La película que tuvo el siempre distinguido honor de ser la primera que viera en 2024 fue El ejército de los muertos, de Zack Snyder. Solo había escuchado escupitajos abyectos de la cinta de muertos vivientes del director de Sucker Punch, y a mí los zombies nunca han sido un género que me tire especialmente. No obstante, esta película tenía un nosequé y le di una oportunidad.
Y me gustó mucho.
Es una macarrada llena de personajes pasadísimos de rosca y eso lo aprecio, sí, pero también tiene un corazoncito que conectó con el mío y que me resulta imposible no adorar. Y eso me hizo pensar, ¿sabéis? Cómo un blockbuster palomitero escrito desde la sinceridad y la vulnerabilidad, que se supone que es la carencia del cine popular marvelizado, recolecta esas críticas.
Realmente me pregunté:
¿Qué ha pasado aquí?
Le he dado vueltas y leído opiniones de aquí y allá, algunas de medios que hasta respeto, y la conclusión ha sido una muy clara: la película es fea.
Hagamos una pausa y retrotraigámonos un momento al pasado, tierra de sueños e idilios dementes. Bien, cuando yo tenía doce o trece años y mi hermana siete u ocho fuimos de vacaciones a una casa rural. Yo llevaba conmigo una Handycam simple, una cámara de treinta pavos sin objetivo mecánico regulable, control de la ISO o diafragma. Una cámara de mierda resistente a los embates de los críos.
A mi hermana y a mí, que siempre estábamos planeando cabrerías, se nos ocurrió grabar una serie. Ideamos una historia con trozos de un apocalipsis, de una humanidad extinguida y unos seres humanoides a lo no muertos llenándolo todo. Y, sin escribir una puta frase ni pensar un puto plano, nos pusimos a ello. Recuerdo que queríamos que el protagonista empezara sepultado en escombros pero, como no teníamos, pusimos muchas colchas encima y con eso tiramos. Directores, guionistas, actores y productores, todo en uno.
Amor necrótico
Aquel caos nunca llegó a tomar forma, como era obvio, tan solo retazos sueltos de mentes volubles. Hace poco recuperé algunos de esos videos y los revisité. Obviamente iban teñidos de cierta nostalgia que es imposible que no los pinte de rosa, mas había otra cosa que me encandiló de ellos. Eran magia. La magia del cine, la ilusión en su estado más puro, el corazón latiendo a todo trapo.
No hay cine más real que el que hicimos mi hermana y yo siendo unos niños: estaba palpitante. Era feo, inconexo y terrible, pero era arte en estado puro. Aquello me llevó a otra anécdota, a aquella vez que, tomando algo, me asaltó un tipo con pinta de politoxicómano que vendía poemas que escribía a mano a cambio de la voluntad. A cambio de un euro, me dio un papel amarillento con un poema sorprendentemente sentido contra el capitalismo. Algo feo y asqueroso de una persona rota y perdida, puede ser, pero también algo emocionante. Me tocó la fibra sensible, de un modo extraño.
Puedes ver una película de Marvel y leer un libro de Juan Gómez-Jurado, y no digo que no vayas a disfrutarlo, pero es estéril. Es como comer hamburguesas de McDonald’s en vez de las que hacen en una cochambrosa venta de carretera. Y ya sabéis que estoy en contra del arte prefabricado, este articulo no va de eso y odio repetirme. Esto va de que el arte tiene el derecho, y casi el deber, de ser feo. Porque Snyder, y no me olvido de él, pone planos oscuros en exceso, desenfoca tantísimo algunos planos que no se pueden ver y se queda a medio gas en ciertas ideas teñidas de señores y señoras musculosos y acción hemoglobínica y explosiva.
Joder, no os lo voy a negar: es feo de cojones. Y tiene todo el derecho a ello. Porque, cuando ves que lo que causa que los zombies desaten el maremágnum es la muerte de la hija de ellos, y cuando escuchas al personaje de Dave Bautista decirle lo que le dice a su hija, y cuando añades todo esto al triste hecho del suicidio de la hija de Snyder, pues unes puntos. Y, joder, quien no sienta eso como algo verdadero, no sé de qué está hecho.
Y tal vez sea mi culpa, no es la primera vez que me pasa. Mucha gente desprecia Midsommar y yo recuerdo verla y después leer que el guionista lo había escrito para hablar de una relación fallida y yo lo sentí. El arte tiene ese poder, esa conexión. Y no me importa que los cuatro gafapastas de escuela privada de cine digan que el cine de Snyder es prepotente y que no deja respirar a la cámara y cualquier pollada que dirían los sabelotodo de apellido Altozano. No, lo que me jode supinamente es la gente que se supone que defiende el género y las subculturas, como lo son el terror y el pulp, y que la echen por tierra. Porque eso es lo que, en última instancia, representa el género: el derecho a ser feos. Los heraldos y patriotas del terror y el fantástico defendemos el hablar de lo feo: la muerte, el dolor, la tortura mental, anímica y física, los horrores de la existencia, lo desconocido. ¿Todo eso ahora tiene que ser bonito?
Somos antisistema hasta que tenemos que sacrificar comodidad. Porque los panfletos pulp se imprimían en el papel más barato que había con tinta fea y medio corrida. Porque el arte tiene todo el derecho a ser feo. Porque Snyder hace películas con cosas feas. Y eso le da vida, igual que los fallos repetidos a un autor le dan carisma y marca propia. Que alguien financie proyectos de millones de euros feos debería ser una fiesta. No es un subido que quiera demostrar que es más listo que su audiencia (¿eh, Nolan?), sino un tipo que muestra lo que le mola mezclado con lo que le toca. Y se abre en canal. Y lo hace en un cine multimillonario, macarra y palpable para el gran público.
Me cago en los clavos de Cristo, ¿qué más queréis?
Muchos deberían recordar que el verdadero cine, al igual que la verdadera literatura, es el que está hecho para ser degustado por cualquiera. El mejor cine es el que aporta todo lo que el intelectual sin necesitar ningún estudio para apreciarlo. El cine tonto con toques de genio, con temas escabrosos de dentro de las tripas. Es Paul Naschy haciendo La semana del asesino y metiendo tensión homosexual en pleno franquismo, es Jorge Grau criticando a los grises a través de una parábola de sangre y monstruos en No profanar el sueño de los muertos. Y no hablo de calidad, no me saltéis por ahí, hablo de intenciones, corazón y tripas teñidos por el pulp, la costra y los monstruos.
La semana del asesino, de Eloy de la Iglesia
Sé que ninguno piensa en Snyder como su director indie de referencia, porque no lo es, pero, igual que destacamos sus fallos, igual habría que reconocer lo que hace bien. Igual deberíamos dejar de jugar a ser intelectuales en un mundo emocional como es el arte y empezar a dejarnos llevar un poco más.
Si aprendiéramos a ver el cine como arte primero, y como técnica después (no excluyentes, por cierto), igual podríamos sentir y disfrutar un poquito más. Odiad lo que queráis, sois libres de ello, pero no abanderéis las subculturas si luego las rechazáis por ser feas.
Arriba habrán de ser estéticas y agradables, pero, aquí abajo en las cloacas, que os jodan.
Un besazo.
Carlos Ruiz Santiago
Redactor