Jumbee: No solo de zombis vive el vudú
Cuando pensamos en literatura de terror vinculada a Haití, las Pequeñas Antillas y el Caribe en general, no es difícil que nos centremos en el concepto de «zombi». Me refiero, claro, al zombi pre-Romero, el que ha salido de la tumba mediante ritos entre lo religioso y lo mágico, más que a la actual visión del monstruo que asola la tierra contagiando a mordiscos. De esa diferencia y evolución hablaremos otro día.
Quiero hoy tocar otras tradiciones, distintas vertientes de la otredad en la zona citada. Resulta una cultura muy rica en tradiciones, gracias el heterogéneo eclecticismo folclórico de la región. Vamos, que mezclan muchas cosas. Sobra decir que a las tradiciones y religiones propias se unió la espiritualidad de los colonizadores occidentales y la de muchos africanos que fueron llevados allí como esclavos, dando lugar a esa mezcla de ritos, creencias y visiones del mundo tan única. Y tan endogámica en un primer momento, ya que se trata de un ambiente bastante cerrado que tarda en comunicarse con el exterior.
Cabe pensar que eso habrá ocurrido a lo largo de la Historia en muchos lugares y civilizaciones. Después de todo, nos hemos pasado la vida invadiéndonos unos a otros y el vencedor siempre ha llevado sus creencias, mientras que el vencido las ha adoptado tratando de no perder las propias. La diferencia es que, en este caso, el fenómeno es tan reciente como para que podamos ver su evolución y efectos con bastante cercanía y objetividad. Si queremos, claro.
Me parece interesante profundizar un poco, no demasiado porque no somos historiadores, en el motivo de esta mezcla, en su desarrollo, para entender mejor sus resultados y lo que aportan a la narrativa de terror y fantasía. Vamos con ello.
Colón llega a esta zona y bautiza la isla con el nombre de La Española, donde habitaban ya dos etnias diferentes, los taínos y los caribes. Los primeros llevaban mucho tiempo allí, eran un pueblo pacífico y culto, mientras que los segundos, recién llegados, eran más violentos y belicosos y estaban desplazando a los taínos. Y claro, llegan los europeos, que pronto verán las ventajas estratégicas del lugar como puerto de paso y enlace entre continentes, y las posibilidades comerciales de una tierra tan fértil. En las siguientes décadas se produce la casi total extinción de los pueblos autóctonos y el inicio de la explotación comercial del Caribe. Españoles, holandeses, ingléses, franceses… Estados oficiales, piratas y bucaneros pululan por el lugar. No olvidemos la cercanía de Tortuga, isla que os sonará si os gustan las historias de piratas y que se encuentra a tiro de piedra al norte de Haití. La isla tendría su historia propia y su leyenda, pero de piratas ya hablaremos en otra ocasión.
Decíamos que esta población taína y caribe será diezmada por la llegada de los europeos, y pronto estará en peligro de extinción. En esa época, un tal fray Bartolomé de las Casas insistía en las cortes europeas en lo deleznable y pecaminoso de esclavizar a los indios americanos (permitánme estas incorrecciones para resumir el cuento) y sugería, o alguien decidió, que mejor hacerlo con los negros de África. Según parece, se atribuía a los indios el tener alma, mientras que a los africanos no. Tan repugnante idea dio lugar al esclavismo, a una especie de invasión de África en la que se calcula que fueron desplazadas más de diez millones de personas, apresadas en sus países de origen y llevadas a la fuerza a las tierras americanas.
Aproximadamente medio millón de ellas acabaron en Haití y las islas cercanas. Mucho se podría hablar de las salvajadas que todo esto conllevó, de cómo las islas se fueron convirtiendo en un constante de plantaciones y se destruyó su ecosistema, de las peleas entre potencias europeas, y de cómo tras la Revolución Francesa y la independencia de las trece colonias americanas, las ideas de libertad van cuajando en Haití, dando lugar a la única rebelión de esclavos exitosa en la Historia. Pero no somos historiadores. La cosa es que, allá por 1804, cuando Haití es ya una población de negros y mulatos nacidos allí, la fusión de las culturas autóctonas, el cristianismo en sus diversas versiones y las creencias espirituales de los distintos pueblos africanos se ha convertido en una espiritualidad propia, diferente y con una identidad muy clara. Identidad que defienden con lógico entusiasmo sus creyentes, puesto que en ese tiempo están enfrentados al mundo. Identidad que ha evolucionado, como hacen todas las creencias, pero que se mantuvo y se mantiene diferente a otras, y que por tanto da frutos literarios plenamente propios, que es de lo que veníamos a hablar.
Acerquémonos, pues, al Caribe y sus fantasmas; y vamos a hacerlo, por supuesto, a través de la literatura. «Jumbee», la palabra que da título a este artículo, es un término bastante ambiguo que engloba a los seres preternaturales de carácter maléfico propios de esta tradición. ¿Estoy hablando del zombie? Creo que no, puesto que este carece de voluntad, y por tanto no puede ser bueno ni malo. Me refiero más a fantasmas, espectros, aparecidos, teriántropos, seres divinos…. de todo hay en esta rica tradición, gracias a los muchos ingredientes de la mezcla. Y, si alguien se ocupó de ello con conocimiento y talento, fue Henry S. Whitehead en su Jumbee y otros relatos de vudú. Bueno, creo que sería una mejor traducción «otros relatos sorprendentes», pero así está publicado.
El señor Whitehead fue diácono en la zona de la que hablamos allá por 1920, y quedó ciertamente impresionado por las tradiciones locales. Era además amiguete de Lovecraft y otros autores cercanos, aunque para nada podemos incluirle en el llamado «círculo». Como escritor, no tenía ningún apego a desarrollar el terror cósmico; era más bien un racionalista que escribía desde el análisis de las tradiciones y sus orígenes o consecuencias, alejándose mucho de lo que estamos acostumbrados a leer en otros autores. El fantasma, el vampiro, el zombie, tienen la obra de Whitehead un aspecto más cercano, están más a este lado del velo de la realidad, puesto que son sometidos a un análisis en momentos casi científicos, propios de un observador racional que no se deja arrastrar por lo sensorial o la supersticiones asociadas a los eventos inexplicados.
Los relatos publicados en la mencionada obra se publicaron en la revista Weird Tales, y fueron recopilados tras la muerte del autor por Arkham House, la editorial creada por August Derleth. No se le escapaba una, al amigo Derleth.
Bueno, voy a centrarme en dos de dichos relatos: Cassius, que me parece el mejor ejemplo de este terror racional sometido a análisis y narrado con solvencia, elegancia y un toque de diversión que creo sirvió a Whitehead para negar el terror en su forma sobrenatural, o al menos dejarlo en entredicho; y Jumbee, una muestra del aspecto contrario, una exposición tan breve como contundente de las más básicas supersticiones aludidas. Ambos relatos están narrados por colonizadores blancos, habitantes de las islas pero con una influencia cultural europea muy clara. Resultan interesantes como exposición de la jerarquía social del lugar. La división de clases no es tan simple como «negros y blancos», pues de hecho hubo en algún momento una clasificación que distinguía ciento veintiocho tipos de personas, dependiendo de la mezcla de sangres, de los antepasados negros, blancos o en distinto grado de mestizaje que cada individuo tuviera. Aunque esto ocurrió durante la ocupación francesa, anterior a la rebelión, su vigencia era plena en el momento de nuestros relatos, situados en el periodo entre la primera y segunda guerras mundiales.
Por supuesto, la movilidad social y las aspiraciones de cada persona estaban muy determinadas por este hecho, y las diferencias entre braceros, agricultores, criados, propietarios de comercios o talleres, dueños de grandes plantaciones, etc., tenían como filtro inevitable este filtro social. Y como suele ocurrir, serán las clases más desfavorecidas las que se impliquen en mayor medida en el pensamiento mágico-religioso, las que sostengan las tradiciones y creencias. Ya me perdonarán el intento de abordar el tema con cierta objetividad aséptica, tratando de ceñirme a lo literario y su contexto, porque es a lo que venimos.
Whitehead emplea por tanto el mismo método en ambos relatos. El hombre blanco, ajeno en todo o en parte a las tradiciones, se encuentra metido de lleno en ellas. Una buena manera de explicar a los lectores cómo es ese mundo. En Jumbee nos encontramos a un narrador local, el señor Da Silva, que habla de la magia del lugar a su visitante, el señor Lee, contándole sus experiencias de primera mano. Tras la muerte de uno de sus mejores amigos, Da Silva acude a su casa, convencido de que ha fallecido por un ataque al corazón. Por el camino, nuestro narrador se encontrará con tres figuras espectrales —el jumbee colgante, un augurio de muerte— que están en el camino entre ambas casas, simplemente allí, sus cuerpos suspendidos en el aire, desdibujados a partir de las largas piernas hacia abajo, pues el jumbee no tiene pies, y su movimiento es solo una especie de giro o balanceo que le permite mantener la mirada sobre aquel con quien se cruza. Son siempre de raza negra, con rasgos más africanos que mestizos, altos y delgados más allá de lo humano, y en muchos casos como el presente parecen jugar un papel de observadores, sin interactuar con el sujeto. Una especie de amenaza latente, un augurio, como ya he dicho, que nos anuncia la desgracia propia o de nuestras personas cercanas.
Da Silva sigue su camino hasta llegar al hogar de su amigo recién fallecido, y allí nos describe su encuentro con el segundo ser sobrenatural. En las escaleras de entrada a la casa hay una anciana negra, sentada en silencio, que no reacciona a su llegada. Es evidente que esto le llama la atención, puesto que lo normal en esta sociedad tan estratificada es que el saludo parta de la persona más desfavorecida hacia la más pudiente. De pronto, la mujer desaparece y Da Silva se encuentra frente a una especie de perro blanco que va creciendo, como hinchándose, mientras se acerca a él en actitud hostil. Da Silva sabe que se trata de un sheen (chien, perro en francés), cuyo simple contacto resulta mortal, y es la versión del hombre lobo en esta tradición. Un teriántropo no sujeto a las fases lunares, ligado a la tierra con toda la fuerza de la tradición y el folclore. Da Silva rechaza a la criatura golpeándola con su bastón de madera de vid, y lo hace con tanta fuerza que está a punto de caer, se desequilibra y la pierde de vista durante un momento. Cuando se recupera, la sheen ha desaparecido y solo el ruido de su huida a través de la espesura deja algún rastro de su presencia.
El relato termina aquí, siendo una breve exposición de las tradiciones mágicas de la zona, y una muy buena introducción al resto del volumen. En el siguiente, Cassius, pasaremos de la exposición a la interacción, de una historia pasada a una vivida en tiempo presente, en la que Whitehead nos manifestará con mayor claridad las reacciones de los personajes ante la peculiar otredad caribeña, y que analizaremos sucintamente en un próximo artículo.
Mientras tanto, os invito a escuchar la versión en audio de Jumbee en Territorio Extrañer (lo podéis escuchar al final de este artículo), y a leer Los jacobinos negros de C. L. R. James para conocer un poco mejor la historia de la zona.
JUMBEE: VOODOO IS NOT JUST ABOUT ZOMBIES
When we think of horror literature linked to Haiti, the Lesser Antilles, and the Caribbean in general, it’s not difficult for us to focus on the concept of “zombie”. I’m referring, of course, to the pre-Romero zombie, the one who has risen from the grave through rituals blending the religious and the magical, rather than the current vision of the monster that ravages the Earth by infecting through bites. We’ll discuss that difference and evolution another day.
Today, I want to explore other traditions, different facets of otherness in the mentioned area. It proves to be a culture very rich in traditions, thanks to the heterogeneous folkloric eclecticism of the region. In other words, they mix a lot of things. Needless to say, the traditions and religions of the region were joined by the spirituality of Western colonizers and that of many Africans who were brought there as slaves, giving rise to such an unique mixture of rituals, beliefs, and worldviews. It was initially quite endogamous, as it is a fairly closed environment that takes time to communicate with the outside.
One would think that this would have happened throughout history in many places and civilisations. After all, we’ve spent our lives invading each other, and the victor has always carried his beliefs, while the defeated have adopted them, trying not to lose his own. The difference in this case is that the phenomenon is so recent that we can observe its evolution and effects quite closely and objectively, if we choose to do so. I find it interesting to delve a bit, not too deeply since we are not historians, into the reasons for this mixture, its development, to better understand its outcomes and what it contributes to the narrative of horror and fantasy. Let’s proceed.
Columbus reached this region, baptizing the island with the name La Española, where two different ethnic groups, the Tainos and the Caribs, already inhabited. The Tainos had been there for a long time, being a peaceful and cultured people, while the Caribs, newcomers, were more violent and warlike, displacing the Tainos. And of course, the Europeans arrive, soon recognizing the strategic advantages of the location as a port of passage and a link between continents, as well as the commercial possibilities of such fertile land. In the following decades, the near-total extinction of the indigenous peoples occurs, marking the beginning of the commercial exploitation of the Caribbean. Spaniards, Dutch, English, French… official states, pirates, buccaneers all roam the area. Let’s not forget the proximity of Tortuga, an island that might sound familiar if you enjoy pirate stories and is located a stone’s throw north of Haiti. The island has its own history and legend, but we’ll talk about pirates on another occasion.
We mentioned that the Taino and Carib population would be decimated by the arrival of the Europeans, putting them in imminent danger of extinction. During that time, a certain Friar Bartolomé de las Casas insisted in European courts on the despicable and sinful nature of enslaving Native Americans (allow me these inaccuracies to summarize the story) and suggested, or someone decided, that it would be better to do it with Africans. It seems that the Indians were attributed with having souls, while Africans were not. This repugnant idea led to slavery, a kind of invasion of Africa where it is estimated that over ten million people were displaced, captured in their home countries and forcibly taken to the Americas. Approximately half a million of them ended up in Haiti and the nearby islands.
Much could be said about the atrocities that all this entailed, how the islands turned into constant plantations, and their ecosystems were destroyed. There were fights among European powers, and after the French Revolution and the independence of the thirteen American colonies, ideas of freedom took hold in Haiti, leading to the only successful slave rebellion in history. But we are not historians. The thing is, around 1804, when Haiti is already a population of blacks and mulattos born there, the fusion of indigenous cultures, Christianity in its various forms, and the spiritual beliefs of different African peoples has evolved into a distinct spirituality with a very clear identity. This identity is ardently defended by its believers, as at that time, they are in conflict with the world. The identity has evolved, as all beliefs do, but it has remained and continues to be distinct from others, yielding literary fruits that are entirely unique, which is what we came to talk about.
Let’s approach the Caribbean and its ghosts, and let’s do it, of course, through literature. “Jumbee,” the word that gives title to this article, is a rather ambiguous term that encompasses malevolent preternatural beings inherent to this tradition. Am I talking about zombies? I don’t think so, as they lack will, and therefore, cannot be considered good or evil. I’m referring more to ghosts, specters, apparitions, therianthropes, divine beings… there’s everything in this rich tradition, thanks to the many ingredients in the mix. And if someone dealt with it with knowledge and talent, it was Henry S. Whitehead in his “Jumbee and other uncanny stories”.
Mr. Whitehead was a deacon in the area we are discussing around 1920, and he was certainly impressed by the local traditions. He was also friends with Lovecraft and other nearby authors, although we cannot include him in the so-called “circle”. As a writer, he had no attachment to developing cosmic horror, being more of a rationalist who wrote from the analysis of traditions and their origins or consequences, deviating greatly from what we are accustomed to reading in other authors. The ghost, the vampire, the zombie have a more tangible aspect in Whitehead’s work; they are closer to this side of the veil of reality, as they undergo analysis in almost a scientific manner, typical of a rational observer not swayed by the sensory or superstitions associated with unexplained events.
The stories published in the mentioned work appeared in the Weird Tales magazine and were compiled after the author’s death by Arkham House, the publishing house created by August Derleth. Derleth certainly didn’t miss a beat.
Well, I’m going to focus on two of these stories, “Cassius,” which I consider the best example of this rational terror subjected to analysis and narrated with competence, elegance, and a touch of amusement that I believe served Whitehead to deny the supernatural aspect of terror, or at least cast doubt on it. And “Jumbee,” a sample of the opposite aspect, a brief yet forceful exposition of the most basic superstitions alluded to. Both stories are narrated by white colonizers, inhabitants of the islands but with a very clear European cultural influence. They are interesting as an exposition of the social hierarchy of the place. The class division is not as simple as “blacks” and “whites,” as there was, in fact, a classification at some point that distinguished a hundred and twenty-eight types of people, depending on the mix of blood, whether an individual had black, white, or varying degrees of mestizo ancestry.
Although this happened during the French occupation, predating the rebellion, its validity was still strong at the time of our stories, set in the period between the first and second world wars. Of course, social mobility and the aspirations of each person were highly determined by this fact, and the differences between laborers, farmers, servants, shop or workshop owners, owners of large plantations… inevitably went through this social filter. As is often the case, it was the most disadvantaged classes that were more involved in magical-religious thinking, upholding traditions and beliefs. Please forgive my attempt to approach the topic with a certain objective neutrality, trying to stick to the literary and its context, because that’s what we’re here for.
Whitehead employs the same method in both stories. The white man, wholly or partly ignorant of the traditions, finds himself immersed in them. A good way to explain to readers what that world is like. In “Jumbee,” we encounter a local narrator, Mr. Da Silva, who speaks about the magic of the place to his visitor, Mr. Lee, recounting his first-hand experiences. After the death of one of his best friends, Da Silva goes to his house, convinced that he has died of a heart attack. On the way, our narrator encounters three spectral figures – the hanging jumbee, an omen of death – standing in the path between the two houses, just there, their bodies suspended in the air, blurred from the long legs downward, as the jumbee has no feet, and its movement is only a kind of rotation or swaying that allows it to keep its gaze on those they cross paths with. They are always of black race, with more African features than mixed, tall and thin beyond the human, and in many cases, like the present one, they seem to play the role of observers without interacting with the subject. A kind of latent threat, an omen, as I mentioned before, announcing the misfortune of oneself or those close to us.
Da Silva continues his journey until he reaches the home of his recently deceased friend, and there he describes his encounter with the second supernatural being. On the entrance stairs of the house, there is an old black woman, sitting in silence, not reacting to his arrival. It’s evident that this catches his attention, as in this highly stratified society, the norm is for the greeting to come from the less privileged person to the more affluent one. Suddenly, the woman disappears, and Da Silva finds himself facing a kind of white dog that grows, inflates, as it approaches him in a hostile manner. Da Silva knows that it is a “sheen” (French for dog is “chien”) whose mere contact is deadly, and it is the version of the werewolf in this tradition. A therianthrope not subject to lunar phases, tied to the earth with all the strength of tradition and folklore, which Da Silva rejects by striking the creature with his cane made of grapevine wood. He does so with such force that he is about to fall, loses balance, and loses sight of it for a moment. When he recovers, the sheen has disappeared, and only the sound of its escape through the thicket leaves any trace of its presence.
The story ends here, being a brief exposition of the magical traditions of the area and an excellent introduction to the rest of the volume. In the next one, “Cassius,” we will move from exposition to interaction, from a past story to one lived in the present, where Whitehead will manifest more clearly the characters’ reactions to the peculiar Caribbean otherness, and we will briefly analyze it in an upcoming article.
In the meantime, I invite you to listen to the audio version of “Jumbee” in Territorio Extrañer and to read “The Black Jacobins” by C. L. R. James to get to know the history of the area a little better.
JUMBEE: AUDIORRELATO EN TERRITORIO EXTRAÑER
J. D. Martín
Redactor, Forjador
2 comentarios
Articulazo.
Que análisis más certero. Una delicia de artículo. Siempre se aprende en esta casa.