El Terror (XIX)

por Daniel Aragonés

Orígenes de la literatura fantástica. El cuento: cultura popular

Recuerdo que mi abuela Daniela solía decirme que si cenaba crema de calabacín y luego soñaba con un tesoro enterrado, significaba que ese tesoro existía y había que ir a buscarlo. No podías dejar escapar la oportunidad. Si no ibas en su busca, el propio universo te abandonaría a tu suerte. Cultura popular arropada por el hambre. Mejor dormir con ilusión que vivir desesperado. Esos cuentos se usaban para que los niños cenasen en tiempos de hambre y pobreza —los propios adultos eran crédulos, pues no tenían otra cosa—. El mundo rural era mucho más auténtico y sencillo. Mi abuela llegó a contarme cómo fue su primera búsqueda del tesoro. Lo hacía con una sonrisa. Por mi parte, solo puedo añadir que soñé con un cofre pirata y fui a buscarlo una tarde. Se vivía de otro modo, es evidente, con muchas menos cosas. No existían las historias de impacto visual. Lo importante: seguir tu camino y no usar la palabra rendición.

Recuerdo la época de las leyendas urbanas. Los tiempos del hombre del saco, del Coco, del coche que apagaba las luces en plena noche y no podías darle las largas para avisarle, pues te perseguiría hasta matarte. Había miles de historietas, con cierto punto de verdad, que circulaban por las casas y se iban deformando según viajaban de pueblo en pueblo. Son tantas y tan dispares.

Al hilo de la cuestión, no me sorprende lo más mínimo lo que leí el otro día en un artículo. Hablaba de un hombre que sueña con un tesoro enterrado bajo su cocina. Oro. El fin de sus problemas. Según la noticia, el tipo excava un pozo tan profundo que al final muere cayendo al mismo. Igual cenó crema de calabacín, quién sabe. O lo empujó un leprechaun.

El miedo es algo que circula con libertad y se introduce en nosotros. Es un germen. Para el control de masas es esencial. No hace falta remontarnos demasiado. El propio Covid nos demostró lo sencillo que puede llegar a ser. Y quiero que quede claro que no soy antivacunas ni negacionista. Soy una persona incrédula e inconformista, podría decir que el nihilismo me mantiene despierto. Existe la cultura popular del miedo. Existe el espejo social. Existe el control de masas. Nos pastorean usando la imagen de nuestra propia mente proyectando eventos reales. Nosotros somos ese prado que nos da de comer. Ya lo sé, suena enfermizo. Canibalismo mental.

Es necesario nombrar La guerra de los mundos y aquel programa de radio que hizo pensar a miles de oyentes que nos invadían los extraterrestres —ocurrió en 1938, la noche de Hallowen—. Orwel no iba desencaminado en 1984. La historia se reescribe sobre la marcha mientras el Gran Hermano nos observa. Crean adeptos a golpe de telediario. Fahrenheit 451 es la premonición de la censura que sufrimos en nuestros tiempos. Y nosotros somos la resistencia. Los que aún queremos hablar y meter carne fresca en nuestros textos. Custodios del cuento original.

Ante todos estos nombramientos, quiero añadir Nana, de Palahniuk, pues la protagonista de la novela es una canción de cuna maldita que, cuando se canta, ocurren cosas horribles. No me digáis que no os apetece leerla. Una sátira espectacular. Nana: cómo pisoteamos el mundo originario hasta desnaturalizar la magia de la vida. Todo vale en la rueda social. Viajan los rumores, las verdades, el odio, las mentiras. El boca a boca es la raíz de lo establecido. El cuento se transforma en virus letal y nadie lo puede detener —es nuestro, un legado basado en la supervivencia.

Como no podía ser de otra forma, tanto en la literatura como en el cine, hay infinidad de títulos que se apoyan en estos cuentos populares. Todo parte del mismo sitio en realidad.

Entonces, ¿cuál es el origen del cuento y por qué tiene tanta importancia? No voy a contestar de forma clara. Su incursión en la historia del ser humano está relacionada con esa necesidad de conocernos mejor a nosotros mismos y llegar a cualquier confín —el ego, la evolución cerebral, la conquista en todas sus facetas—. Es evidente que la culpa la tiene el folclore, los nómadas, los trovadores errantes —lo eran sin saberlo—. Las historietas y habladurías viajaban e iban creciendo según pasaban de boca en boca. Los elementos mágicos se multiplicaban. Fantasía popular. Mitos y leyendas. La exageración en su más pura esencia. Así es como la verdad se convertía algo literario y, al mismo tiempo, en mentira.

Podría decirse que el género fantástico no existiría sin el cuento. Es el origen. La forma primigenia de trasmitir esa ansiedad transmutada en salvoconducto, en receta, en mapa. Le debemos todo a nuestros antiguos.

Puedes encontrar todas las entregas de esta serie de artículos aquí: El Terror

3 comentarios

Vicente octubre 10, 2024 - 4:08 pm

La abuela Daniela sí que sabía.

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Txolo octubre 10, 2024 - 5:35 pm

Impresionante relato, gran muestra y descripción del miedo como herramienta de poder, necesario reconocimiento del valor del cuento como precursor del género fantàstico. Qué bello y qué siniestro cuando Daniel Aragonés nos habla en una nueva entrega sobre el terror y cómo este se fundebpor ejemplo con historias de búsqueda del tesoro. Esa ansiedad que busca desesperadamente el tesoro que snhela. Gracias por tu incisivo anàlisis one more time. “On the road” again.

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Román octubre 10, 2024 - 9:32 pm

Me encanta. Ese trovador que nos habla de historias, el origen, la responsabilidad de contar, las consecuencias. El poder. Echaba de menos la saga de El Terror.

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