El terror (XIV)

por Daniel Aragonés

El monstruo interior: un instrumento al servicio de la desgracia.

¿De qué hablamos cuando nombramos a ese ser que domina nuestros impulsos más salvajes y violentos? ¿Acaso somos capaces de hacer oídos sordos y dejarnos llevar por la mano negra de la majadería y el horror? Quizás deberíamos preguntar a Norman Bates, más bien a su creador, de sobra conocedor de lo que intento decir.

Por regla general, más allá de brotes aislados, los seres humanos no somos esclavos del monstruo interior que intento mostrar en este texto. Puede que seamos violentos, necios, insensatos, zafios, tontos, burdas copias de lo que en realidad deberíamos ser, no lo niego. Pero el verdadero monstruo está lejos.

Voy a entrar en materia, para luego volver a salir y no sé si volver a entrar. Enseguida lo vais a entender:

¿El psicópata nace o se hace? ¿Y el sociópata? ¿Existen diferencias entre ambos? Por supuesto que sí. Me voy a basar en parámetros puramente sicológicos para contestar. Los términos «sociópata» y «psicópata» ni mucho menos son sinónimos. Coinciden en que ambos pertenecen al trastorno de personalidad antisocial. Tienen en común que se refieren a personas que tienden a alejarse de las normas sociales y actúan sin empatía ni escrúpulos. Se podría decir que son manipuladores natos. Seres dominados por el monstruo interior: MONSTRUOS.

Aunque hay bastante controversia y distintos ensayos sicológicos al respecto, la mayor diferencia radica en el origen del trastorno. En resumen: el psicópata nace con el trastorno, con lo cual parte de un problema genético, mientras que el sociópata se forja a partir de la interacción producida en su entorno cercano, sobre todo durante la infancia, momento más delicado.

Alejándome del debate puramente sicológico, tiendo a pensar que el origen de ambos trastornos es una combinación entre los dos factores: genes y entorno. A mi entender, existe cierta predisposición de base. No voy a negar que el psicópata nace siendo psicópata, de hecho, así lo creo —lo he defendido en varias ocasiones—. Solo digo que su tendencia puramente destructiva es fruto de un desorden relacionado con su entorno. Con el sociópata me pasa lo mismo, solo que al revés. Me explico: puede que sean personas con una infancia difícil, no lo niego, pero tienen cierta predisposición genética, algo distinto.

La impulsividad es otro de los factores distintivos. El sociópata, cuando comete algún acto criminal o violento, lo hace de manera impetuosa y apasionada, fruto del fuego interior y el instinto más salvaje. Sin planificar, arrastrado por sus emociones y sin pensar en las consecuencias. El psicópata es todo lo contrario, mucho más frío, capacitado para controlar sus emociones y orquestar sus actos con vehemencia. No suele dejar nada al azar.

Apunte importante: El hecho de sufrir alguno de estos trastornos no implica que el sujeto sea violento o un fuera de la ley. Muchos psicópatas se adaptan muy bien a puestos de jefes intermedios, o en el mundo empresarial, incluso en el deporte. Son incapaces de empatizar, pero ahí están. El sociópata, por el contrario, está disperso por el mundo, incapaz de disimular su afán por infringir las normas.

Segundo apunte para tener en cuenta: el sociópata es capaz de empatizar con las personas de su entorno. Mientras eso ocurre, el psicópata carcajea, pues es un impostor que conoce a la perfección cómo funcionan los sentimientos, de ese modo se fusiona con el entorno y pasa desapercibido.

Ese monstruo interior al que hago referencia convierte a su poseedor en un amasijo de manías y tics, en un creador de catástrofes: emocionales, violentas, económicas, vitales. Tras la primera esquina, una muerte lenta y dolorosa los espera, un encarcelamiento, un asesinato, un robo, una desgracia.

Acotación: en la parte creativa hay que romper la cuarta pared y obligar al lector, al observador externo, a imaginar cientos de escenas brutales, consecuencias nefastas, desenlaces múltiples. Estirar el momento en el que el monstruo emerge, para engrandecer la obra en cuestión. Recordad a Jack Torrance y su transición, cómo la ira se va haciendo con los mandos poco a poco.

Ya sabéis que voy entremezclando conceptos, obras y eventos. El rompecabezas del terror es complejo y necesita que los muros de la cuarta pared se estrechen al máximo. Con el monstruo interior es más fácil empatizar con las víctimas; sin embargo, quiero darle una vuelta de tuerca a este concepto. ¿Por qué? Quizás este sea de mis temas favoritos, ya que recoge muy bien toda la temática y la convierte en hecatombe. Terror en estado puro.

Otros orígenes: el monstruo interior puede partir de la locura y nada más, pura esquizofrenia, un desvarío temporal. Bestias ocultas en la niebla de un brote psicótico, camufladas en las sendas del estrés o en los mares ácidos del nerviosismo y la ansiedad. Locura transitoria que deriva en violencia, en muerte, en fuego.

Hablaré de dos obras que han sido capaces de convertir al monstruo interior en personaje de culto. Icónicas, tanto en la gran pantalla como en formato libro:  El club de la lucha y American psycho.

En la primera tenemos a Tyler, un sociópata irreverente y maleducado nacido de una proyección del inconsciente. Producto del agotamiento vital de un personaje hastiado, insomne y comido por el mundo moderno. No tengo dudas a la hora de afirmar que Tyler es, por antonomasia, el ejemplo más claro de sociópata. Un tipo al que todo le da absolutamente igual, capaz de saltarse cualquier norma: moral, ética, social. Y hacer lo que sale de los mismísimos cojones —si lo digo de otra forma no hago honor a su nombre.

En el caso de American psycho tenemos a Bateman, un psicópata narcisista, violento, comido por la envidia del mundo de los negocios y adicto al control. Su vida es ordenada y pulcra, y él es minimalista, tan perfecto que tiene una tara incurable. Su necesidad por ser continuamente admirado por los demás es detestable. Se ama por encima de sus posibilidades. Por supuesto, carece de empatía.

Otro pequeño apunte: el trastorno de personalidad disociativa implica «la presencia de dos o más personalidades que toman el control de la conducta de una persona de forma recurrente, la mayoría de las veces opuestas entre sí». Estas personalidades alteran la psicología de las personas, incluso pueden llegar a generar recuerdos y pensamientos distintos, generan informaciones privadas y memoria individualizada. Se me ocurren dos ejemplos cinematográficos: Norman Bates —al que nombro por segunda vez— y el protagonista de Múltiple. Me gusta dejarlo así, para que los menos puestos en el tema se preocupen un poco y busquen. Lo tomamos como un juego. 

Poniendo otro ejemplo claro, y doble, de cómo el monstruo interior se hace con los mandos, hablaré de dos relatos: Neikos y La máscara Zuni, ambas de Francisco Santos Muñoz Rico. En el primero vemos el ejemplo claro de psicópata de libro, genes totalitarios unidos a una infancia oscura, tétrica, violenta. Con un toque sicótico bastante claro. En la segunda obra la locura se encarga de colorear la historia. Pinceladas esquizoides, pegotes sobrenaturales y ciertas visiones de lo que en realidad está pasando. Sus textos están en perfecta armonía con la parte clínica de los protagonistas, no hay flecos en ese sentido. Las historias son redondas y fieles a una posible realidad, al margen de lo sobrenatural. Dada nuestra gran amistad, le he pedido que nos regale un relato afín a la temática. Muy interesante cómo nos enseña a construir a partir de ese estiramiento temporal. Magistral y sencillo. Como decía el maestro Lovecraft: debemos enseñar el treinta por ciento de lo que queremos contar, el resto tiene que imaginarlo el lector.

Ama de casa, un relato de Francisco Santos Muñoz Rico

 

Tienes que fregar los platos. Sé que están todos limpios, pero en algo tienes que entretenerte, mujer. Has quitado el polvo de todos y cada uno de los muebles, de las lámparas, del pasamanos de la escalera. Has curioseado un poco en los cajones de los niños, sí, eso también. Has pasado la aspiradora por toda la casa y has fregado el suelo dos veces. Te has cambiado de ropa, podrías seguir perfectamente en pijama, pero llevas puesto un vestido y unos zapatos. Te has peinado, exfoliado, hidratado…

Este año ya has pintado las paredes, todas, y los techos, has cambiado la disposición de los muebles en las habitaciones, has hecho todo lo que se te ha pasado por la cabeza: todo; y aun así solo son las once de la mañana.

La comida de hoy ya está hecha, y en el congelador no caben más fiambreras, están todas perfectamente ordenadas adentro, cada una con el nombre de la comida que contiene en una etiqueta…

Tienes que volver a fregar los platos, porque si no lo haces, vas a tener que enfrentarte a ti misma. Otra vez. Bueno, no a ti, a eso. Eso, definitivamente, no eres tú.

Tal vez debieras salir a comprar, aunque no quepa ni una sola lata más de atún en la alacena, ni entre en el armario de la limpieza una sola botella más de oxígeno activo.

Puedes comprarte ropa. Siempre hay ropa que comprar; das la vieja, la mayoría todavía con las etiquetas puestas, a la iglesia, para los pobres; y compras nueva.

Eso.

Después de refregar los platos, sin prisa, vas a llenar una bolsa de basura de comunidad con ropa vieja, la vas a llevar a la iglesia, el padre Ramiro se va a alegrar tanto como siempre, y después vas a comprarte vestidos, bragas, medias, unas botas…

Cualquier cosa antes que enfrentarte de nuevo a eso.

Buena chica.

Puedes encontrar todas las entregas de esta serie de artículos aquí: El Terror

1 comentar

Vicente marzo 6, 2023 - 1:17 pm

Pedazo artículo, encima aderezado con un relato. Buen trabajo, so putazos.

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