Bajo el dolmen 32: Corteza amarga

por Francisco Santos Muñoz Rico

Raro sería que a estas alturas mis lectores no conocieran a Francisco Javier Olmedo Vázquez, que no solo he hablado ya, aquí y allá, de todos sus libros, sino que lo voy mentando sistemáticamente; y esto por una sencilla razón: es casi el principal exponente, que yo conozca, de la, por así llamarla, tradición lovecraftiana en nuestra lengua —que no en nuestro país—, y ¡ojo! que hay mucho falsario por estos mundos de Yupi literarios que usan el nombre de Lovecraft, tristemente de moda, para llamar la atención sobre sus pueriles obras; obras que en todos estos casos el propio H. P. se mearía encima… bueno, él no era tan guarro como yo, él solo las denostaría con elegancia. Cuidaos de todo aquello que lleve el nombre del maestro por bandera, en mi experiencia el noventa por ciento o es mierda, o no tiene que ver nada con el loco de Providence. Yo mismo me resisto a publicar mi compendio de historias lovecraftianas por pudor ante esta situación pérfida.

Pero claro, lo he dicho muchas veces: Olmedo no se parece casi en nada a Lovecraft, por mucho que otros lo hayan comparado con él; yo sigo sin hacerlo. Creedme, en sus anteriores trabajos Lovecraft está presente, por supuesto, pero solo en espíritu, digamos, Olmedo tiene voz propia y no es una imitación de la del viejo tío H. P., porque si así fuera: Olmedo no revestiría el más mínimo interés. Me explico:

Y me voy a mi terreno, y a mi tiempo, para explicar el fenómeno conocido como Círculo de Lovecraft. (Sé que me estoy apartando de la reseña en sí, pero este es mi dolmen y hago lo que me da la gana). Cuando yo escribí el primer Poemario Mínimo de la historia, mi amigo Daniel Aragonés, carcajeando salvajemente, me gruñó: hijo de puta, ahora yo voy a tener que escribir un poemario mínimo. Y hasta ahora el así llamado Proyecto Mínimo, después con Juan Cabezuelo, y poco a poco con otros cuantos egregios escritores, ha ido conformando una suerte de Círculo de Franky, o para no ser tan pedorro: Círculo Mínimo. Es divertido, estimulante, nos mantiene conchabados a los unos con los otros, en vez de cartas nos mandamos mensajitos por el móvil, pero en todo es el mismo fenómeno que con el famoso Círculo de Lovecraft: es un juego entre amigos escritores. No se trata de un juego de imitación, ni de un juego con estrictas reglas, todo lo contrario, no hay reglas, ni hay imitación; y ahí está la razón de que funcione. Ya pasó con el surrealismo, por ejemplo, Breton, Dalí, Buñuel y toda esta peña. Por eso decía que una imitación de Lovecraft no nos sirve para nada, y que Olmedo sí nos sirve: nos aporta cosas nuevas, no se ha metido a Nyarlathothep en la boca, lo ha masticado un poco, y ha escupido el bolo alimenticio en la mesa para moldearlo de nuevo, ni mucho menos, (atención, seré soez), se ha metido a Nyarlathothep en la boca, lo ha masticado y saboreado, tragado, deglutido, asimilado y finalmente: cagado. Después ha creado sus propios monstruos, revelando en sus esquivos sesgos su querencia por los monstruos de Lovecraft, sí, pero nada más que eso. ¿Ha quedado claro?

Antes de hablar de Corteza amarga, su último trabajo, diré que mi favorito sigue siendo Mal nacido, ese libro se pega al corazón, sin menospreciar los demás, que son todos una maravilla (a saber: Bajo nuestros pies, La codicia del pescador, El cuarto apóstol); como decía: sigo quedándome con Mal nacido como favorito porque, quizá, tiene más de Olmedo que ningún otro, y yo a Olmedo lo quiero mucho, no ya como escritor, sino como amigo. Ya sí: pasamos al tema:

En Corteza amarga, como debe ser, vuelve a cambiar de tercio, y al mismo tiempo, sigue en su línea. Es una novela, en su primera, y extensa mitad, pastiche, una historia que debemos ir contando nosotros, un puzle que debemos resolver con las piezas que Olmedo nos proporciona: testimonios, cartas, diarios, declaraciones a la policía, noticias, citas de viejos libros, citas de libros prohibidos también… y sí, lo hace a la manera de muchos cuentos de Lovecraft, que va sobrevolando el tema principal sin acercarse nunca demasiado a él. Aquí sí vemos a Lovecraft, es cierto, y ha sido totalmente intencionado, sospecho. La historia es truculenta y la prosa, a pesar de ser la típica del autor, aquí se nos muestra más enjundiosa que en sus anteriores libros, también a posta: Olmedo ha decidido: así es como me gusta y así es como lo voy a hacer. Y a mí me encanta.

Detrás de esta primera parte, además, y esto son conjeturas mías, pero que el Diablo me lleve —o los sabuesos de Tíndalos—, si el esquema general de la primera parte no recuerda en cierta medida al Melmoth, de Maturin… del que no solo se hace mención específica, a modo de elegante homenaje, sino que el mismo Olmedo advirtió del impacto de esta magna obra en su vida. Igual son flipes míos.

Pero ay la segunda parte. Olvidad a Lovecraft y su formalismo, ahora nos adentramos en otra novela en sí (como pasa en Melmoth, y en El Quijote, esta historia está subdividida en un montón de historias más), y no podemos dejar de mencionar un nombre que va a estar presente en esta novelita, que lo es en sí la segunda parte, repito, y que cierra el tomo: el, posiblemente, en mi opinión, mejor que el propio Lovecraft, o más de mi gusto, mismísimo (esto lo digo como si fuese a entrar al tatami apoteósicamente): William Hope Hodgson. La segunda parte tiene mucho de todo lo fantástico, onírico, improbable, otro, alienígena… de Hodgson. Además de esa impronta fría, digamos, analítica, que también nos remite a cien años de literatura gótica (más o menos, que después ya se fue acabando). No voy a decir más de esta segunda parte porque con esto, para quien tenga leídos a los clásicos, ya es más que suficiente.

Finalmente, vuelvo a quitarme el sombrero ante el amigo Olmedo; no va a ser del gusto de todos, y esto es un cumplido, pero sí de los más excelsos.

3 comentarios

Román mayo 8, 2023 - 10:09 am

Por favor, cuán insanas ganas de leerlo…

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Francisco Javier Olmedo Vázquez mayo 8, 2023 - 10:53 am

Magistral. Sencillamente magistral Estaba pensando en responder con un comentario tan elocuente como el mismo artículo, pero creo que un reverencial silencio sería lo que más justicia le haría. A sus pies, mi querido amigo. Siempre a sus pies 🎩👌

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Daniel Aragonés mayo 8, 2023 - 5:28 pm

Ya tengo ganas de tenerla. Con muchas ganas de morder la obra de Olmedo.

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