XXXVII Club de Lectura de Terror: LA CABAÑA DEL FIN DEL MUNDO

por José Luis Pascual

Quizá sea La cabaña del fin del mundo la novela que ha puesto realmente a Paul Tremblay en el escaparate, empujada por la reciente adaptación cinematográfica dirigida por M. Night Shyamalan. No nos cabe duda de que su nombre será utilizado en el futuro como unos de los grandes referentes de la literatura de terror del siglo XXI. En esta edición de nuestro Club de Lectura hemos analizado el estilo de Tremblay, señalando tanto sus puntos fuertes como aquellos que no nos han convencido. 

Es la hora de presentar las conclusiones de esta edición del Club de Lectura. Incluimos una reseña de la novela y el debate que realizamos sobre La cabaña del fin del mundo.

Esperamos que os guste.

Reseña

Es la imagen de unos saltamontes atrapados en un bote de cristal la que Tremblay utiliza como leit motiv de La cabaña del fin del mundo. Es una postal perfecta para ello, ya que nos traslada a la resignación y frustración de quien es encerrado en contra de su voluntad, pero también nos habla de cómo podríamos estar sujetos a la voluntad de poderes superiores que jamás llegaremos a comprender. El concepto de convertirnos en un puñado de insectos a merced de los caprichos de fuerzas incognoscibles demuestra el buen tino del autor a la hora de plantear la premisa. 

A partir de ahí, brilla la novela en su espíritu teatral al situarnos en un decorado cerrado en el que asistimos a una representación intensa. Por momentos, La cabaña del fin del mundo me recordó a Disforia por su intentona de generar tensión en una escena o situación que se alarga en el tiempo. La obra sale victoriosa durante gran parte de su extensión, aunque hay determinados momentos en los que el autor quiere hacerse demasiado presente, arruinando por el camino la experiencia. Por suerte, pasa pocas veces. 

Resulta un buen ejercicio reexaminar la historia tras su lectura. Demuestra lo bien medidas que están todos los planteamientos, dirigidos en todo momento a alimentar una ambigüedad que explota especialmente durante el desenlace. Sin duda será un desenlace que polarizará a los lectores. Aquí pueden encontrar a un defensor de este tipo de resoluciones.

Estamos ante una novela más centrada en su desarrollo que en sus personajes, algunos de los cuales resultan más creíbles y redondos que otros. Si bien se puede echar en falta una mayor profundización de las motivaciones de los asaltantes, como decía antes, Tremblay ofrece las dosis justas de información para que nunca podamos decantarnos por una de las dos vertientes que se ponen sobre la mesa: la racional o la fantástica. Las dudas surgirán indefectiblemente cada vez que nos creamos en posesión de la verdad. 

Es en la innecesaria variación de estilo narrativo donde encuentro el mayor problema. No me molesta la injerencia repentina de un capítulo escrito en primera persona cerca del final, pero no le veo absolutamente ningún sentido a la mezcla de tercera persona con primera (y en plural) con la que el autor experimenta ya en el desenlace. Me parece totalmente injustificada y además rompe el ritmo y lleva todo el tiempo a preguntarse a qué viene tal incoherencia narrativa. 

A pesar de ese problema, la novela conforma una agradable aunque poco trascendental muestra de la producción literaria de terror actual con tendencia al mainstream. No inventa nada, pero se lee con gusto.

Los miembros del club hablan

La cabaña del fin del mundo es una novela en la que las respuestas no importan. El misterio se desarrolla en un único escenario; unos pocos personajes y creer o aceptar ciertos aspectos
fantásticos de corte apocalíptico será clave para la supervivencia.

Las creencias parecen jugar un papel muy importante y definitivo ya que la capacidad de creer puede o no acabar con toda la humanidad y de esa misma capacidad de creer nace la toma o no de una decisión.

Paul Tremblay juega con la ambigüedad, nos hace jugar al juego de interpretar y con cada interpretación una posibilidad.

La narración avanza lentamente, en mucha ocasiones deteniéndose en diversas conversaciones, en situaciones desesperantes sin llegar a ser terroríficas pero al mismo tiempo descabelladas y preocupantes. Una novela que hubiese funcionado mejor en un formato mas corto.

La premisa de sacrificar a un miembro de tu familia para evitar el mayor desastre que acabaría con la humanidad es el atractivo. La trama abre una discusión sobre la esperanza, la fe, y la confianza en los demás junto con la paternidad.

Siete personajes. «EL SIETE NO SIEMPRE ES EL NÚMERO DE LA SUERTE».

Todo se resume en delirio y pesadilla.

Óscar Sabater

La cabaña del fin del mundo arranca con un tópico del género (la home invasion) que inevitablemente remite al lector a otras encarnaciones previas con las que comparte escenario y premisa, como la película Cabin in the Woods, o la española Matar a Dios, para ir desarrollando su propuesta a través de la alternancia de puntos de vista definidos (con preponderancia del trío protagonista), mediante un estilo bastante calculado que en su tercio final pierde efectividad, pero no sentido. Este es el estricto marco formal en el que el autor sitúa los acontecimientos de la novela. Por ello, a este lector le ha resultado notoria la ausencia del recurso más evidente para generar suspense bajo dicho presupuesto, que es la presentación al lector de información de la que los personajes carecen. Tremblay lo utiliza, pero en muy contadas ocasiones, y sin consecuencias para la historia. Esta ausencia no se me antoja casual, sino totalmente deliberada. En su lugar, la tensión se crea a partir de la duda y el vacío de información (precisamente lo contrario), y la narración avanza en base a un juego de grandes interrogantes y escasas certezas que invitan al cuestionamiento y crean urgencia al lector (al menos a mí es lo que me ha pasado) en encontrar una respuesta, una explicación, que los invasores eluden.

Los engranajes de forma y fondo encajan, pues, a la perfección, al menos durante el comienzo y el nudo de la historia, para cristalizar en el que creo que es el tema fundamental de la obra: la bastardización del debate a través del control de la información, un problema que a poco que nos relacionemos en nuestra sociedad conectada habremos sufrido todos. El control de la información, o directamente la mentira, se utilizan como método para evitar la argumentación y anteponer la consecución rápida de objetivos a la racionalización de los motivos, métodos y cualquier cuestionamiento. Es una tendencia obvia tanto en el espacio público (imposible olvidar a mandatarios entonando un bochornoso “creánme” para justificar lo injustificable, eludiendo reconocer lo evidente) como en el privado, que cualquier trabajador por cuenta ajena en una empresa de mediano tamaño habrá experimentado en sus propias carnes. La hipocresía en versión argumentativa.

Efectivamente, ninguno de los atacantes ofrece una exposición mínimamente razonada de sus motivos. Ni siquiera la enfermera, que al principio del tercer acto nos ofrece un largo monólogo únicamente basado en su experiencia subjetiva y, por tanto, de nula efectividad. Los atacantes controlan la información y en lugar de dar explicaciones sitúan la cara amable y contundente de Leonard como interlocutor, porque ofrecen lentejas: o las comes o las dejas. No hay posibilidad de debate. No hay refutación posible. Una alegoría aplastante.

Y, mientras que los invasores ocultan, sus víctimas lo verbalizan prácticamente todo, sus experiencias son compartidas, sus recuerdos son mutuos y no guardan ningún secreto entre ellos (ejemplo claro: la pistola que uno de los protagonistas lleva a la cabaña a escondidas, y sobre la que confiesa a las primeras de cambio a su pareja).

Con todo esto Tremblay urde una trama increíblemente adictiva, apoyada por un estilo rápido y directo, de frases cortas, ocasionalmente interrumpido por los recuerdos de los protagonistas, que no siempre encajan todo lo bien que deberían, pero que siempre se exponen con la voz propia de cada personaje.

El desenlace arranca cuando se decide el destino de uno de los personajes, momento especialmente traumático que rompe cualquier posibilidad de racionalización y a partir del cual la experimentación con las voces por parte del autor no termina de ser del todo convincente. El final queda abierto y creo que es la mejor decisión posible.

Ha sido una lectura tremendamente adictiva, de no poder dejar de leer. Cayó en menos de una semana. Creo que funciona como un tiro, a nivel de tensión, y en la conjunción de forma y fondo para trasladarnos una alegoría sobre la enfermedad comunicativa de unos tiempos en los que a los ciudadanos se nos trata como a productos, más que como a personas.

Bernard J. Leman

¡El fin del mundo está cerca! ¿Os alcanzará leyendo? La cabaña del fin del mundo de Paul Tremblay es una verdadera obra maestra del suspense y el terror que te mantiene en tensión desde la primera hasta la última página. Además, la novela toca temas filosóficos profundos de una manera muy accesible y entretenida. Un juego donde nada es lo que parece; o quizás sí. Yo personalmente lo disfruté muchísimo y estoy seguro de que muchos de ustedes también lo harán. Si te gustan los libros de suspense y terror, ¡no te pierdas mi reseña completa en este vídeo!

Daniel Piniella

Debate

Os dejamos con el debate realizado en directo el pasado 5 de febrero, que contó con la participación de JL Pascual, Óscar Sabater, Miguel, Jota y Daniel Piniella. Esperamos que os guste.

Próxima lectura: ?

Deja un Comentario

También te puede gustar

Utilizamos cookies propias y de terceros para mejorar la experiencia del usuario a través de su navegación. Si continúas navegando aceptas su uso. Aceptar Leer más