Espejo social
La comparativa enfermiza y continua que impulsa a unos pocos a la repulsión me obliga a desenfundar mi mayor arma: la opinión reflexiva. Hablo de la eterna mirada, convertida en insulto, en intolerancia, hacia un reflejo inventado que se transforma en nosotros mismos y nos ataca sin un fundamento que se pueda o deba respaldar. En resumen: vernos al otro lado del espejo de la ficción.
La soberbia del público que se esconde bajo su butaca y emerge para criticar alegando que en su vida tuvo traumas y lo que dices es basura hiriente, que tus personajes no tienen derecho a vivir y que tú aprovechas para sacar tu verdadero yo. En este caso, los factores impiden la comprensión y arrinconan al género de terror y a la literatura prohibida hacia la vulgaridad, hacia el vacío, hacia la casquería —muchos autores evitan el realismo de un modo claro, y se apoyan en la planicie, en la moda. Amoldan sus personajes y los alejan de cierta realidad. El bueno y el malo. Víctima y verdugo. Guapo y menos guapo. No existen prostitutas que amen su trabajo ni asesinos que puedan contar su vida de un modo plácido—. Este tipo de público, cada vez más extendido, pisotea lo absurdo y obstaculiza la libre expresión tal y como yo la concibo.
Autores como Pedro Juan Gutiérrez tienen las ideas tan claras que para algunos son demonios inclasificables, escoria humana —los confunden con sus personajes de un modo estúpido, los meten en el mismo saco de sus historias—. Lo mismo puedo decir de Bukowski, Henry Miller, Ryu Murakami o Gordon Lish, entre muchos otros. Si lo que buscáis son temáticas que os permitan conectar con el público y atravesar la cuarta pared, aquí tenéis el consejo más importante: haced daño a ese sector de la población que tanto detestáis, haced que se corra de gusto su antagónico, cread un personaje real, que sufra, que haga sufrir, que disfrute, que haga daño. En definitiva, que tenga vida, personalidad, ganas de joder y predisposición a la hora de bajarse los pantalones y vivir en la miseria, ya sea existencial, material o espiritual. Puede que los autores de los que suelo hablar no estén ubicados dentro de la literatura de género, pero sus obras son terroríficas, sus escenarios, sus pasajes. La oscuridad de sus personajes impide que ciertos lectores puedan, si me apuráis, abrir sus libros y disfrutar. Crudeza en estado puro, profundidad, maldad sin tapujos, bondad absurda, mala suerte y evolución. Narraciones ridículas, estrambóticas, difíciles, extrañas, fuera de rango y lugar.
Palahniuk y Easton Ellis, por modernidad, son los que mejor manejan estos mundos, mezcla perfecta de realismo y terror, siendo sus historias inclasificables, crueles y salvajes —yo no quiero ser Tyler ni Bateman, pero me encantan, forman parte de mi altar—. Jesse Ball es otro de esos autores que te lleva por mundos extraños y libres. Sus protagonistas son de otro planeta, ni buenos ni malos, ni listos ni tontos. Hacen cosas que yo jamás haría, por eso me gustan. No tienes que empatizar con los personajes de ningún creador. No tienes que trasladar lo que lees a tu propia experiencia. Lucía Berlín es una escritora que puede crear cierta controversia a sus lectores. Su alter ego literario vive con sus hijos y bebe alcohol, sale de madrugada a buscar jarabe de codeína, necesita escapar de su triste realidad, queda con hombres, vive, muere. No hay que convertirse en el personaje, ni siquiera hace falta ponerle cara. Se trata de sentir. Si todo fuese un traje de piel hecho a medida nos convertiríamos en robots. Y no es eso lo que queremos, hacedme caso. Yo nunca me he metido heroína y me encanta Yonqui, de Burroughs. Estoy en contra del militarismo y me apasiona En el ejército del faraón, de Tobias Wolf. Me gusta ser alguien que no soy y sentir lo que él o ella siente, es mi momento de evasión —a veces quiero matar, conducir en dirección contraria, enterrar un cadáver, beber hasta morir—. Por eso pienso que al terror actual le falta algo de profundidad, y es culpa del maldito mindfulness. Esa negación reflota en la literatura prohibida, es inevitable. La vertiente de los ofendidos está jodiendo las trincheras del arte porque se ha convertido en censura.
¿Quién se salva? Stephen King lo hace perfecto. Gente medio normal, vidas anodinas en muchos casos, arropado todo ello por historias y eventos extraordinarios. Es de los pocos que escribe para todos los gustos sin caer en un nicho de mediocridad. Utiliza la parte extraordinaria para sacar al lector de su zona confort. Es el maestro y tiene su hueco permanente en el mercado. Un estilo único y una forma de trabajar maravillosa —ojo, no obvia lo que intento explicar, ni mucho menos; todo lo contrario, te lo mete como placebo puro y duro—. En Escoria, de Irvine Welsh, y con esto me voy al otro extremo, el personaje principal es absoluta basura humana: Bruce Robertson. No creo que exista un ser más vomitivo y con el que empatice menos, sin embargo me reí a carcajadas leyendo la novela. No es de terror, insisto, pero da más miedo que un hombre lobo en el aparcamiento del Carrefour de Parla.
No voy a hablar de los clásicos por un simple motivo, ellos tenían que guarecerse de la lluvia de flechas, por eso lo dejaban todo listo para meter su crítica en la parte terrorífica. Una vuelta de tuerca, de Henry James, es una obra con un alto contenido social, y hablaba de las relaciones lésbicas, básicamente, de lo prohibido y condenado. Una obra de terror que esconde la verdad. Con esto solo quiero decir que la locura no le parece mal a nadie, pero meter a un asesino en primera persona es de mal gusto para esta sección de lectores ofendidos.
La modernidad nos ha ofrecido un abanico de posibilidades infinito. No hay que tener miedo. Que tampoco quiero decir que estemos obligados a utilizar personajes incómodos. La libertad creativa es maravillosa, necesaria —así debería ser—. No podemos ser categóricos y dictar sentencia, condenar una obra, mandarla a la hoguera, fusilar a su autor o autora. Hablo de libertad creativa, divergencia. El espejo social hay que romperlo en mil pedazos y acarrear con los siete años de mala suerte. Las propias vivencias llevadas al extremo de la crítica sobran en la ficción, para eso tienes las secciones de sucesos en los periódicos.
Ahora voy a meter mi pedacito de intrahistoria, para explicar el porqué de este artículo. Todo empezó con este post que publiqué el otro día:
La gente buena no sirve para la literatura, lo que sirve para la literatura es la gente venenosa, con problemas, con dificultades, los asesinos en serie, la gente mala, la gente demoníaca, la gente que vive en un infierno. Las historias de la gente buena a nadie le interesan. Simple. Sencillamente porque es aburrido.
Pedro Juan Gutiérrez
El aluvión de comentarios fue exagerado en cuanto al contenido malentendido del autor cubano. Unos lo aman, como es mi caso, y otros no pueden evitar mirarse en el espejo social y detestarlo. Sin tan siquiera probar un poco del pastel. Así funciona el mundo. Tienen que decirnos qué es bueno o malo. El libre albedrío es una cosa al alcance de muy pocos. Terrorífico. Todo este tema da para un ensayo entero. La búsqueda de lo prohibido, de políticamente incorrecto, de lo socialmente tachado. Una mente colectiva en proceso de descomposición está al mando de todo. Por mi parte, no voy a caer en el nicho aceptado, sino en el adecuado.
Comentario adyacente: Alejo de esta crítica a Txolo —Francisco Díaz Rodríguez—, un auténtico librepensador que me hace reflexionar y me ayuda a enfocar mejor mis ideas. Dedicación especial, amigo, gracias por crear siempre debates de interés y querer que el mundo mejore.
Puedes encontrar todas las entregas de esta serie de artículos aquí: El Terror
Daniel Aragonés
Colaborador
3 comentarios
Carrefour Parla no patrocina este espacio.
Brutal y bastarda reflexión, en la que concuerdo con varias de sus aristas.
La literatura actual, de género, y de venta, es plana, sin picos ni curvas ni ángulos ni valles.
Cuesta empatizar o reconocerse, en lo bueno y en lo malo.
Ya el terror, puro estereotipo, excepto por unes poques y pocas…
Pero, ya solo por eso, merece la pena.
Grande, Dani.
Gracias x darme tanto, por ensanchar nuestras mentes con tu libertad creativa, no cambio mi consejo nunca: PLEASE no dejes NUNCA tu búsqueda y tu camino de ser escritor underground que ninguna coraza puede sujetar.