La caída de la Casa Usher

por Lorena Escobar de la Cruz

En una noche pavorosa, inquieto
releía un vetusto mamotreto
cuando creí escuchar
un extraño ruido, de repente
como si alguien tocase suavemente
a mi puerta: «Visita impertinente
es, dije y nada más » .

¿Qué precio tiene el alma humana? ¿Hasta dónde estás dispuesto a llegar por el triunfo, por la fama, por ese caos irreverente que ciega a la humanidad desde que el mundo es mundo y tiñe las tumbas de oro y las horas finales de podredumbre? Hay quien lo entregaría todo por un minuto de gloria, hay quien ya se considera rico por mil glorias sin minuto, las razones del corazón son cosas que la mente no comprende y un estúpido viceversa.

Un pacto con el diablo no es más que eso: un pacto. Hasta en él vive la lírica porque, como diría Bécquer, la poesía existe desde mucho antes de que existan los poetas. La belleza de la ambición se moja en bañeras de sangre y bebe el licor de una conciencia inconsciente. ¿Para qué emplearías tú ese pacto? ¿Crees que el dinero que ansías puede cambiar el mundo? O, por el contrario, ¿te consideras un elegido, un angelical ser casto de tus propios sueños y humilde por derecho propio?

Sin embargo, la tentación sirve para todos.

Incluso sin manzana del Edén que la alimente.

Fue hace ya muchos, muchos años,
en un reino junto al mar,
habitaba una doncella a quien tal vez conocerán
por el nombre de Annabel Lee ;
y esta dama vivía sin otro deseo
que el de amarme, y de ser amada por mí.

Me he negado a leer ningún tipo de crítica sobre La caída de la casa Usher, la serie de Netflix creada por Mike Flanagan (La maldición de Hill House) y basada en el famoso relato de Edgar Allan Poe. Y no porque no sea capaz de asimilar los aspectos negativos que pueda tener la producción, que los entendidos en estos menesteres audiovisuales conocerán mejor que esta servidora, sino porque, en realidad, me importa bien poco que haya gente a la que no le guste la serie por este o cual motivo.

Hoy voy a ser subjetiva, voy a hacer una reseña teñida por el eco de una campana invisible y besada por las alas del cuervo. Y es que, aunque alejada del relato original, del que solo utiliza la base, y sometida a los parámetros de una actualidad que siempre desluce ese mundo fantástico y oscuro perpetrado por el maestro Poe, La caída de la casa Usher es una poesía vestida de muerte. Una viuda que no llegó a dar el sí quiero. Es un nicho ocupado por demasiados cadáveres, un homenaje, una triste canción de cuna a la madre que nunca pudo engendrar hijos.

La referencia a Poe no está solo en esos cimientos en los que se asienta la caída en desgracia de una familia rica y poderosa, una familia que ha hecho su fortuna sobre montones de cadáveres sin identidad. La crítica social a la industria farmacéutica se convierte en una protagonista más, junto a la descripción de la avaricia, la ambición sin límites, la falta de un pudor que no tiene nombres pero sí apellido. La trama se sostiene sobre los flashback de Roderick Usher, que en forma de confesión y aquejado por una enfermedad mental le irá relatando a su viejo amienemigo la historia de su vida, desde una infancia marcada por un terrible secreto hasta la ascensión meteórica al cielo del triunfo empresarial, haciendo una breve pero decisiva parada a las puertas del infierno, que resulta ser (y aquí debo acordarme de mi adorado Román Sanz Mouta), cómo no, ¡un bar!

Todo ello sustentado sobre la mentira que él y Madeleine, su hermana y verdadera líder del imperio, se y te repiten constantemente como forma de justificar los más atroces de sus desvaríos.

Nosotros

vamos

a cambiar

el mundo.

Lo que no cuentan, lo que viene en la letra pequeña de todos los contratos, es que el mundo jamás podrá ser cambiado. La maldad es tan ancestral como las primeras epopeyas. Virgen por decisión voluntaria. Cortesana por designio ajeno.

El príncipe había reunido todo lo necesario para los placeres. Había bufones, improvisadores, bailarines y músicos; había hermosura y vino. Todo eso y la seguridad estaban del lado de adentro. Afuera estaba la Muerte Roja.

Dupin, el hombre que ha pasado toda su vida intentando hacer caer a Fortunato, la cruel farmacéutica, es el reflejo de un cristal sin filo que recogerá las palabras de Roderick para construir un puzle con un final esperado pero no por eso menos sobrecogedor. A lo largo de los capítulos veremos caer la dinastía y sufrir las consecuencias de un pacto nacido en las entrañas de la degradación humana. Uno a uno, y rindiendo un hermoso y trágico homenaje a los distintos relatos del genio americano, asistiremos a la muerte de los vástagos de Roderick en escenas tan poderosas como poéticas, sumergiéndonos en la venganza de La máscara de la muerte roja, la conspiración de Los asesinatos de la calle Morgue o la obsesión de El corazón delator. Carcoma que va alimentándose de los cimientos de una casa maldita, una estirpe condenada mucho antes de su creación, un pago en carne por la carne y sangre vertida sobre sueños que, sí, se cumplen, pero al precio de la locura más amarga y la soledad más triste. Todo ello acompañado de unos diálogos densos, una atmósfera gótica y penetrante, un dulce aroma a cementerio abandonado y bailes de máscaras con finales infelices.

Todo ello adornado con prosa y poesía, con dosis del amor más perfecto, ese que comienza y siempre, siempre, termina.

Oh, Annabel Lee. Nuestro amor era más fuerte, más intenso, que el de todos nuestros ancestros.

¡Es verdad! Soy muy nervioso, horrorosamente nervioso, siempre lo fui, pero ¿por qué pretendéis que esté loco? La enfermedad ha aguzado mis sentidos, sin destruirlos ni embotarlos. Tenía el oído muy fino; ninguno le igualaba; he escuchado todas las cosas del cielo y de la tierra, y no pocas del infierno. ¿Cómo he de estar loco? ¡Atención! Ahora veréis con qué sano juicio y con qué calma puedo referiros toda la historia.

Por eso me importan bien poco las voces que critican, que analizan al detalle, que buscan peros al pero de una producción poderosa en lo visual y acertada en lo narrativo. Una producción que narra, pero también cuenta, que critica, pero también emociona, que te ofrece una de sangre y otra del dulce néctar de la nostalgia. Que homenajea desde el escenario de la actualidad, nuestro presente al que acuden las fábulas nocivas de Poe, la esencia de sus ideas malvadas en formato televisivo.

Porque en el fondo todos somos cuervos, todos vendemos horas de vida a cambio de una vida que ni siquiera sabemos vivir.

Porque al final, en la hora más oscura, solo nos quedan restos de pasado mezclados con hiel y heridas.

Porque la muerte siempre gana.

Y todo lo demás… es mentira.

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