Siempre me enfrento a la página en blanco, no me asusta. A veces a punta de pistola, otras con determinación e ideas desbordantes, y en ocasiones lo hago en plan ejercicio de autocomplacencia —onanismo literario sin pretensiones—. Lo importante es sentirse vivo como escritor, como persona, como animal. El laboratorio irreverente es eso, un jugueteo con la página en blanco, una forma de transmitir al lector ciertas cosas: bien sean emociones, conocimientos o simplemente reflexiones relacionadas con la escritura y mis curiosas andanzas en este mundillo. Y qué mejor escaparate que este, Dentro del Monolito. Alejado de la putrefacción social que nos intenta devorar y convertir en idiotas. No hacen falta muchos lectores, y explico el porqué: solo te busco a ti, nada más, multiplícate por un millón si quieres.
¿Qué hacemos aquí, en este mundo, en esta jungla de escritores, editores, libreros y demás calaña? ¿Somos los malditos? ¿Qué somos? Señalados por la desdicha de lo cotidiano, ese sería el término más afín. Cualquier cosa positiva que nos pasa, por nimia que sea, nos parece la panacea. Con lo cual, formar parte de esta casa, rodeado de feligreses de la falsa creencia de los perdedores, me convierte en señalado por la madre suerte, ¿no? Somos seguidores de esa senda mencionada y transitada durante años por un grande de la literatura, ¿quién será? Su andadura está plagada de malaje, incertidumbre, borracheras y mala suerte. Somos sus fieles sin saberlo, sus bestias del futuro, sus vástagos.
Nadie dijo que este texto estuviese cargado de coherencia. De eso se trata, de hacer lo que me da la real gana —puta gana—. Soy un escritor maldito, ¿no? Muchos monolitos lo son, pero ¿de qué hablamos cuando decimos «Escritor Maldito»? Aquí va un resumen escueto: Autor, o genio, o pringado que escribe, que según dicta su dichosa reputación, lleva el mal en sus entrañas. Ni más ni menos. Joder, entonces yo llevo el mal en mis entrañas, ¿no? Contestad: ¿Creéis que llevo el mal en mis entrañas? Pues claro que no, es mi reputación, son mis pintas, mi pasado, la paliza que le pegué a ese gilipollas en la puerta de un bar. O igual sí llevo el mal, ahora que lo pienso. Ya no lo sé. El caso es que es un término subjetivo, arropado por la intrahistoria y ciertas anécdotas. Caes en esta casilla y da igual lo que hagas, estás maldito.
Dicho esto, ¿quién es el maldito personaje en cuestión?
En este caso, hablaré del protervo escritor por excelencia, Charles Bukowski, cuya obra trascendió por encima de su figura y lo llevó a pasar sus últimos 25 años de vida como merecía: alejado de las calles, las peleas y la guerra social. Pero nunca de su apelativo maldito. Eso jamás. A sus 49 años consiguió dedicarse a tiempo completo a la escritura. Pero nunca dejó atrás esa figura oscura, esa desdicha, esa senda del perdedor.
Bukowski nació en 1920, en Andernach (Alemania), pero sus padres pronto emigraron al país de las oportunidades para sepultar sus temores con más mierda. Sí queréis conocer su infancia podéis leer Hijo de satanás o La senda del perdedor, en ambos se puede entender lo duro que es tener un padre que jamás consiente el desvarío del artista, lo duro que es tener la cara llena granos y que los quiten con un bisturí, y un montón de cosa más. Sin duda, su padre fue el instigador que condujo su figura hasta la perdición. En parte, no hay que olvidarlo, fue el gran forjador de su figura como Escritor de baja estopa. Pues lo echó de casa y medio destruyó su obra. Desde ese momento, el peregrinaje de Bukowski fue a trompicones, siempre durmiendo en la calle, en pensiones de mala muerte, callejones y rincones rodeados de basura. Prácticamente no volvió a escribir hasta los 35 años. En condiciones de vagabundo es muy difícil llevar una continuidad. Por supuesto, leyendo esto se debe entender que era un inadaptado. Una pena, pues no pudo acabar su carrera de periodismo y terminó su primer periplo de ignominia ingresado en un hospital después de haber cagado sangre. Así lo cuenta él. Prácticamente volvió a la vida. Desde ese momento decidió recuperar su razón de ser principal, la escritura, siempre que la vida le respetase, cosa bastante compleja para un hombre como él.
Vamos con un cambio de rumbo.
Tenía 16 años cuando leí el primer libro de Bukowski, Música de cañerías. Iba en el tren con el pequeño libro, un recopilatorio de relatos de todo tipo. ¿Por qué me gustaba tanto ese cabrón? No tengo palabras para describirlo. Solo diré que una de aquellas historias me resulta imposible de olvidar. Trataba sobre un tipo que montaba todos los días en el ascensor de su portal con una vecina. Sentía cierta atracción por ella. Era algo innegable. Entonces un día se la folla. Sin permiso. Como si de una violación se tratase. Arrepentido, en cierto modo, un día que vuelve a coincidir con ella le medio pide perdón, y ella le dice que, si no quiere que lo denuncie, tiene que seguir follándosela como ese primer día. Así era Bukowski escribiendo. Y muchos pensaban que era él quien iba violando mujeres en los ascensores, o niños. Sin duda, una misoginia inventada por sus detractores.
Al hilo de todo esto, y con la figura del viejo indecente siempre de fondo, este verano cayó en mis manos La enfermedad de escribir, una compilación de cartas que iba mandando a diferentes sitios y personas, entre ellos autores, editores y amigos, y que finalmente ha conseguido que mi mente configure por completo al escritor que tanto idolatro. La figura humana que se esconde tras la cortina de humo. Ni tan monstruo, ni tan humano. Un tipo crítico que no podía mantener la boca cerrada. Como dicen, los borrachos siempre dicen la verdad, aunque esta duela.
Nos vemos en los bares…
Citas de Bukowski, extraídas de La enfermedad de escribir:
«Está claro que el encanto de morir es que nada se habrá perdido».
«A las masas hay que hacerles tanto caso como un río rebosante de vómito».
«Casi nadie me cae bien… me cansan, me marean, me roban, me mienten, me joden, me engañan, me enseñan, me insultan, me quieren, pero sobre todo hablan hablan HABLAN hasta que me siento como un gato al que un elefante se la ha metido por el culo».
«Los Ángeles es una cruz de la que colgamos como pequeños Jesucristos de mierda».
«Cuando el amor se convierte en una orden, el odio se vuelve placentero».
«El rechazo fortalece el alma, la mía ya es un mulo».
«Se puede escribir un relato de folleteo o sobre una mujer desastrosa sin por ello ser misógino».
«Cambiar un gobierno por otro no me parece un gran avance. Hay que empezar por el individuo. Habría que cambiar al individuo que tenemos ahora por otro».
«La mejor manera de estudiar la poesía es leerla y olvidarla».
«La verdad significa ir a por todas hasta el final, y así la muerte flaqueará cuando venga a por nosotros».
«Lo que ya hemos escrito no sirve de nada, solo cuenta la siguiente palabra».
Daniel Aragonés
Redactor
2 comentarios
Genial. Ya estaba tardando en aparecer Bukowski.
Gran manera de reivindicar y rescatar a un autor maldito.