La bastardización del slasher

por Carlos Ruiz Santiago

¿Habéis visto Halloween Kills? El poderoso Azatoth quiera que no, porque lo único que mata son tus ganas de seguir viviendo. Recuerda a ese terror cutrón que tan de moda se puso a principio de los dos mil. Sangre y muerte sin imaginación ni poca vergüenza, un punto medio, lento, irrisorio e inaguantable. Da pena que esto suceda, y más cuando ocurre con una cinta tan venerada (y digna de veneración) como es la Halloween original, pues duele más.

¿Os acordáis de como, en la original, Myers solo necesitó matar tres personas para ponernos la piel de gallina? Qué tiempos…

Y no solo esta, la nueva cinta de La matanza de Texas también juega a un mata-mata insulso. De hecho, es típico de las secuelas en los slashers aquello de ser iguales que sus antecesores, solo que mal. Estoy seguro que habéis vivido esa sensación: es idéntica pero no me genera tensión, no me da miedo, los personajes me dan igual. Igual, pero distinto. Y bueno, podríamos resumirlo con una realización cutre y un guion flojo y, en parte, tendríamos razón. No obstante, aquí hay algo más: el no comprender el slasher como género. Para entender de qué hablo y por qué algunas cintas funcionan y otras no, hay que ir un poco a la base.

Scream es un mal ejemplo, igual que lo sería Pesadilla en Elm Street. Tienen mucho de metajuego, de bailar alrededor de las normas del género, son material avanzado. Las otras dos que comentaba antes, La Matanza de Texas y Halloween, por otro lado, apuestan por algo más puro que lo ejemplifica mejor. ¿De qué van? La normalidad idílica en la que un elemento extraño disrumpe. Vale, hasta ahí de acuerdo, pero eso lo cumplen también las malas. De hecho, es algo tan general que lo cumple la mayoría de películas de terror.

Una de las escenas más legendarias del cine nos la regala La Matanza de Texas

Vale, excavemos un poco más. No son solo gente normal, son jóvenes. El imperativo legal de la adolescencia no es un mero target de edad (que puede que en parte sí lo sea) ni una excusa a la estupidez. Se trata de un ejercicio de empatía, de censura y moraleja de cuento para niños mayores (que las más ligeras de cascos mueran las primeras no es algo que La cabaña en el bosque no os haya contado antes), de entendimiento y desconocimiento, de puto choque cultural. Lo viejo contra lo nuevo, normas y la opción de aceptarlas o romperlas. Matar al malo, pero sobrevive la casta y pura. Parte moralina y parte vernos reflejados en errores y comportamientos que todos hemos podido tener.

Bueno, aquí ya hemos llegado a algo, pero seguimos a medio gas. Lo del choque cultural queda muy bien sobre papel, pero Michael Myers tiene la edad de las protas y Pumpkinhead siquiera es humano. Bueno, el elemento físico es otra característica muy presente, y hablo de lo físico en todo su espectro. La violencia ejercida con las manos o con arma blanca, el sexo, el placer y el dolor como algo primitivo. También, por supuesto, la oscuridad intrínseca a toda la situación, lo extraño y no solo lo brutal rompiendo la realidad.

El arte de Carpenter para acojonarnos con Halloween

Si lo pensáis, muchos de los grandes slashers que tenemos en nuestro imaginario colectivo no son realmente como el cliché de nuestra cabeza de adolescentes idiotas siendo masacrados con toneladas de sangre falsa de por medio. La sangre es una excusa fácil de no saber crear esa ignominia sin sentido que rompe la realidad y que permite entrar al terror. Leatherface no funciona sin esa casa carente de lógica ni cordura, igual que Myers pierde sin ese escape tan misterioso y esa retahíla sobre el mal puro. Joder, que los villanos de slasher lleven máscara o se les deforme el rostro hasta lo inhumano es por algo.

La clave va por ahí: extrañeza antes que horror. Porque, si no, todo queda artificioso, irreal. Y si tus personajes no son normales sino clichés mononeuronales, tu pueblo una puta postal sin alma y tus situaciones la capullada más grande del mundo, al final nada cuaja. Si no tienes normalidad, nada la puede destrozar. Y si no la rompes, con la subsecuente incertidumbre derivada que hace que la imaginación vuele hasta lugares poco halagüeños, el terror no va a encajar de ningún modo.

El público es listo, la suspensión de la credibilidad es algo que el espectador acepta, pero exige un buen trueque a cambio. Y, por muchas tripas y sangre que le tiréis a la cara, sabe que está en una película y vais a fracasar en vuestro intento de manera catastrófica.

Confundidlo primero, perdedlo, y entonces no os harán falta sangre y tripas para acojonarlo.

P.D: Miraos Animal (Brett Simmons, 2014) si buscáis un slasher que lo mole todo. 

3 comentarios

Vicente abril 17, 2023 - 4:39 pm

Todas estas sagas son un batiburrillo de repeticiones en las que terminas confundiendo unas películas con otras.

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Daniel Aragonés abril 20, 2023 - 8:12 am

Me gusta mucho tu artículo. Estoy contigo. Al final este género en concreto, lo han usado tanto que han deformado el término original. Al final están mejor las parodias al género. Un abrazo.

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Juan Rojas noviembre 9, 2023 - 5:40 am

Es cierto que las películas han ido palideciendo en cuanto a terror se refiere. Es necesario ese elemento de incomprensión, de irrealidad, de falta de lógica y asidero.

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