La caja de Pandora: No seas como yo

por Lorena Escobar de la Cruz

Ayer, mientras me acicalaba un poco para celebrar el cumple de Juan, el peque de la casa (ocho añazos que se han pasado más rápido que un coqueto pestañeo) escuchaba la nueva canción de la (en Murcia el artículo es sagrado) Miley Cyrus, esa maravilla llamada Flowers. Mi hija Ainhoa, cuasi diez años y más energía que los bebés de los anuncios de Dodot, entró rauda al aseo para cantar a voz en grito conmigo: yo secador en mano, ella cogiendo el peine a modo de micrófono.

Cosas por las que merece la pena estar viva.

Cuando terminó el espectáculo musical (privado por el bien de la civilización humana), mi hija me preguntó por el significado de la canción. La buscamos en internet (mi inglés no pasa del thank you con acento panocho) y se la leí en voz alta. Al terminar, bajo su atento escrutinio y el brillo de unos ojos que aún albergan esperanza en el futuro, le pregunté:

¿Has entendido de lo que va, cariño?

Negó con la cabeza.

Entiendo, pero poquito.

En el momento en el que una decide convertirse en madre, firma un contrato con demasiada letra pequeña. Es casi un pacto con el diablo, un pedido sin albarán que en realidad nunca llega a ningún destino: desde el momento en el que cogemos en brazos la vida que se ha gestado en nuestro abdomen sabemos que ya jamás volveremos a ser la misma. Y no porque la maternidad sea ese cuento chupiguay que nos han vendido durante años; no voy a entrar en el terreno pantanoso donde se entrecruzan teoría y práctica para dar como resultado una tesis de resultados inciertos.

Desde que somos madres (sí, ya sé que también somos padres, pero este es mi artículo, ¡lo siento!) adquirimos algo que no teníamos cuando solo dependíamos de nosotras mismas y nuestros actos.

Adquirimos una responsabilidad.

Sí, soy responsable. No solo de proporcionar al ser que traje al mundo por decisión y voluntad propia una serie de recursos para garantizar su subsistencia: comida, techo, ropa, enseñanza. Respeto y amor. Cordura, la que a mí me falta y a ellos les sobra. Soy responsable de educar. Cuidado con la palabra. Educar no significa que mis hijos recuerden dar las gracias cuando alguien les regala, los ayuda, les proporciona. Educar tiene un significado más amplio y un sentido indefinible. Qué sabré yo de educar, que ni siquiera distingo los grises de la luna en las noches de tormenta. Sin embargo, siempre tuve clara una cosa, y la canción de la Cyrus me sirvió para mantener una charla con mi hija de las que espero que se quede ahí, anclada en un pequeño rinconcito de su enorme cabecita, para rebotar como una pelota de ping pong en un partido sin espectadores.

Para volver a ella cuando la vida le dé las hostias que yo ya no podré evitar.

Hija, no quiero que seas como yo.

Habrá quien se lleve las manos a la cabeza. ¿Cómo no va a querer una madre que su hija no sea igual? Estudiar, trabajar, formar una familia, echar raíces, hipotecarse, vivir bajo el modelo social que nos ha arrastrado durante tantos años que pensarlo despierta en lo más íntimo una pública dosis de vergüenza. Pues no. No quiero que mi hija sea como yo. Ni cometa los mismos errores. No quiero que piense que existe un patrón, un modelo social, que imite. No quiero, no es mi deseo, que mi hija viva el tipo de relaciones que los de mi generación han mantenido. La posesión. La baja autoestima. Las canciones de amor que hablar de necesitar. De muero por tu amor. De no sé qué haré si me dejas. El si no tienes pareja pierdes valor como sujeto de la especie humana. El tenemos que nacer, reproducirnos y morir rodeados de propiedades que legaremos entre documentos añejos e impuestos que siempre, siempre, tributan al alza.

No, hija, no seas como yo.

No te dejes mecer por los cantos de sirena de un romanticismo impostado. No cedas, no te creas que reclamar derechos es ser una persona exigente, que las lágrimas demuestran el sentimiento, no te creas, cariño, que el amor duele, no, joder, si el amor duele no es un puto amor.

Basta.

No te quedes con la palabra en la boca por contentar. No, ella o él no son más que tú, no los necesitas. Ningún poeta murió de amor. Los versos ya ni quiera riman. No, cielo, como dice la Cyrus, nosotras podemos comprar nuestras propias flores. Y no, nadie en la puñetera vida nos amará más y mejor que nosotras mismas.

Yo llego tarde, mi niña. Las raíces de un pasado no tan lejano son profundas, el amor propio una maceta que requiere de cuidados muy extremos, la autoestima resulta un amante siempre insatisfecho y la contaminación por lo que debería ser el amor, un virus sin cura. Yo llego tarde, cariño, y he pedido perdón por cosas que no fueron culpa mía, he callado por no discutir, he cedido, he perdonado lo imperdonable y mendigado un cariño que yo misma no sabía concederme.

Yo llego tarde, mi niña, pero tú no. Puede ser la letra de una simple canción. Un puñetazo en la mesa, un grito, un lema. Puede ser el chasquido que provoque el cambio y sí, tendremos esta conversación con tu hermano y le contaremos muchas cosas: que él también debe quererse, que nadie se compra en las rebajas, que la única propiedad que tenemos es el corazón que nos late bajo la piel, que la libertad, la verdadera, comienza por proteger la libertad ajena.

Sí, cariño.

Puedes sostener tu propia mano.

Ser tú la que escriba tu nombre en la arena.

Querer bonito cuando te quieran y saber decir adiós sin que la vida se tiña de gris.

No, cariño, no seas como yo.

Sé infinitamente más lista.

Infinitamente mejor.

4 comentarios

Vicente marzo 8, 2023 - 11:30 am

Me ha encantado.
Espero que el mensaje llegue a muchas Lorenas y Ainhoas.

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Daniel Aragonés marzo 8, 2023 - 12:14 pm

Sencillamente maravilloso. Los errores son el verdadero aprendizaje, los tropezones. Tiene mucha fuerza el texto. potencia, en este caso, con mucho control. Enhorabuena.

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FRANKY marzo 9, 2023 - 7:34 am

Solo un inciso o corrección : no llegas tarde, amiga, si la vida es una fiesta, nadie puede llegar tarde: todos lo hacen a tiempo, y tú eres VIP, joder.

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LOU mami marzo 25, 2023 - 2:28 am

Me encanta cómo expresas todo lo que una generación ( o más) ha vivido por impuesto, y no quieres que esa mierda se repita. Qué bueno que los tiempos en ciertas cosas hagan que queramos que los del futuro sean mucho mejores y felices que nosotros.
Tus hijos pueden estar de enhorabuena con su madre.

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