Existe un lugar onírico, aunque bien podría ser de fantasía, al que llamamos literatura. Es este un lugar de ensueño, un trasunto del mundo creado por Michael Ende que, al igual que aquel, se desmorona porque ya nadie lo visita, porque ya nadie cree en él.
El literario es un mundillo en descomposición, destinado a ser exhibido en un museo. El motivo no es la falta de talento, ni de nuevos escritores, más bien al contrario, cualquiera se imaginaría que es una industria en auge atendiendo al número de novelas publicadas cada año.
Pero la literatura, además, sobrevive custodiada por unos guardianes; seres de luz que, al igual que el Juez Dreed, son policía, juez, jurado y verdugo. Acudiendo a nuestro rico refranero diré que, para muestra un botón: en una universidad española retiraron El lazarillo de Tormes del programa académico por el simple hecho de que el protagonista tiene un hermano negro. La premisa que les llevó a tomar tan drástica decisión fue que no querían ser acusados de racistas. Todavía me sigo preguntando si se debió a que la aparición de un solo negro se les antojaba poco o demasiado.
Sin embargo, mientras la Nada devasta este mundo literario, sus habitantes intentan sobrevivir, disputándose las esquirlas surgidas de esta vorágine de destrucción, los escasos lectores. El casi inexistente parné. Y, en este caso, los negros surfean las olas con mayor éxito que casi nadie y con los bolsillos un poco más llenos que casi todos.
Por fin llega el momento de responder a la pregunta: ¿qué es lo que quiere el negro?
Un escritor que cuentas historias que firman otras personas como si las hubieran escrito de su puño y letra, ¿qué es lo que pretende? Pues lo mismo que todos: vivir de la literatura. Ganarse la vida con este admirado arte que casi nadie visita. Porque la fama y el reconocimiento están muy bien, son el santo grial de las letras. Cualquier escritorcillo con ínfulas desea estar a la altura de King, Valle-Inclán, Martin o Cervantes. Claro, soñar es gratis, y de eso va la literatura, de soñar despierto. Pero cuando termina cualquier sueño, siempre hay facturas que pagar, y este es uno de los caminos más directos a llenar la cuenta corriente si te dedicas a escribir.
Corría el año 2000 cuando saltó la noticia: la novela Sabor a hiel de Ana Rosa Quintana no había sido escrita por la popular presentadora de televisión. ¿Cómo era posible? Con dinero, seguramente con dinero. A pesar de que la periodista nunca reconoció el fraude, el engaño resultó patente cuando transcendió que el 12% del contenido del libro había sido plagiado de otras obras. Este copia y pega se atribuyó a un error informático aunque la realidad era que los nombres de lugares y personajes habían sido modificados.
¿Por qué el negro prefirió copiar párrafos de otras novelas antes que escribir propios? Seguramente porque lo único en lo que pensaba era en cobrar el cheque y el arte le importaba más bien poco. Cuando la escritura se convierte en un trabajo de ocho a cinco, puede que llegue la desgana, la falta de interés. ¿A quién le interesa contar una historia con la voz de otro? La imaginación, las grandes frases, los giros inesperados… Un negro los reservaría para su propia obra y, ¿cómo culparle por ello? A pesar de todo, a la larga, lo que necesitamos es dinero. Suena poco romántico, pero no por ello deja de ser cierto. Adiós a la bohemia, las tertulias literarias en un café a cualquier hora, a malvivir en una buhardilla alquilada por dos reales.
¿Quiere decir que todos los negros actúan del mismo modo? Evidentemente no, no todos plagian sin escrúpulos, pero lo que sí considero que debe ser un mal común es la pérdida de interés por la novela. Al fin y al cabo, ¿de qué sirve producir una obra maestra si los méritos le son atribuidos a otra persona? En efecto, el ego es uno de los motores del arte, no el único, desde luego, pero se me antoja improbable que el genio alcance sus máximas cotas sin el empujón extra que proporciona la vanidad, la pedantería, la petulancia, el eterno yo.
Precisamente esto es lo que no puede obtener un negro. La creatividad está castrada por el anonimato y el automatismo alimentado por la plata. No hace demasiado tiempo descubrí que existen programas informáticos que generan relatos de forma automática, es muy probable que este sea la futura senda del best seller. Novelas fabricadas a golpe de algoritmo que sustituirán a los consabidos negros. A todos nos sustituirán las máquinas, dicen. Puede que sea cierto, ¿a qué nos dedicaremos entonces? Tal vez pintemos cuadros, cantemos o escribamos novelas. Pero novelas de verdad, no una simple concatenación de palabras con cierto sentido. Continuarán escribiéndolas escritores, porque el ego es difícil de replicar, las expectativas, la necesidad de contar experiencias, sentimientos, de expulsar fantasmas, de sangrar tinta.
Y esto nos lleva de nuevo a El lazarillo de Tormes. ¿Es ese hermano negro más importante que la historia? ¿Queremos convertir la literatura en el resultado de un algoritmo informático? Tal vez sí, si lo que nos interesa es inundar de best sellers las librerías, si lo que queremos es contentar a todo el mundo porque es el camino más directo hacia la venta de libros. Sin embargo, creo que un grupo de irreductibles se mantendrá firme en sus convicciones, sin atender a convencionalismos ni presiones económicas, porque el arte, después de todo, es expresar lo que te venga en gana como te dé la gana. Y, aunque Franky seguramente me lleve la contraria en esto, debo decir que no soy un negro.
C. G. Demian
Redactor, El Centinela
2 comentarios
No tengo clara la última frase.
Jajajaja jajajaja
Puede que no seas negro, pero sin duda eres hermano del Lazarillo de Tormes.
Yo he pensado de vez en cuando en poner a la venta alguna novela inédita a ver si alguien me la compra y por lo menos saco dinero, igual lo hago algún día, así te contradigo en lo del ego. Lo malo sería que mis tres o cuatro lectores constantes cazan mi estilo a las dos frases, y se descubriría el pastel, y el pobre tonto que hubiese comprado mi novela se quedaría sin novela y sin dinero ☹️☹️☹️