El bosque
Veamos el bosque como si fuese el interior del cerebro, o viceversa. Es necesario que te pongas en situación y participes en el ejercicio. Estás ahí sentado, en la famosa postura india, en mitad de la nada y del todo, flotando en un fractal gigantesco. Eres consciente, pero en este instante formas parte del inconsciente. Pensamientos, recuerdos, emociones, acciones que tus neuronas marcan como importantes, incluso las neuronas en sí mismas, todo junto, sin excepción alguna, son los árboles que sobreviven en tu interior. Son la fauna, el olor a humedad, los troncos caídos, el arroyuelo. Como ya he dicho, no te pierdas, tú estás ahí en medio y no entiendes nada, estás hundido en algo absolutamente orgánico, simple y absorbente. Tu mera presencia es vacua, y tan necesaria como el agua. Ahora eres ese enorme todo que es el bosque. Tu propio bosque. El terror está contigo y tú con él. Y con vosotros todo lo demás, emociones, banalidades, orígenes universales. Todo.
Muchos podéis pensar que esto que acabo de decir no es terrorífico, pero tú me estás leyendo y sabes que algo se oculta en estas palabras, en este simple ejercicio.
El miedo es libre, y no voy a volver al principio. El hecho de sentir el bosque, bien como parte de nuestro cerebro o como ente vivo y externo, causa pavor a infinidad de personas —todos deberíamos reflexionar sobre nuestro origen primigenio—. Ya sé que la mayoría sois unos valientes y que podéis estar en el bosque o perdidos en vuestro interior sin ningún problema —en realidad no has estado en el bosque de noche, solo, desvalido, ansioso. Quizás seas de los que trabajan como droides y transforman todo en trivial. Bien, si eres de esos, largo de aquí, no quiero verte por mi espacio—. Y ahora continúo. No penséis cosas raras ni os hagáis los héroes, vivimos en el mundo moderno y la enfermedad más común es la depresión, la ansiedad, la fobia. El mismo interior de tu mente puede convertirse en una tela de araña y acabar contigo en menos de dos segundos. La convivencia con el pensamiento y el vacío, unido a la ausencia de mundos imaginarios placenteros nos conduce a la inevitable enfermedad mental. Por lo tanto, muchas personas se sienten absolutamente asustadas cuando se encuentran en la oscuridad del bosque —recordad que también hablamos del interior, de las entrañas, de la soledad, de la meditación—. Ese silencio repleto de ruido externo es en realidad un arma de doble filo. Tú y nadie más. Tú y la oscuridad. Tú y miles de ramas intentando abrazarte, deseando que te ahogues.
Veamos el bosque como un núcleo fundamental de vida. Un espacio más para incluir en las páginas de nuestros orígenes como raza. ¿Por qué lo tememos? La vulnerabilidad se muestra tal y como es, ¿no? Somos presas fáciles para otros depredadores, incluidos otros humanos en ese conjunto. La soledad, el falso silencio, la pérdida de control. Vuelve a nosotros esa intranquilidad ancestral que nos convirtió en el animal dominante. Podría nombrar cientos de películas, novelas, poemas o cuadros vinculados al bosque, a ese horror. Todo lo que hemos leído aquí se puede encuadrar en este lugar. Porque en el bosque existe todo y no existe nada. No pasa igual en el desierto, en el mar, o en el hielo. El bosque es el universo. Lugar de misterio, plagado de brujas, ninfas, faunos y gobernado por el Dios Pan. En su interior existen cuevas, se cobijan asesinos, duermen los vagabundos y se pierden los niños. La magia se recarga. Luces y sombras se pelean a muerte hasta llegar al claro, o al espesor más truculento, o a ese agujero cubierto de hojas secas. Eso es el bosque, un rincón de fantasía donde todo tiene cabida.
Abandonamos la ciudad. Vamos solos. Una mochila. Bocadillos. Fruta. Un libro. Dos linternas. Un saco de dormir. El tren nos deja en una zona rural, muy cerca de un bosque —recóndito, de montaña, cerrado, ancestral—. Caminamos hasta adentrarnos en lo más profundo de ese bosque. Buscamos un buen sitio, a ser posible, uno donde la falta cobertura nos impida comunicarnos con el mundo urbano, con el exterior. Dejamos que caiga la noche. Lo tenemos todo montado. Respiramos. Ahora es cuando todo se individualiza. Todos vamos a pasar miedo, de un modo u otro. La soledad. El imaginario. Los temores ocultos. Cualquier ruido se convierte en señal. Todo es una llamada para que la ansiedad tome el control y nos diga dónde estamos, en qué punto nos encontramos. ¿Cuáles son tus miedos? A partir de aquí debes seguir tú, yo conozco los míos.
Y ahora, como suelo hacer siempre, voy a meter algo real, un bosque popular y distinguido, célebre por esa oscuridad terrorífica de la que vengo hablando. Sin duda, el que más me atrapa y seduce es el bosque de Aokigahara, situado en la base del monte Fuji, y conocido por el sobrenombre de Jukai, Mar de árboles, o Bosque de los suicidios. Es famoso porque infinidad de japoneses van allí a terminar con todo. Podría decirse que se trata de una especie de museo del horror, ya que está repleto de señales relacionadas con la muerte. Tiendas de campaña abandonadas, ropa, enseres de personas que nunca volverán, incluso cadáveres perdidos. No voy a profundizar en exceso, pero es impresionante el aire que se respira en ese sitio, bien por las leyendas populares, o por la realidad intrínseca del lugar. No importa. Es una especie de cementerio rebosante de almas en pena. Un mar de árboles tan extenso y profundo que perderse allí es algo habitual. Los inquietos que deciden adentrarse entre sus fauces suelen dejar cintas de colores atadas a los árboles para facilitar la vuelta a casa, si es que existe —en su mayoría, suicidas arrepentidos—. Imaginad la estampa. Pasear por ese lugar despierta una amalgama de sensaciones de lo más dispar. Según varias fuentes, el origen de esta funesta notoriedad se remonta al siglo XIX, cuando las familias de baja estopa llevaban allí a los ancianos y familiares enfermos y los abandonaban a su suerte, para que muriesen y dejasen de ser una carga. Una especie de eutanasia conocida como ubasute. Realmente espantoso el modo en que un lugar se carga de energías negativas y cambia su paradigma.
Ya vemos cómo se mezclan los conceptos: oscuridad, suicidio, miedo a la muerte, ansiedad. Todo está ligado en los caminos del terror.
Puedes encontrar todas las entregas de esta serie de artículos aquí: El Terror
Daniel Aragonés
Colaborador
3 comentarios
Magnifico, me has quitado las ganas de una ruta nocturna por el monte.
Si fuera por ti, que te haces ver entre los lectores, pensaría que todo esto de las páginas, los artículos y demás es una mentira. Muy agradecido por todo, amigo.
Eres el chico que amaba a Tom Gordon