La frenología era una disciplina que en su momento llegó a considerarse científica, y según la cual se creía que la forma del cráneo y los rasgos faciales podían determinar el carácter de las personas, los avatares de su personalidad e incluso su inclinación a cometer crímenes. A pesar de que en el ámbito universitario esta disciplina nunca llegó a considerarse reputada, vamos a ver, haciendo un recorrido por su desarrollo, cómo muchos profesionales de la medicina la consideraron cierta y de qué manera esta afamada teoría empezó a interesar (y a causar furor posteriormente) a las clases más modestas.
Esta extraña pseudociencia fue fundada por el neuroanatomista alemán Franz Joseph Gall (1758-1828), que aseguró que el cerebro era el órgano de la mente (lo cual sabemos hoy en día que es cierto gracias a la frenología), y que cada una de las funciones mentales se localiza y es controlada por una zona distinta del cerebro. Cada área tenía un tamaño u otro dependiendo de lo desarrollada que la persona tuviera la función correspondiente a dicha zona, y a su vez esas diferencias se reflejaban en el aspecto exterior de la cabeza del paciente, pudiendo ser por tanto advertidas por los frenólogos.
Su apogeo se dio durante el siglo XIX, teniendo una especial acogida a finales de este, durante la conocida como Época Victoriana. De esto último se encargó George Comb, un escocés que ni siquiera era médico, sino abogado, y que llegó a crear la Sociedad Frenológica de Edimburgo (este tipo de sociedades se popularizarían después por todo occidente). Además, también escribió un tratado titulado A System of Phrenology, en el que se explica cómo Gal hizo algunos de sus descubrimientos con relación a las áreas del cerebro y sus funciones específicas. Por ejemplo, explica cómo, atendiendo a una viuda que sufría, según dice, “un estado severo de ninfomanía”, se fijó en que su cuello parecía más largo de lo normal, y además se encontraba a una elevada temperatura. De esto dedujo que en la zona del cerebro más cercana al cuello se encontraría el área craneal que gobernaba la parte sexual de las personas.
Algunas de las áreas del cerebro y su relación con la personalidad eran, según los frenólogos, la frente prominente, que estaba relacionada con un agudo intelecto; un posible bulto en la coronilla, que sería señal de sentimientos morales muy desarrollados, y la zona situada alrededor de la oreja. que estaba relacionada con las ansias de adquisición, teniendo importancia por tanto en el cerebro de los ladrones.
Como no puede ser de otro modo, la frenología tuvo una estrecha relación con el ansia de comprender las motivaciones de los criminales, pero también con su rehabilitación. Como si se tratase de una nueva Biblia, en una cárcel de mujeres de Nueva York se empezó a leer el tratado de Combe en voz alta a las internas, lo cual se imitó después en otras prisiones de Europa y Australia. Además, se comenzó a tratar la criminalidad como una característica física (para ellos lo era, pues se trataba de una serie de protuberancias o zonas poco desarrolladas en el cerebro), y se empezó a buscar formas de evitarla o curarla, lo cual, por extraño que suene, supuso un gran avance para un mundo en el que anteriormente el castigo físico era lo único que se concebía para lidiar con criminales penados. Los frenólogos aseguraban que los peores delincuentes eran aquellos que tenían la protuberancia típica de los ladrones y, además, una deficiencia en la parte del cerebro destinada a la moral, y creían que si los presos entendían estas anomalías en sus cerebros y lo que ellas causaban les sería más fácil reprimir sus impulsos y, por tanto, comportarse cívicamente, suponiendo esto otro evidente avance: no solo el de creer que los presos podían rehabilitarse, sino el añadido de pensar que ellos mismos podían jugar una parte activa en el proceso.
Siguiendo un pensamiento similar al que buscaba utilizar la frenología para rehabilitar a los presos, se pensó que esta disciplina podría ayudar a sanar a las personas con problemas o deficiencias en sus capacidades mentales, conocidos en aquella época como “débiles de mente”. Con esta motivación nacieron las “escuelas frenológicas”, siendo la primera de ellas la de Calcuta, fundada por el cirujano George Murray Patterson, que creía que el cerebro era maleable y que con la educación podía alterarse su morfología física. Por ello, cada mañana medían las distintas zonas del cráneo de sus alumnos con calibradores. De este modo apreció, según dijo, que la zona del intelecto crecía notablemente en los cerebros de sus jóvenes alumnos a medida que acudían a la escuela. No obstante, esto también sirvió en colonias como La India, donde se situaba esta institución, para ocuparse de aumentar la zona dedicada al intelecto de los cráneos de los nativos indios, evidentemente inferiores para ellos a los suyos propios, como ya había apuntado Combe en su tratado, refiriéndose a razas inferiores con respecto a los blancos, como la raza amerindia.
Esto último, además, tuvo relación con la esclavitud y su abolición en los Estados Unidos: los estados del sur se quedaban con el hecho de que, según habían leído en sus tratados frenológicos, la zona intelectual del cerebro estaba poco desarrollada, y demasiado las zonas más animales. No obstante, los estados del norte, abolicionistas de la esclavitud, aprovecharon el argumento que ya se había utilizado en La India, y aseguraron que tenían pruebas de que, con educación (a lo cual los esclavos no tenían derecho por definición), las partes intelectuales de los cerebros de los esclavos aumentaban de forma considerable.
No obstante, la frenología no solo tiene un lado oscuro, racista y criminal, sino también uno extraño y freaky al más puro estilo victoriano. Cuando la sociedad de esta época se obsesionaba con algo lo llevaba al extremo, como vemos en el caso de la frenología, llegando incluso a componer un musical llamado “Florodora”, en el que se recomendaba a los hombres que tuvieran en cuenta la frenología a la hora de elegir sus esposas, consejo que ya había dado Combe con anterioridad en su famoso tratado, pero que la obra teatral mostraba con mucho más encanto: Debes elegir a tu esposa con cuidado frenológico, pues en el reino que está debajo de su sombrero está mapeado tu futuro.
Incluso la reina Victoria, a pesar de que como ya hemos dicho en el ámbito universitario nunca hubo demasiado respeto por esta disciplina, pedía a frenólogos que exploraran el cráneo de sus hijos para no tener sorpresas en su comportamiento cuando los pequeños fueran creciendo. Además, los museos y conferencias frenológicas se popularizaron hasta el punto en el que Combe, convertido en el famoso abogado frenólogo, hizo una gira de dos años por Estados Unidos, abarrotando las salas en las que tenían lugar sus conferencias como si se tratase de una estrella de cine. Incluso en 1938, cuando la frenología estaba ya plenamente denostada, se siguieron celebrando ferias frenológicas en el estado de Ohio, como si el morbo y el interés que esta disciplina había causado en la sociedad de finales del siglo XIX se hubiese negado a marcharse del todo.
Sofía Guardiola
Redactora