AL FINAL DEL ARCOÍRIS Y LO QUE KUBRICK ENCONTRÓ ALLÍ (por Carlos Ruiz Murcia)
«Tales cosas eran raras pero, de todos modos, estaban probadas. E, indudablemente, de una forma más débil, debían de experimentarlo muchos. ¿Por ejemplo al volver de un sueño? Desde luego, se recordaba… Pero sin duda había también sueños que se olvidaban por completo, de los que no quedaba más que cierto estado de ánimo enigmático, un aturdimiento misterioso. O que se recordaban solo más tarde, mucho más tarde, sin saber ya si se había vivido algo o solo se había soñado. ¡Solo…, solo…!».
Relato soñado (Traumnovelle), Arthur Schnitzler.
INTRO SALVAJE
Resulta complicado hablar de la última película que dirigió Stanley Kubrick sin caer en lugares comunes, teorías conspiranoicas y análisis sesudos que no lo son tanto. Cualquier vaga idea de la que tirar ya ha sido expuesta en libros, artículos, vídeos de Youtube y podcasts varios, ahora que existe la posibilidad de que todo el mundo tenga uno. Verás algo con lo que puedes estar de acuerdo o no, dure diez minutos o tres horas, pero una cosa es inevitable: te serán sugeridos unos cuantos más. Y después, otros tantos. Al final, no importa la cantidad de teorías que haya sobre Eyes Wide Shut, es imposible que todas tengan sentido.
Hace poco ha resurgido una interpretación bastante oscura y pesimista sobre la escena final, coincidiendo escabrosamente en el tiempo con las informaciones sobre la lista Epstein (más bien la ausencia de dicha lista). Ya sabes, el filántropo vivalavirgen que se codeaba con las élites presidenciales y tenía una isla del placer. Y, si crees que ambas cosas no pueden estar relacionadas, también pienso hablar de cultos satánicos. No arquees tanto esa ceja. Te invito a llegar al final del artículo. Ya sé, es más fácil mirar el móvil. Qué me vas a contar. Tómatelo como un reto, y luego puedes llamarme de todo y decir que estoy viendo fantasmas. Seguramente sea así. Pero aviso, no va a ser un texto corto ni te prometo que vaya a valer la pena ni tu tiempo. Cada uno sabe dónde se mete a estas alturas.
Antes de la sobreexposición constante a TODO a la que nos hemos abocado nosotros solos, las cosas solían tener cierto impacto. Al menos durante un tiempo. Esto era debido a que no teníamos acceso ilimitado a toda pieza de cultura existente. Un episodio semanal de la serie de moda generaba anticipación y debate. La publicación de un artículo o entrevista interesante también. Quizá ese interés general no durase más de unos días, una eternidad si lo comparamos con lo que tenemos ahora. Los guionistas actuales se ven obligados contractualmente a que los personajes expresen en todo momento lo que está sucediendo en pantalla. Todo eso para que las películas duren un mes en cartelera, si es que llegan, aunque el primer día ya nos cuenten todos los detalles en redes sociales. Queramos o no, porque ahora el algoritmo dictamina lo que vemos. Me gusta pensar que Kubrick, el más visionario de los directores a los que en algún momento se les colgó el epíteto de «visionario», también se anticipó a nuestra penosa nueva realidad. Sabiendo que llegaría un día que las películas ya no tendrían la consideración social de arte, se despidió con una obra que, desde luego, emplea cada segundo de metraje en ser algo más que una película.
¿Qué sucede realmente en «Eyes wide shut»?
Bueno, es una cinta bastante conocida de la que se ha hablado mucho. La sinopsis de Filmaffinity dice así:
«William Harford es un respetable médico neoyorquino cuya vida parece ir muy bien: está casado con una preciosa mujer, tiene una hija y un trabajo que le gusta. Pero, al día siguiente de asistir a una fiesta, su esposa Alice le habla de unas fantasías eróticas y de cómo estuvo a punto de romper su matrimonio por un desconocido. Abrumado por esta confesión, acaba entrando en un local, donde un antiguo compañero le habla de una congregación secreta dedicada al hedonismo y al placer sin límites. A partir de entonces un mundo dominado por el sexo y el erotismo se abre ante él».
Esto resulta más que suficiente para atraer el interés del gran público, sumado a los papeles protagónicos del matrimonio de moda en Hollywood. Tom Cruise y Nicole Kidman, que terminarían divorciándose poco después, se ponían a las órdenes de lo que sería el último trabajo de uno de los directores más influyentes de la historia. No solo eran los más mediáticos, también los más guapos. El atractivo físico de la pareja a finales de los noventa no pasaba inadvertido para nadie, y Kubrick supo utilizar muy bien a su favor ese morbo para rodar una fábula onírica sobre los límites de la relación conyugal. No fueron los únicos límites que decidió explorar, y tal vez por eso falleció de forma repentina unos días antes del estreno. En este artículo no desgranaremos escena por escena la película; quien la haya visto no tiene riesgo de spoilers, quien la haya visto pero no la tenga reciente puede echarle un vistazo ahora que Netflix todavía la tiene en catálogo, y quien no la haya visto… bueno, creo que se entiende. A continuación, grandes destripes de toda la trama.
En definitiva, el doctor Bill Hartford discute con su mujer Alice acerca de las tentaciones y fantasías sexuales. Debido a la llamada de un paciente, sale de casa y pasea toda la noche por Nueva York, encontrando situaciones aquí y allá en la que será tentado de varias formas por mujeres muy parecidas a la suya. Terminará en una imponente mansión de las afueras, en la que se está celebrando un muy extraño baile de máscaras que se trasforma en orgía. Cuando es descubierto y llevado ante el sacerdote, una mujer con el rostro cubierto se sacrifica por él, lo que le permite volver a casa sano y salvo. Más tarde descubre en el periódico que una mujer ha muerto por sobredosis. Y Bill cree saber quién es, pero no tiene esa certeza porque nunca llegó a ver la cara de su salvadora. Tras muchos vericuetos y personajes estrafalarios, la pelicula termina en la juguetería, con Bill y Alice comprando regalos para su hija Helena. Han decidido continuar con su matrimonio, habiendo escapado sanos y salvos de sus aventuras, fuesen un sueño o no. Títulos de crédito, por última vez, «dirigido por Stanley Kubrick».
La luz azul
Kubrick plantea la tentación y la monotonía en el matrimonio como el gran leitmotiv de la trama, temas que ya estaban en la novelette original Relato soñado, publicada en 1926 por el escritor austríaco Arthur Schnitzler. Resulta curioso, pero es una de las adaptaciones más fieles al material original realizadas por Kubrick. Es, en esencia, la misma historia, cambiando nombres y ambientación. Incluso el diálogo final corresponde casi palabra por palabra. Cuando Schnitzler utiliza el monólogo interior para expresar los pensamientos de su protagonista, aquí lo vemos sustituidos por colores y pistas visuales. Es cierto que en el guion original había una voz en off haciendo las veces de narrador, pero decidieron no usarla (…o la película quedó inacabada, pero esto entronca con otra teoría de la que hablaré más tarde). En cualquier caso, Relato soñado hace honor a su título, enfatizando en varios momentos que todo lo sucedido podría formar parte de un sueño. Demasiado lúcido, tal vez, demasiado real y terrorífico, formado a raíz de los celos y confesiones de una pareja. Como ambos protagonistas concluyen, «ningún sueño es solo un sueño», sino una advertencia. Kubrick inunda su obra de una sutil y a veces no tan sutil luz azul presente a lo largo del metraje, simbolizando esa atmósfera onírica. Y aquí me gusta pensar que tomó cierta inspiración de uno de sus alumnos más aventajados, David Lynch.
En varios de los trabajos más laureados de Lynch (Twin Peaks, Mulholland Drive, Cabeza borradora), la presencia de cortinas rojas simboliza la frontera entre el sueño y la realidad, o la realidad que conocemos y el paso a una más extraña que no acabamos de comprender. Si aceptamos esta posible influencia, y si es este el significado que queremos darle, entonces hay multitud de escenas envueltas en esa luz azul que podrían suceder dentro del reino onírico. Principalmente la vemos en el dormitorio, el lugar donde se sueña y se relatan los sueños. La puerta, que conduce al resto de la casa tras el despertar, está exenta de esa luz. La escena/fantasía de Alice teniendo un encuentro sexual con el oficial de marina, sucediese de verdad o no, está presente en la atormentada imaginación de Bill con un foco de luz azul. Y también lo está en el segundo sueño/pesadilla de Alice, que coincide de forma siniestra con lo que estuvo a punto de suceder en la orgía.
Llegados a este punto me gustaría señalar otra característica onírica: todas las mujeres en esta película son una imagen de Alice. En sus aventuras nocturnas, Bill encontrará sucesivas versiones de su mujer, metáfora de la comparación y constante tentación a la que está sometido. Lo es la mujer joven con el busto descubierto a la que ausculta durante la consulta, y lo es también la llorosa Marion, encuadrada en el marco de la ventana que irradia luz azul. Ella le confiesa su amor, propone fugarse juntos antes de casarse. Pero no es tan bella como Nicole Kidman, así como su prometido es una versión de Bill, pero no tan guapo como Tom Cruise. Lo es la prostituta Domino, también su compañera de piso, e incluso la joven y maliciosa hija del judío. Y, aunque no veamos su rostro enmascarado, lo es la misteriosa mujer que se sacrifica en su lugar.
Inconscientemente, Bill ve a Alice representada en todas ellas mientras se decide a romper los sagrados votos del matrimonio o aceptar que los seres humanos tienen fantasías sexuales con otras personas durante toda su vida sin que eso signifique una infidelidad («Fidelio») o el fin del enamoramiento, el fin del sueño. Esto mismo es lo que Ziegler intenta hacer comprender a Bill hacia el final, con ambos bañados en luz azul. Bill, colega, has metido la pata bien dentro pero no hasta el fondo. Todavía tienes oportunidad de salvarte a ti y a tu preciosa familia. La chica que falleció, bueno, ella no tuvo tanta suerte y puede que haya sido culpa tuya, quizá no seas tan buen doctor como haces ver. Pero ahora la pesadilla terminó, y eres libre. Bill obedece y vuelve a casa, para encontrar la máscara sobre su cama. Cuando rompe a llorar confesándolo todo, la luz azul está presente en los ojos de Alice, llorosa y despeinada, el único momento de toda la película en la que no lleva puesta su máscara de belleza. Y también lo está en la escena final en la juguetería, aunque no como hasta ahora y quizá desearías que no lo estuviera, pero todavía no sabes por qué.
Donde termina el arcoíris
Las dos modelos que tientan a Bill con cantos de sirena en la fiesta de Ziegler, al inicio, le invitan a seguirlas donde termina el arcoíris. Esto resuena de manera clara en la tienda de disfraces Rainbow, donde Milich (e hija) proporcionan las vestimentas adecuadas para acudir a la orgía. Pero el arcoíris también está representado por las luces arcoíris. Las hay en la fiesta, pero palidecen ante la blancura infinita de las luces que caen como una cascada junto a la escalera que lleva al piso de arriba. Hay un árbol de navidad en la lujosa casa de los Hartford, hay uno más barato y estropeado en el angosto piso de Domino y su compañera, y también en la cafetería donde Bill se refugia del hombre que lo persigue por las calles. A pesar de ser una adaptación más fiel de lo habitual en Kubrick, la frase «donde termina el arcoíris» no está presente en la novelette de Schnitzler. El árbol de navidad simboliza casa, protección, unidad familiar. Es donde nos juntamos a desenvolver regalos con nuestros seres queridos, el calor del hogar, mientras la tempestad arrecia en el exterior. Aferrarse a lo que has construido para evitar la mutua destrucción total. Pero el Rainbow también es la puerta, el rito de paso a lo que hay más allá.
En la mansión de Ziegler, el árbol está junto a las escaleras de las estrellas, cubiertas por esas luces blancas. Es donde Alice recibe la proposición de acompañar al seductor húngaro que baila con ella, así como Bill con las modelos. La tentación vive arriba. Pero también simboliza la ascensión, el lugar al que solo las élites pueden acceder. El doctor es invocado por Ziegler para que solucione la sobredosis de Mandy, y ese será su único medio para ascender: solucionar los problemas de los que están por encima. «No sé por qué Ziegler sigue invitándonos a estas fiestas», dice Alice, «no conocemos a nadie». Pero la respuesta la tiene Bill más tarde, aunque esté respondiendo a otra pregunta: «porque hago visitas a domicilio». Y ese estatus puede ser superior a, desde luego, el prometido de Marion, que es profesor universitario, y Bill se siente muy por encima de él. Pero no lo suficiente para ascender la escalera de las estrellas si no es con una correa de la que tira Ziegler. Al igual que Nightingale, el pianista que toca en las fiestas con una venda en los ojos. Ninguno tiene permitido ver ni hacer más de lo que se les solicita, y si se exceden o se van de la lengua habrá consecuencias fatales. Los Hartford son clase alta, pero no pertenecen a las élites. Allí arriba no hay luces multicolor, solo blancas. Empiezan donde termina el arcoíris y suben hasta lo más alto.
Lo cierto es que Kubrick ya mostró las luces de colores y la escalera de las estrellas como medio de transporte al lugar donde habitan los seres superiores en 2001, una odisea del espacio. La puerta de las estrellas, como reza el capítulo final de la novela de Arthur C. Clarke. A través de ella se llega a esa misteriosa habitación llena de lujo en la que vemos la evolución del ser humano. De la misma forma, Jack Torrance se ve bastante inferior ante los fantasmas y demás fantoches que habitan el hotel encantado de El resplandor y le ordenan coger un hacha y hacer cachitos a su mujer e hijo. Volvamos a los Hartford, una familia que, a diferencia de los Torrance, ha escapado ilesa y sin bajas. Kubrick nos permite despedirnos de ellos en la lujosa y acogedora juguetería donde hay, por supuesto, luces de navidad. Helena quiere primero una Barbie, después muestra interés por los enormes osos de peluche que parecen rebosar de los estantes. El diálogo final de Bill y Alice, ya sin luz azul, pone fin a la pesadilla y da inicio a un nuevo día, una posibilidad de aprender de sus errores y trabajar en su relación. Salvo que la luz azul está presente, casi imperceptible, en el sombrero de Helena mientras sus padres la empujan sutilmente hacia los dos hombres mayores que, también, curiosean los osos de peluche. Los hemos visto antes, aunque no los recordemos. Estaban en la fiesta de Ziegler, sentados al pie de la escalera de las estrellas. El umbral entre lo humano y lo divino. El sueño se ha roto, se ha esfumado para siempre y estamos solos ante una realidad oscura y secreta de la que no podemos escapar.
Lo que Kubrick encontró allí
Es una teoría espeluznante que resurge cada cierto tiempo. Que Helena Hartford, quizá llamada así por Helena de Troya, es raptada por el culto de las máscaras con la connivencia de sus progenitores como pago por sus propias vidas. «Debemos dar las gracias por escapar ilesos de nuestras aventuras», dice Alice. Pero ¿no es un cambio de narrativa muy drástico y lúgubre incluso para esta historia? Veamos las pistas e interpretémoslas a nuestro antojo. Una estantería de osos de peluche y otra de tigres, bien prominentes ante la cámara. Si aceptamos que los osos representan la infancia, la familia (Winnie the Pooh, el cuento de Ricitos de Oro), entonces los tigres son depredadores. Unos enfrente de otros, sutil y quizá coincidencia, pero es sabido que Kubrick dejaba muchos mensajes subliminales por ahí para generar cierta incomodidad en el espectador. Lo cierto es que no es la primera vez que los osos de peluche aparecen en su obra con esa misma intención. Una famosa teoría del analista Rob Ager, con la que no coincido pero aplaudo lo bien argumentada que está, relaciona los distintos osos de peluche que aparecen en El resplandor con el posible abuso sexual que sufre Danny Torrance. Entrar en esto requeriría otro artículo temático. Creo que Kubrick planta las pistas de su misterioso lenguaje cinematográfico para quien quiera interpretarlas. Quizá por eso se lo quitaron de en medio cuatro días antes de la primera proyección de Eyes wide shut para los productores y nunca pudo terminar la película. Y, como apunta esa teoría, es posible que encontrase algo tan espantoso que no podía hablar de ello, pero quiso hacerlo igualmente. Trató de mostrar al público lo que encontró al final del arcoíris y pagó las consecuencias fatales.
O, al menos, eso es lo que se comenta. Stanley Kubrick falleció el 7 de marzo de 1999 a los setenta años. Unos días antes, la película se había proyectado en pase privado para el matrimonio Cruise-Kidman y la propia familia del cineasta, pero no para los ejecutivos de la Warner, a quienes se les había ocultado gran parte de la naturaleza del filme. Dicho de otra forma, llevaban dos años financiando un rodaje de primer nivel con varios sueldos de superestrellas sin saber lo que tenían entre manos. Es cierto que Kubrick leyó Relato soñado y tenía intención de hacer algo con esa historia desde los años sesenta, momento también en el que su creciente fama le permitía elegir proyecto y dedicarle años de preparación antes de empezar el rodaje.
Durante las tres últimas décadas de su vida, «solo» entrega seis películas, del orden de: 2001, una odisea del espacio, La naranja mecánica, Barry Lyndon, El resplandor, La chaqueta metálica y la propia Eyes wide shut. El motivo, además de porque se lo podía permitir, es la meticulosa labor de documentación necesaria para plasmar adecuadamente en pantalla los temas que quería plantear. Por ejemplo, la publicidad y el poder de los mensajes subliminales que diseminó a lo largo de todo el Hotel Overlook en El resplandor. Por tanto, ya conocía la manera de introducir imágenes e ideas subyacentes y difíciles de detectar para el público mayoritario. O para unos ejecutivos con símbolos del dólar por ojos y que no se fueran a enterar de nada, claro. Cuenta la leyenda que hay alrededor de veinticinco minutos de metraje perdidos que nadie ha visto, es decir, nadie menos quienes los destruyeron para que ningún ser sobre la faz de la tierra supiera de ello. Solo se conoce algo sobre la escena final. Una niña sacrificada en el culto, sobre la alfombra roja, mientras las élites danzan su eterno baile de máscaras entre orgía y orgía. Todo es posible cuando te inventas las cosas.
Pero siempre hay algo de cierto incluso en las más absurdas fabulaciones. Kubrick dedicó años a investigar élites y cultos, y es innegable que algo de eso hay en Eyes wide shut. La estética del baile de máscaras en la extraña mansión está tomada de la Fiesta Surrealista de 1972 que celebraron los Rothschild. Esta célebre y megamillonaria familia judía es comúnmente relacionada con lo oculto y con conspiraciones en la sombra en las que se controlan los hilos que mueven el mundo. A grandes rasgos, el origen de la fortuna familiar se remonta a las guerras napoleónicas, donde supieron anticiparse a las noticias y, como banqueros, controlar el flujo del dinero, las acciones y dónde invertían sus clientes. Quizá por esto, la financiación de guerras para maximizar beneficios y el poder que esto les otorgaba sobre el mundo sean la causa de que la familia Rothschild haya estado relacionada con la orden de los Illuminati.
Y aquí entramos en un terreno demasiado hipotético para mi gusto, pues aunque encuentro tremenda diversión investigando mitos ocultos, creo que difiere en demasía de la realidad. Resumiendo, los Illuminati se forman en Baviera a finales del siglo XVIII y permanecen apenas una década en activo antes de que la orden sea prohibida por el estado y se disuelva. Buscaban luchar contra la influencia religiosa y los abusos de poder, y la teoría dice que nunca abandonaron la causa. Han permanecido ocultos hasta nuestros días, auspiciando cada guerra, cada acontecimiento que ha sacudido el mundo, y recogido después los frutos del desastre. ¿Quiénes se esconden bajo la capucha en sus logias? Las élites, los mandatarios, los presidentes. Nada se opone a sus deseos. Y quien meta las narices, recibirá su castigo.
Bien, ¿hay algo de esto en la película de Kubrick que sobreviviera a la supuesta carnicería que aquellos ejecutivos de la Warner realizaron con el metraje? La famosa orgía (rodada en un edificio propiedad de los Rothschild, por cierto) tiene tintes que no pertenecen a la religión cristiana. Dirimir la dicotomía Satán/Lucifer asociada a los Illuminati no es fácil para nadie, pero en cualquier caso, si adoran algo no será al Dios tradicional. No hay luces de navidad, por supuesto, y la estremecedora música suena del revés. Las máscaras que rodean a Bill cuando es convocado ante el sacerdote rojo son malvadas, demoníacas. Hay una célebre con el ojo pirámide, símbolo presente en los billetes de dólar americano, un habitual de las teorías conspiranoicas.
La máscara de la que el propio Bill es obligado a despojarse es blanca, inocente, casi angelical. No tiene lugar allí, no pertenece. La alfombra sobre la que el sacerdote, líder de la logia, golpea su bastón es de un rojo intenso, al igual que la enorme mesa de billar de Ziegler. Mientras le explica a Bill que quizá esté equivocándose en un par de cosas, golpea la bola contra el canto de la mesa de una forma muy similar. ¿Es Ziegler el sacerdote rojo? Probablemente no, porque él mismo se ocupa de señalar que en esa fiesta había ciertos individuos presentes por encima de él, («no voy a decirte sus nombres, pero si lo hiciera, no dormirías tranquilo esta noche»), de los que es mejor no hablar. Si hemos aceptado asociar el azul al onirismo, quizá el rojo sea indicativo de lo prohibido, las vestimentas de las élites a las que no hay que señalar. Creo que Ziegler es el hombre de la máscara de tricornio que saluda con la cabeza a Bill en cuanto este entra en la mansión, reconociéndolo de inmediato a pesar de la máscara. No sabemos a qué se dedica Ziegler, el hombre al final de la escalera de las estrellas que se divierte drogando a prostitutas mientras su esposa se pasea por la fiesta de abajo vestida de rojo brillante. Y quizá sea cosa mía, pero la mujer de Ziegler se me antoja decididamente similar a la entonces Primera Dama, Hillary Clinton.
Algo muy importante que debemos hacer
El caso Lewinsky estalló en 1998, coincidiendo con el rodaje de Eyes Wide Shut. Bill Clinton, presidente de Estados Unidos de 1992 a 2000, mantuvo varios encuentros sexuales prolongados en el tiempo con la becaria de la Casa Blanca Monica Lewinsky siendo esta una joven de entre 18 y 20 años. Aunque Lewinsky sostuvo que las relaciones fueron consensuadas, la evidente situación de abuso de poder y otras acusaciones de acoso sexual hacia Clinton dañaron gravemente la imagen pública de este. El presidente cometió perjurio al afirmar bajo juramento que nunca había tenido relaciones con Lewinsky, y su famoso vestido impregnado de semen fue la prueba definitiva. ¿Estaba Kubrick señalando así a las élites que gobernaban Estados Unidos en ese momento?
La verdad es que no lo creo, al menos no directamente. Hubiera sido más fácil hacer que Ziegler se pareciese a Bill en lugar de su mujer a Hillary. A Ziegler lo interpreta el también director Sidney Pollack, en sustitución de Harvey Keitel (que tampoco se parece excesivamente, aunque tampoco John Travolta e interpretó a un sosias de Clinton en la película Primary Colors del mismo 1998). No, creo que aquí Kubrick estaba usando algo de lo aprendido en El resplandor, donde el director del hotel tenía un sospechoso parecido con John F. Kennedy. No necesariamente un sosias, pero la similitud del despacho con el de la Casa Blanca es innegable. Los tonos del traje de Ullman y la bandera le da a la escena un color decididamente norteamericano. Esto refuerza la teoría de que Kubrick bastardizó la novela de Stephen King para esconder una metáfora sobre el genocidio del pueblo nativoamericano. Y una vez se aprenden las artes maestras de lo sutil y subliminal, no tiene sentido desprenderse de ellas.
En realidad, creo que las élites que Kubrick quería señalar llevan más tiempo de la cuenta recostando sus grandes y rebosantes traseros contra los árboles de Bohemian Grove. Desde 1878, esta arboleda californiana acoge anualmente al más selecto de los clubes masculinos. Los miembros se pierden entre enormes secuoyas, celebran rituales con fuego y discuten los asuntos del mundo. Por ejemplo, el proyecto Manhattan, que culminó en la creación de la bomba atómica. Uno de los asistentes fue el presidente de la Universidad de Yale, y uno de los miembros de la pandilla que se ríe de Bill y cuestiona su hombría lleva un suéter de Yale. Referencia algo cogida por los pelos, pero Kubrick es Kubrick.
Hay quien dice que todos van desnudos y orinan contra los árboles, por lo que el olor es insoportable. Las mujeres tienen prohibido el acceso. Pese a lo estricto y confidencial de su naturaleza, se sabe que presidentes como Nixon, Reagan y Hoover han atendido a algunas reuniones. Y, de todas formas, resulta lógico. Ziegler es mucho mayor que Bill, pero los que hay por encima de Ziegler tienen que ser, forzosamente, altos cargos y dirigentes. Nombres públicos, de los que infunden temor e incredulidad. Pero si en Bohemian Grove no hay mujeres, entonces la supuesta insinuación de tráfico de menores de esa última escena en la juguetería tiene que apuntar hacia algún sitio. Y no me estoy refiriendo a la conspiración del Pizzagate, esa en la que en 2016 alguien se inventó que en el sótano de una pizzeria de Washington DC secuestraban niños para tal fin. Y en el centro de las acusaciones estaban Hillary Clinton y su equipo, que perdieron esas elecciones contra Donald Trump. Buceando, hay unas cuantas voces que afirman que Hillary está metida tanto en esas actividades como en rituales satánicos, con lo que a lo mejor Kubrick estuvo demasiado certero, pero no creo que la cosa fuera por ahí. Más bien…
Si, resulta difícil no pensar en Jeffrey Epstein y Ghislaine Maxwell, el caso más mediático y truculento de los últimos años. La pareja abusó sexualmente de decenas de niñas desde al menos 1992, año en el que se conocieron. No queda claro cómo Epstein, que se codeaba con otros millonarios como Trump, llegó a amasar su fortuna, pero estaba al cargo de las cuentas en paraísos fiscales de muchos de ellos. Hizo de anfitrión en su propiedad de las Islas Vírgenes, en las que empezaron a verse muchas menores de edad en topless. Cuando pasaba tiempo en sus residencias de Florida y Nueva York, Epstein recibía masajes corporales hasta tres veces al día, por parte de chicas que Maxwell le procuraba. Tan fácil como conducir cerca de colegios y universidades y ofrecer a cualquier joven algo de dinero en efectivo por pasar algo de tiempo con un hombre maduro. Los masajes, que empezaban como tales aunque las chicas no tuviesen conocimientos específicos, debían terminar en el pene de Epstein. «Jeffrey necesita tres orgasmos al día por prescripción médica, y yo ya no me basto para complacerle», era la explicación dada por Maxwell.
Aunque la primera acusación y condena se remonta a 2005, Epstein apenas cumplió una leve pena debido a la injerencia del entonces fiscal federal del estado de Florida, Alexander Acosta. El motivo, despojándolo de palabrería inane, responde a las conexiones de Epstein. Lo que sigue es de sobra conocido. En 2019 es condenado por decenas de acusaciones de violación y tráfico de menores y se suicida en su celda. El metraje de las cámaras de seguridad es manipulado y no muestra el supuesto momento con el que Epstein se quita la vida. Maxwell es condenada a veinte años. La famosa lista Epstein, en la que se esperan muchos nombres de cómplices y visitantes de su isla, empezando por el actual presidente Trump, no acaba de salir a la luz. Existen decenas de testimonios y grabaciones de cámaras de seguridad en las que esos nombres cometían actos ilegales de todo tipo. Enumerar las causas y delitos atribuidos a la pareja es una tarea titánica. Trump, en el ojo del huracán, niega haber tenido relación con Epstein, pese a que hay datos de que se conocían desde al menos 1987. Y la cosa no tiene pinta de acabar bien para nadie.
En conclusión: no, no creo que Bill y Alice Hartford entregasen a la pequeña Helena al culto. La escena no funciona como tal, y no hay nada en la película que sugiera la subtrama pedófila. A excepción de la hija de Milich en el Rainbow, claro. Tampoco hay evidencias de que Kubrick estuviese al tanto de los tejemanejes de individuos como Epstein, y en aquel entonces Donald Trump estaba muy lejos de la carrera electoral. Y, pese a los escándalos sexuales, el mandato de Clinton había sido más o menos socialmente aceptado. Pero a la vez, me resulta difícil pensar que Kubrick hubiese dejado algo así a la imaginación, con ese diseño, los hombres mayores en el fondo de la escena, Helena caminando hacia ellos y mirando a sus padres una última vez. De haber tenido más tiempo para montar la película sin dejar que otros la terminasen por él, quizá, quizá… En cualquier caso, este artículo toca a su fin. Debemos estar agradecidos de escapar ilesos de nuestras andanzas, fuesen reales o un sueño. Porque, ya sabes, nunca un sueño es del todo un sueño y ahora hay algo muy importante que debemos hacer cuanto antes.
Carlos Ruiz Murcia
Nací en Eibar en 1987. He publicado artículos y relatos cortos en revistas y webs como Círculo de Lovecraft, Pulporama, Droids&Druids, Windumanoth, La bastarda postmoderna, El yunque de Hefesto, Exogénesis, Cuentística, Exocerebros, Palencia Cultura y Ocio, Retazos de Ficción, Plumabierta, El Cadillac Negro y algunas que me dejaré. También he participado en diversas antologías como las convocadas por Dentro del Monolito (T.ERRORES: Las metamorfosis), Festival Azkena Rock (Al Azkena se va y punto), Arboverso (Entre mitos y pesadillas), Premios Rickman, Si tú olvidas yo recuerdo, Costumbres: Terror con voz de mujer, y otras pendientes de publicación. El año pasado tuve la fortuna de conseguir el primer premio en la categoría Relato de Terror en el I Certamen Cuentos del Bosque Oscuro, donde también he colaborado ocasionalmente con algún relato y varios microrrelatos. Así mismo, he escrito textos para los podcasts Los cuentos de la casa de la bruja, Martes de Terror, En el espacio de un tiempo y Dimensión Misterio. He escrito también un par de novelas cortas, algunas actualmente en proceso, y tengo un proyecto weird western a largo plazo.
3 comentarios
Pedazo artículo te has marcado.
Esperando el texto sobre el posible abuso sexual que sufre Danny Torrance.
Por cierto, también has escrito texto par Territorio Extrañer, so bandido.
Es aposta, para cuando hagamos el crossover 😎