XXXIX Club de Lectura de Terror: UNA ORACIÓN POR LOS QUE MUEREN

por José Luis Pascual

Retomamos las lecturas tras un pequeño parón. Una oración por los que mueren ha dividido opiniones, es cierto, pero en general ha supuesto una agradable sorpresa para todos aquellos que no conocíamos a Stewart O’Nan. Caracterizada por su narrador en segunda persona, el autor nos traslada a poco después de la Guerra Civil norteamericana para narrar la expansión de una epidemia mortal en una pequeña población. 

Es la hora de presentar las conclusiones de esta edición del Club de Lectura. Incluimos varias opiniones de la novela por parte de los miembros del Club, así como el debate que realizamos sobre Una oración por los que mueren.

Esperamos que os guste.

Los miembros del club hablan

Lo primero que te llama la atención en Una oración por los que mueren (A Prayer For The Dying), de Stewart O’Nan, es la narración en segunda persona. De hecho, cuando empiezas a leerla dirías que la novela arranca en medio de un diálogo o algo parecido, pero a medida que vas avanzando por ella te tas cuenta de que se trata de algo más deliberado y más profundo y, aunque al principio te cueste un poco adaptarte a ese punto de vista en un texto largo como este, esa voz que te interpela acaba por situarte en la mente de su protagonista de una manera absorbente, que se ve reforzada por el uso constante del flujo de conciencia. Todo ello se hace aún más notorio, si cabe, cuando te enteras, a medida que la trama va avanzando, de que además estás frente un narrador no fiable, a quien sus congéneres tildan de poco menos que de loco, ya que ha vuelto traumatizado de la Guerra Civil de EE. UU. y que no solo es el representante del orden del pueblo, sino también el sacerdote y el enterrador. Policía, juez y verdugo, por tanto.

La narración arranca en el principio de la catástrofe y percibes ese tono ominoso que ya se cuela desde el título mismo de la novela y que va progresando a medida que la desgracia se ceba con el pueblo y contigo, como protagonista. Desgracia que no solo sufres en tu propia familia, sino que además te obliga a enterrar a tus vecinos con tus propias manos, uno detrás de otro. Es entonces cuando la segunda persona de O’Nan adquiere su poder y haces tuyas las dudas e incertidumbres de su protagonista, hasta desembocar en un tercio final que es una letanía agónica que se dirige inexorable hacia la devastación más absoluta, tanto exterior como interior.

¿Qué es una oración? Al fin y al cabo, no se trata más que del acto de hablarle a la divinidad, de tú a tú, ya sea para pedir, para agradecer, para lamentar, o, como es el caso, para buscar un consuelo en el implacable avance de la muerte. Esta obra es una oración en la que las barreras entre tú y el personaje (y entre tú y el escritor) se diluyen a favor del colapso, una oración en la que el escritor busca consuelo en ti, o quizá en sí mismo, o en la parte trascendental de sí mismo. No lo sabemos, y en realidad no importa, porque lo que queda es la obra, que es testigo de sí misma y se hace verbo con tu lectura.

Bernard J. Leman

Como un perro muerto que se va descomponiendo en mitad de la calle sin que nadie lo recoja. Así es Una oración por los que mueren, y esa es la sensación que me transmitió: la de una permanente y paulatina desolación.

Contamos con un personaje narrador en segunda persona, un personaje que poco a poco se va transformando de un observador aséptico a una voz que ofrede dudas en cuanto a su objetividad. Su comportamiento es frío, metódico, casi ajeno al trauma y al desastre que se arraciman a su alrededor. El contraste me parece muy poderoso. Todo el mérito a Stewart O’Nan por tal recurso. 

La novela se sitúa poco después de la Guerra de Secesión y cuenta la expansión de una epidemia en Amistad, una pequeña población americana que ve cómo su censo de habitantes se va diezmando poco a poco. Con escenas que sugieren y muestran por igual, O’Nan retrata con fidelidad un infierno que va cercando al protagonista y al decorado, sumergiendo de camino al lector en un vendaval de tierra, humo, fuego, desesperación, muerte y putrefacción. Todo en varias capas, tanto literales como metafóricas.

Si bien el ritmo es más que adecuado, tan solo en unos pocos pasajes se permite el autor derivar en el pensamiento del protagonista hacia la constante duda sobre su fe. Estos pasajes resultan algo cargantes, aunque por fortuna no entorpecen el global.

La utilización de la segunda persona me parece ejemplar. No es sencillo aguantar toda una novela con este tipo de narrador, pero el autor logra que el recurso pase desapercibido gracias a situarse tan pegado a su personaje que a menudo pareciera que estuviesemos leyendo una novela en primera o tercera persona. Lograr tal evanescencia merece mi aplauso. 

Por lo demás, el carrusel de acontecimientos no da tregua pese a la calma del personaje. Ser testigos de lo que sucede a sus seres cercanos, sobre todo con la habilidad con que O’Nan nos lo ofrece, llega a erizarnos la piel. Estamos ante una obra que destaca por ambientación y por la inmersión del lector en la historia. No es una novela amable Una oración por los muertos, y sin llegar a niveles de deshumanización de La carretera, por ejemplo, sí que ofrece un tremendo fresco sobre la individualidad, la identidad y la culpa. Gran novela.

José Luis Pascual

Debate

Os dejamos con el debate realizado en directo el pasado 11 de junio, que contó con la participación de JL Pascual, Óscar Sabater, Jota y Daniel Piniella. Esperamos que os guste.

Próxima lectura: Música nocturna, de John Connolly.

Deja un Comentario

También te puede gustar

Utilizamos cookies propias y de terceros para mejorar la experiencia del usuario a través de su navegación. Si continúas navegando aceptas su uso. Aceptar Leer más