Real. La acepción es importante. Existen muchos tipos de igualdad. Muchas pretensiones. Existen países donde esa palabra se destierra del diccionario, como se destierra el amor cuando daña, la idea de la muerte, el pensamiento pernicioso. Hoy quiero hablar de igualdad y no generalizar. Porque el término general ya lo conocemos. Porque la lucha ya la conocemos. Porque no estoy capacitada para hablar por boca de millones de mujeres. Solo soy una más, otra más, una de tantas. Así que hablo de mi igualdad. La que entiendo, a la que aspiro, la que conozco y desconozco.
Hace poco debatía con mis compañeros del Monolito, a raíz del visionado de cierta película de mi amigo (añádase aquí el tono de ironía que cada uno prefiera) Michael Bay. Del tratamiento a la protagonista femenina. Venía ya caliente, yo en mi ánimo, tras el estreno de esa Top Gun: Maverick que tanto ha fascinando a todo el mundo y de la que tuve una seria conversación con mi sobrino de diecisiete años. Venía ya caliente, yo en mi ánimo, tras cuarenta años de aprender y desaprender, de sufrir en propias carnes y en ajenas esos micro y macromachismos que campan por nuestra sociedad con una impunidad que duele. Porque ese es el resultado final: tras la rabia, el enfado, la indignación. Finalmente duele. Y duele porque veo, yo, hija de una generación que ya nació de una generación dañada, que todos esos puños en alto, todas las manifestaciones, todas las reivindicaciones de los últimos años no cambian el germen del problema. Es como tratar de mantener la planta viva una vez que la raíz se muere. Como quitar las hojas rancias de la lechuga. Podemos exigir libertad desde la azotea pero, por debajo del edificio, los cimientos siguen igual de inestables.
Igual de podridos.
Me crie sola con mujeres solas. La historia de mi vida es compleja. Nunca tuve lo que llaman una figura paterna de referencia, no tuve más contacto con el género masculino que el que me otorgaban los compañeros de cole, después de instituto. Sin embargo, es inevitable que la estructura de la sociedad te enrede en su tela de araña, y por más que vivas libre de ciertas intoxicaciones terminas por darte cuenta de que es el propio mundo el que vive contaminado. Tengo los cuarenta y sé lo que es el machismo. Tengo los cuarenta y sé lo que es morirte de miedo cuando caminas sola por la calle. Tengo los cuarenta y conozco la exigencia doble, como una pizza con extra de queso, a la que estamos sometidas las mujeres. No es ninguna invención: la vives en carne propia y el que diga lo contrario miente. Lo repito en mayúsculas: MIENTE. Te arrastra la marea de convencionalismo y llega un día en el que te ves reduciéndote la jornada para poder tener hijos, te ves los cartelitos de «vas a hacerlo bien» donde solo salen mujeres con bebés, te ves convertida en la «mamá de», te ves arrastrada por el término superwoman (nada ha hecho más daño a mis compañeras de lucha que esa jodida palabra). Trabaja, cría, realízate. Estudia, si te quedan dos horas libres. No te pongas mala, ¡eres el pilar de esta casa! Mantente despierta por la noche cuando tienen fiebre, porque, joder, ¡eres madre! Y entonces la gente dirá: qué resistente es, qué maravillosa, cómo lo lleva todo para adelante. Eres fuerte. ¡Eres admirable!
Y una mierda. Como leí hace poco en twitter: estoy hasta el coño de ser fuerte. O, mejor dicho, un coño no te obliga a ser fuerte. No tenemos tentáculos que nos permitan hacer mil cosas a la vez. Mis hijos se fabricaron entre dos partes. En mi casa viven cuatro personas. No soy culpable de no tener hecha la cena. No tengo que no beber para conducir y que mi pareja se pegue a gusto la fiesta. No soy la culpable del divorcio porque yo sea la que tome la decisión. La madre o la suegra no tienen que poner y quitar la mesa mientras el cuñado y el yerno se toman el café. No tengo que perder yo de trabajar para llevar a los peques al médico, ni para ir a reuniones, ni para llevarlos a cumpleaños. Mi ex pareja no me ayudaba a limpiar la casa. No, no estoy programada para ciertas cosas. No hay diferencia. Eso es lo que no terminamos de comprender. Ese es el germen. Asumir tareas no te hace más mujer, más madre, más fuerte. Asumir tareas que deben hacerse entre dos es solo ponerse una mochila en la espalda que heredarán nuestras hijas. Y nuestras hijas, y nuestros hijos, deben ser el resorte del cambio. No cabe más esperanza: nosotros no lo hemos conseguido. Pongamos empeño. Pongamos IGUALDAD.
Este podría ser un artículo eterno y ese es el problema. Enumerar todas las cosas que siguen fallando sería como escribir la tercera y cuarta parte de El Quijote. Quizá más. Una Biblia de incomprensible moraleja. De ahí que no pueda generalizar: cada una de nosotras tiene su propia historia, su propia experiencia, su propio miedo. Su propia frustración. Hablar de brechas salariales, de invisibilidad en el ámbito del arte, las ciencias, la letras, de discriminación, corresponde a gente más preparada para mostrar cifras, estadísticas. Yo solo puedo hablar por mí. Y por mí, quiero terminar este artículo con una reflexión que atañe a estos compañeros con los que tanto debato, con los que tanto me cabreo y a los que tanto admiro y me admiran, alabo y me alaban. Aprendo y enseño.
Hace poco acusaron a Dentro del Monolito de tener ciertas ideas machistas. Me río solo de acordarme. Es la tendencia humana de hablar de lo que no se conoce, de juzgar con prejuicio, de atacar a ciegas, como el cupido de ojos vendados que tira la flecha en el lugar más indebido.
De modo que NO voy a agradecerles a mis compañeros este espacio donde encuentro la IGUALDAD más absoluta, en su máxima expresión definitoria. Si se lo agradeciera, entonces, esa igualdad perdería totalmente su sentido. Esa es la clave.
Ese es el camino.
Lorena Escobar
Redactora
5 comentarios
Si estuviéramos cara a cara te aventaría un golpe en la espalda de esos que te hacen escupir el cigarro y atragantarte con la copa, la tuya de Martini, claro.
No te daría ese toque como se le da “a un hombre”, te lo daría como se le da a un colega: que eso somos.
En esa situación hipotética nadie recogería la mesa, mientras nosotros tomamos chupitos de aguardiente del alambique de Román, así que deberíamos quemarla en vez de recogerla, jajajaja
Por cierto que a mí ya de pequeño me preguntaron en el colegio una vez si ayudaba en casa a mi madre, yo dije que no y me dijeron que eso estaba muy mal… Orgulloso y fiero como he sido siempre me negué a dar más explicaciones: yo no ayudaba a mi madre, sino que intentaba colaborar en los asuntos de la casa, cosa que mi padre desde luego no hacía.
Estoy seguro de que más de una estúpida y de un estúpido siguen preguntando al marido si ayuda a la mujer o al hijo si ayuda a la madre…. Qué horror
¿No tenemos tentáculos que nos permitan hacer mil cosas a la vez? Qué decepción.
Fuera de bromas, totalmente de acuerdo con el artículo.
Bueno, ya sabes lo que te dije sobre limpiar en Asturias xD
Muy agradecido por tu no agradecimiento.
Articulazo.
Igualdad será cuando dejemos de hablar de igualdad. Un grupo debe ser algo orgánico, donde cualquier ser con manos y piernas tiene las mismas capacidades que otro. Hombres de mierda hay a patadas, y sobran. Malfolladores que pasan los días sembrando la semilla de la estupidez humana. Muy de acuerdo con tu artículo.
Para quitarse el sombrero.