A veces se alinean los astros y encadenas una serie de lecturas que, sin haberlo previsto, admiten ciertas conexiones ya sean formales o conceptuales. En este caso, además, son conexiones altamente satisfactorias. Hace poco leí dos novelas breves de Damián Cordones. En ambas, lo etéreo es omnipresente, así como la extrañeza ante lo que se sucede en la trama y la falta de explicaciones. Bruma tiene de todo eso, y en buenas cantidades. 

El autor peruano Martín López Lam nos ofrece la historia de tres niños que, primero, parecen perdidos, luego prisioneros y, por último, abandonados. Se mueven en un mundo casi vacío, sus captores han desaparecido y no hay restos de otros congéneres. A los niños, o al menos a uno de ellos, se los considera milagrosos. Sufren desmayos y alucinaciones. Ven caballos allí donde no debería haber nada. No se alimentan. López Lam nos lanza toda esta amalgama de elementos sin compasión, sin referencias previas, sin contexto. Y, aun así, logra hipnotizarnos.

¿Cómo se consigue algo así? A través de la emoción. Bruma desprende claustrofobia a raudales, de esa que se impregna en el lector por mediación de viñetas sucias, oscuras, en un blanco y negro aterrador y difuso que obliga a mirar con mucha atención para vislumbrar detalles entre la omnipresente tinta negra. De los personajes emana un fuerte sentimiento de desesperanza y desaliento, y también de confusión. Por momentos, esta novela gráfica me genera impresiones que me recuerdan a las de la increíble Febrero para galgos. Opresión, inquietud y desamparo. 

La obra pertenece a esa colección de títulos que trata la indefensión infantil desde una óptica distinta a la habitual, tirando de un fantástico que apenas asoma entre tanta niebla. Al mismo tiempo, desarrolla, aunque sea de manera subrepticia, un misterio que alude incluso a la localización exacta de los personajes, que se presenta tan borrosa como la propia historia. 

Haciendo honor al título, Martín López Lam hace que su obra esté, de manera perenne, envuelta en una bruma que se manifiesta tanto de forma física como metafórica. Los personajes se mueven en una ambientación etérea, en un mundo difuso que no es exactamente onírico pero tampoco tangible. Un territorio a lo Cabeza borradora, para entendernos, con su mismo espíritu desconcertante y perturbador. A esto se mezcla un punto de experimentación con formas y colores, especialmente en las primeras y últimas páginas de la novela gráfica.

Curiosamente, las últimas páginas de Bruma están reservadas para ofrecer una explicación asible con la que el lector puede volver a la primera página para reinterpretar toda la obra bajo las claves suministradas por el autor. Aun así, estas explicaciones presentan más preguntas que soluciones, dejándonos todavía con las ganas de continuar adentrándonos en ese universo tan particular. Con lo dicho, resulta evidente que se trata de una obra dirigida con tino a un reducto de lectores atrevidos, arriesgados y no adormecidos. Si perteneces a ese grupo, te va a encantar tanto como a mí.