DORADO PALPITANTE (CARLOS RUIZ SANTIAGO)
Si vagas lo suficiente, lo hallarás.
No está oculto, tan solo es ignorado por la gente. Igual que una sombra que captas en las cornisas de tu visión, como el crujido que escuchas en medio de la noche. No es más que un mecanismo de seguridad de tu cuerpo. Ignoras su mera visión, su llamada. Sin embargo, nosotros, humanos, animales que realmente no lo son, también tendemos a ignorar nuestros propios instintos. Tan necio como suena, pues solo los humanos ignorarían algo que ha estado desarrollándose en su interior por milenios. Es parte de la espada de doble filo que conforma nuestra naturaleza.
Si vagas lo suficiente, encontrarás una ciudad. Se trata de una inmensa urbe en medio de algún lugar en el que sabes que no debería haber nada. No obstante, ahí está, perfecta y radiante. Es como una dulce nana para el alma, una aspirina para nuestras agitadas vidas.
Debería suplicarte que no entraras, pero no importa lo que yo pueda decirte. Si la has visto, entrarás, tan seguro como el sol y las otras estrellas y los oscuros horrores entre ellas. A veces, hacemos cosas verdaderamente terribles solo por el gusto de hacer lo que creemos correcto. Nosotros, humanos, y nuestra fe ciega en nuestro pobre juicio infantiloide.
Cuando entras en la ciudad, porque lo harás, porque lo necesitas, solo verás fulgor. Una ciudad dorada, hecha de oro sólido. Los caminos y los muros, las campanas de los templos y las casas de los proletarios. Empezó con una moneda y ahora es una gloria incomparable. Los vientos aúllan con suavidad, como si susurrasen algo que no alcanzas a oír. Nadie escucha al viento, por desgracia.
Te adentrarás, completamente superado por las sensaciones. No es solo el oro, es algo más profundo. Es la canción de un futuro placentero, sin distracciones ni obstáculos. Algo que la ciudad ha estado cantando por largo tiempo. No importa cuánto lo busques, no encontrarás a nadie más en la ciudad. Quizás podría ser tomado como una señal de aviso, pero no para ti, cegado por su magnificencia.
Tendemos a pensar, en nuestra vanidad, que las cosas bonitas tienen un corazón puro. En realidad, es más bien al contrario, pues no hay nada más peligroso en este mundo que algo que sabe que es bello. El conocimiento de que tienes poder y la voluntad y la falta de escrúpulos para usarlo. Esos son los verdaderos monstruos, no los que tienen colmillos y garras, sino los de las sonrisas y las caricias.
Recorrerás la ciudad, callejuelas estrechas y ensortijadas. Una tras otra casi sin fin. Tanto avanzaras que, en algún punto, no serás capaz de volver atrás. No te percatarás, el funesto brillo del oro te distraerá de tu camino, de los aullidos del viento y los susurros que oculta. Solo canciones y felicidad. No hay lugar para las preocupaciones sobre esa relación rota, aquel familiar muerto, el trabajo perdido o la vida sin rumbo que llevas. Solo amarillo cálido, dorado palpitante. ¿Sabes por qué no hay nadie más en la ciudad? Porque nadie dura mucho en un sueño que promete la ausencia de dolor. La realidad nunca es tan amable. Si quitamos el tormento, tarde o temprano también nos quitamos la vida.
Continuarás hasta el momento que cojas una moneda. Probablemente no será al principio, quizás debido al miedo o la modestia, a la inseguridad o la confusión. No, desde luego no lo harás al principio. Deberás dejar que la perniciosa canción se hunda bien en tu cerebelo, su calor, sus sensaciones. Necesitarás creer en las mentiras de la perfecta ciudad dorada, amarilla como el sol en una mañana azulada, igual que otros creyeron que había esperanza al fondo de la caja de Pandora. Nosotros, pobres y perdidos humanos, necesitamos creer mentiras para sobrevivir. Nosotros, patéticos y miserables humanos, no estamos preparados para todos los golpes que la vida nos da.
Cuando estás tan en lo profundo de la ciudad que eres incapaz de escapar, incluso si lo deseases, cuando has olvidado el mundo real, empezarás a coger monedas. Son grandes, resplandecientes soles en miniatura. Son suaves, grabadas con símbolos e imágenes que jamás has visto y jamás volverás a ver. Palpitan.
Se introducirán por tu piel. No con dolor, pero con un cálido e indescriptible placer. Una tras otra, dentro de ti.
Te arrodillarás en algún momento, caída tras caída. Las monedas vendrán hacia ti, dentro de ti, desde ti. No sangrarás, solo te transformarás.
Antes de que te des cuenta, serás todo dorado y luz, todo monedas áureas y áureos muros y áureos caminos. Brillarás con luz solar eterna. Y la ciudad se hará más grande y se moverá, buscando a alguien más que necesite su tranquilizador bálsamo en este mundo cruel.
Tal y como yo lo veo, esa es la cosa más peligrosa del mundo entero: un depredador que se da cuenta de que, para cazar, no necesita zarpas ni colmillos. Nada de ser grande o terrorífico. Es más sencillo ofrecer lo que tu presa quiere y dejar que sea ella la que te alimente con su carne, gustosa y sonriente.
Si no me crees, recuerda que esta ciudad comenzó con una única moneda dorada.
Así de grande es el sufrimiento humano.
Carlos Ruiz Santiago
Redactor
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La eterna búsqueda de El Dorado.