cierto, qué bonito envoltorio.