Hoy me apetece interconectar conceptos, calificativos, canciones y contenido. Algo deforme, perteneciente al Universo. Un vómito de realidades cruzadas que no valga para nada. De eso trata la escritura, de hacer lo que te da la gana cuando te da la gana, ¿no? De soltar parrafadas e intentar darles sentido. Me gusta hacer esto. Enfrentarme a la página en blanco y escupir sobre el vacío —quiero llenarlo todo de vísceras con forma de letra.
Voy al puto lío, ya veréis, no apaguéis el móvil. Sentid el calor en vuestras partes nobles. Escapad de la rutina. Imaginad que estáis en el espacio, solos, perdidos, y que nada podéis hacer para sobrevivir. Leed. Leed. Leed.
Todo comienza en una cafetería de Parla centro. Estoy tomando una Coca Cola Zero con Lidia, mi esposa y confidente. Por el hilo musical suena Llamando a la tierra, de M Clan. No es que sea un tema que me guste especialmente, pero reconozco que dentro de lo comercial tiene algo llamativo que la hace brillar. Se trata de una versión personificada de Serenade, compuesta e interpretada por Steve Miller Band, tema que no fue presentado como single por la banda y que pasó prácticamente desapercibida para el público. En este caso, la letra de M-Clan es una adaptación libre basada en el clásico de David Bowie Space Oddity. El tema musical suena prácticamente idéntico al de Steve, pero interconectado, como veis, con otro autor. Habla sobre la soledad de un astronauta que, perdido en el espacio, desesperado, llama a la Tierra y nadie le contesta —su novia le ha dejado para continuar con su vida y todo es una auténtica mierda—. Muy triste en esencia. Ya nadie lo recuerda, se convierte en olvido. Es la sensación que produce ese vacío, el negror, el gélido aliento del Cosmos.
Seguimos con las interconexiones: Chris Hadfield, comandante de la Estación Espacial Internacional, en una de sus misiones oficiales se despidió de sus compañeros con ese primer gran éxito del único e inimitable David Bowie, grabado en 1969. Una de las peculiaridades de Space Oddity —tema en cuestión— es que se trata de un juego de palabras con Space Odyssey —Oddity significa rareza, extravagancia—. Todas estas curiosidades artísticas no hacen otra cosa que abrirnos aún más nuestro mundo de interconexiones. La letra nos cuenta la historia de Major Tom, un astronauta que corta su comunicación con la Tierra para aventurarse en el frío vacío del universo. Otra vez soledad. Ansiedad. Olvido. Pero esto no acaba aquí, amigos.
Ahora vamos a adentrarnos en el Monolito que da nombre a esta ilustre revista digital. El juego de las interconexiones es mágico —repito interconexión porque me da la real gana, ¿vale?—. 2001: A Space Odyssey (1968), escrita por Arthur C. Clarke, es un trabajo muy especial que compartió con Stanley Kubrick, de hecho trabajaron a la par durante el proceso. Como detalle diré que la novela fue publicada después del estreno cinematográfico. La historia está basada en varios cuentos de Clarke, sobre todo en El Centinela (1951), o Centinela de la eternidad.
Argumento en dos frases: Una civilización alienígena, ancestral, milenaria, hace uso de un gran monolito de cristal para investigar mundos a través de la galaxia e interferir en el desarrollo de la vida inteligente. Algo que viaja a través del tiempo y el espacio, que vigila y controla. Y de nuevo soledad. Negror. Introspección. Filosofía.
De este modo tan eruditesco conecto a Carlos Tarque con Stanley Kubrick, con David Bowie, con José Luis Pascual —editor jefe de esta revista—, con Arthur C. Clarke y con infinidad de percepciones y significados. De la misma manera, todos ellos conectan conmigo y con el resto de compañeros de Dentro del Monolito, que solo intentamos hacer una llamada a la Tierra desde nuestros universos personales —sí, habitamos otros mundos—. Somos escritores, comunicadores, unos putos locos de mierda. Es cierto que no somos conocidos, como tampoco lo fueron ninguno de los nombrados anteriormente, sin embargo, ahora forman parte de la historia de la humanidad. Una historia que probablemente un día no demasiado lejano, si no ocurre como en aquella historia de Asimov en la que se reúne toda la historia de la humanidad y la salvaguardan en planetas biblioteca, desaparecerá por completo. Sueño con esos planetas convertidos en archivo histórico, con monolitos que aparecen y observan y ponen patas arriba todo lo conocido. Ya sé que este Laboratorio Irreverente parece el gabinete de un loco, pero es que resulta que, precisamente, es eso lo que pretendo. Y con esto me despido.
Nota (por José Luis Pascual)
Me resulta imposible replicar el estilo de un genio como Daniel Aragonés, así que permitidme romper el tono del artículo.
Las interconexiones a las que alude continuamente Daniel representan, a mi entender, un deseo y una crítica. El deseo es el de ver a autores de esta casa obteniendo el reconocimiento editorial que pensamos que merecen. No hay más que leer Wormhole, o Canciones para que no las cante Javier Bergia, o Cuentos de la mar, o Carpintería muerta, o Dentelladas secas, o Plañido, o Sombras de arena, o Ceniza en las venas, o Corteza amarga, o No matarás, o tantas obras más, para darse cuenta del talento que atesoran nuestros compañeros. La crítica va en la misma senda: prima lo comercial, lo mainstream, lo canónico, y todo lo que se aparta de esa senda es desechado a no ser que cuentes con un buen y caro agente literario, a no ser que alguien te enchufe en una editorial, a no ser que tengas mucho dinero. Somos ese astronauta perdido, gritando y emitiendo señales que no llegan a ningún sitio.
Sin embargo, hay algo que va más allá de todo esto. La amistad que se forja en edades que transitan un camino bosquejado de desengaños y decepciones puede aparecer de la nada. Y esa amistad, creo, es de las de verdad. De las que les da igual no aparecer en una novela.
Recordad: el Monolito vigila. Siempre.
Daniel Aragonés
Redactor
7 comentarios
Todo en sí mismo es una interconexión. Gracias por tu anexo, redondea a la perfección el concepto.
Me alegra que te guste la intrusión. El artículo es genial, como siempre. Toca la fibra.
Una coda: Bastian llamaba de pequeño a Hadfield Mayor Tom, todos los días escuchaba esa versión de Bowie, y veíamos los vídeos que mandaba desde la estación espacial. Coincidimos bastante, como siempre.
Otea coda, o interconexión: la canción El anillo del capitán Beto, de Spinetta, es la que falta.
No conocía el tema, además. A fin de cuentas, ha sido algo automático. Pero siempre conseguimos seguir interconectando. Como siempre, aportas un poco más de intelectualidad. Somos hermanos del Cosmos.
PD: podría haber añadido otra pequeña cosa, y unirlo a King. El comienzo de El resplandor (película), continúa un plano de Odisea en el espacio. Y así hablar de la disputa entre ambos genios, director y escritor. Pero eso lo dejamos para otro día. Abrazako enorme.
Oiga, ¿es la tierra? ¿O cualquier otro planeta? ¿Hay alguien ahí? ¿Hay algo ahí?
Parece que no, pero hay que seguir llamando.
Nosotros somos esa llamada continua, de animal de 13 cabezas. Gracias por estar ahí.
Nosotros somos esa llamada continua, de animal de 13 cabezas. Gracias por estar ahí.
Un abrazo enorme.