El terror (XIII)

por Daniel Aragonés

Terrores nocturnos y otros trastornos del sueño

Utilicé este canal de los sueños y el miedo para escribir mi primera novela de terror —por así llamarla, porque la catalogaron como Surrealismo Sádico—. Su título es Efialtes, y hace referencia a un trastorno con el mismo nombre. Se podría decir que en la antigüedad era el término designado para las pesadillas, los demonios nocturnos o los espíritus. Los efialtes o hifialtes —íncubos y súcubos— eran fantasmas, espectros que, adoptando forma humana, se introducían en el mundo de los sueños y producían un malestar sin precedentes en su huésped. En definitiva, entes incorpóreos que conseguían causar un daño físico real, traducido en ansiedad, asfixia y pánico. En algunos casos llegaban a forzar sexualmente a sus víctimas —esto está recogido en textos antiguos—. Usé este término en un ámbito mucho más amplio, por supuesto, y lo coloqué en un contexto de mis características como autor y creador, y lo cierto es que funcionó. Se trata de un tema recurrente que, mezclado con buen gusto, puede dar unos resultados bastante desagradables a la hora de crear sensaciones y empatizar con el público. Pese a todo, la realidad del terror nocturno, el insomnio y ciertos trastornos del sueño son un absoluto infierno.

Adentrémonos en este apasionante mundo:

«El terror nocturno, a groso modo, es un trastorno vinculado directamente al sueño, en el cual, sin previo aviso y de forma súbita, el individuo se despierta en estado de alteración: aterrorizado».

En la mayoría de los casos, los afectados, especialmente niños, acostumbran a usar la violencia. Me explico, cuando te acercas o intentas abrazarlos o calmarlos suelen dar patadas, manotazos o empujones. Gritan, lloran, demandan atención. En lo físico, se presentan  taquicárdicos, sudorosos y con los ojos especialmente abiertos, como pequeños búhos. Las causas pueden ser múltiples, variadas y en su mayoría neurológicas. Solo digo que hay un vacío enorme en el ámbito de la medicina, a título personal. De repente tu hijo tiene un problema de estas características y te lo tienes que comer sí o sí. Tanto si ve fantasmas como si tiene un fallo en su sistema. No voy a entrar en materia porque escribiría medio libro describiendo datos y factores médicos, enfermedades y mil historias que, como ya he dicho, ni siquiera los especialistas hacen caso.

Haré un pequeño barrido, ofreciendo varios elementos clave. Causas principales: Privación del sueño y cansancio extremo: Estrés: Interrupciones en el horario para dormir, viajes o perturbaciones del sueño: Hipoglucemia: Fatiga crónica. Y, por supuesto, el don: la luz: el resplandor. Esto último puede parecer una absoluta estupidez para algunos, pero ¿qué ocurre con los que son capaces de ver el más allá? Incluso aunque sea paranoia, psicosis, esquizofrenia, ¿acaso importa? Estamos hablando de dormir, descansar: de no morir.

La manifestación en niños es muy chocante y terrorífica. Los adultos al cargo se ven bastante afectados. Durante un episodio de terror nocturno, el pequeño suele sentarse en la cama, agitarse sobremanera y moverse de un modo inusual mientras llora, berrea, gime e incluso habla como si estuviese en otro mundo. El miedo y la confusión inicial desaparecen cuando despierta del todo, y luego, no recuerda nada, sufre una especie de amnesia. Y mi pregunta es la siguiente: ¿lo recuerda como un sueño vívido o no recuerda nada?

En mi caso, si algún día mi hijo me dice que ve más allá de la realidad, estaré obligado a escudriñar los hechos antes de zanjar el asunto de un modo tajante. Extraer la verdad y ayudarle a encontrar el descanso que tanto ansía. ¿Veis? Ya tenemos un argumento básico de terror.

Si analizamos con inteligencia, el terror nocturno se cataloga como horrible porque entran en juego los factores oscuridad y soledad. El monstruo interior se hace de nuevo con los mandos del cerebro y nos empuja al océano de los malos pensamientos y de la ansiedad. Vulnerabilidad. Falta de madurez. Fenómenos paranormales, o inclasificables, que la mente no es capaz procesar y te torturan sin descanso, acercando la locura a tu psique y arrastrándote al pozo de la incomprensión.

Daremos ahora un pequeño salto en la temática:

Al margen de esto, pero al hilo, me impacta sobremanera el miedo a no despertar, a morir mientras duermes y que este pensamiento te impida conciliar el sueño. Las personas que lo sufren suelen entrar en pánico. Un bucle sin principio ni final que los conduce al vacío interior, reventando el raciocinio que nos convierte en humanos —ansiedad en estado puro—. Las causas de este miedo son múltiples: inseguridad: miedo a morir: fobia intensa a la noche, a la falta de luz. Una vulnerabilidad autoinfundada carente de raciocinio. En resumen, el simple hecho de tener que irse a la cama se convierte en el mayor de los problemas. 

El terror nocturno, el insomnio, el trastorno de sueño en sí mismo es una de las mayores pesadillas del hombre. Por eso merece la pena añadir un relato, una vivencia novelada a este artículo:

Dentro de la pesadilla, un relato de Román Sanz Mouta y Lorena Escobar

 

Voy a contar una cosa que me ha pasado esta noche mientras dormía.

Consciente de la embriaguez que suele nacer sin llanto y morir tarde, y de los inestables cambios de temperatura de un cuerpo agitado tras el inevitable pacto de cervezas, me debatía por hacer las paces con Morfeo ofreciéndole tristes promesas de falso amor. Añorándonos como dos insomnes sin luna.

Durmiendo en casa impropia, de prestado tras prestada juerga. Grande la vivienda; preñada de un pasillo infinito del que ramifican, cual pulpo rey de sus dominios, numerosas habitaciones sin dueño. Reposo, agonizo, me dejo llevar por la inconsciencia encerrado en la que me corresponde con la oscuridad como compañera. No puede —ni debe— ser de otra forma. Odio la luz. Fagocita mis escasas horas de descanso, fagocita mis peticiones de mudo auxilio.

Mi inestable paz podrida en la despensa.

De repente, ¡ruido! ¡Un portazo! Desde la calle hacia dentro, como un parto a la inversa. Una carrera frenética resuena con pasos brutales acercándose; devorando los tentáculos del pulpo para regurgitar los ecos de ese pasillo interminable. Abro los ojos, asustado de las sombras que esta tiniebla no puede albergar pero que alberga, que muestran con irreverencia sus densas e inquietas formas; ¿cómo explicarlo?

Son

sombras

de

sombras.

Busco lo imposible y percibo lo que no existe. Escucho con oídos de ciego. Mi compañero yace en la habitación contigua. En coma consciente. En coma sin punto.

Todo ocurre en un instante. La catástrofe silenciosa en el estruendo. Dejo de oír. Pierdo todos los sentidos, o ellos me pierden a mí al tratar de buscar ese imposible. Lo peor es que vuelven. Como siempre vuelve el infierno cuando el invierno niega su frío.  

Golpes en la pared trasera mueven el cabecero de la cama. Un susurro de ayuda lame como castigo mi oreja. Demasiado familiar, pienso y despienso, lo huelo, ahogándose en cada repetición de un nombre —el mío— que ya no sé si recuerdo. Reclamando mi atención en su dolor. Deseando compartir el daño.

Ese daño.

Quedo paralizado, inerte en la existencia onírica. Solo aspiro a tener miedo desde la impotencia. A dejar impotente al miedo. Aspiro a tanto que aprecio la respiración en su intento por mantenerme con vida.

Es tan difícil saberse muerto…

Entonces, adverbio de tiempo inexistente, una mano que no debe (pero jura) aparece a mi lado. Desde el muro. La intuyo en el roce. Junto con la voz de una cabeza que también le pertenece a la criatura que no está.

Porque no viene desde lo lejos. No recorre el pasillo vomitando puertas y atravesando habitaciones. Se pega a mi oído en verbo pringoso. Uniendo el tacto al contacto de esos largos dedos.

Reconozco la voz, oh sí.

Y reconozco el toque suave. 

Oh, no.

Desperté con el pulso tan roto como la noche. Intentando escuchar la respiración de mi amigo por encima de mi propio aliento. Buscando agitar mis extremidades con el alivio de sentirme huesos, tejido y hiel. Dudando sobre el lugar en el que me encontraba. Dudando si seguía dormido o acaso lo estuve.

Dudando si continuaba vivo.

O si la vida también se cansaba de mis viejas costumbres.

―¿Por qué no escribes sobre ello? ―podéis preguntar.

Porque puede que parezca otra noche en vela de borracho nuevo en mañanas y antiguo en vicios.

Porque puede que parezcan inquietas pesadillas de una mente que se sustenta de la perturbación y en la perturbación encuentra terreno sacrílego y sagrado.

Porque creo que, si lo cuento, la voz que me mató anoche en susurro prolongado y conocido seguirá excitada en mi compañía. Cómplice en mi locura.  Confesora en mis pactos sin tregua.

Y ya nunca, nunca…

dejaré de oírla.

Puedes encontrar todas las entregas de esta serie de artículos aquí: El Terror

9 comentarios

vicente febrero 7, 2023 - 12:06 pm

Vata dos cracks!!

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Daniel Aragonés febrero 9, 2023 - 7:38 am

Se hace lo que se puede. Gracias por leer todo con tanta dedicación. Abrazaco.

Responder
Román febrero 7, 2023 - 12:07 pm

Grande Daniel
Este viaje por el terror merece la pena
Onírico aquí
Desde el tierno infante que recordará de mayor (os lo prometo, las pesadillas vuelven), al miedo tras la puerta del dormir.
Un tema de eones.
Y gracias a Lorena colaboradora imprescindible en el texto.

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Daniel Aragonés febrero 9, 2023 - 7:39 am

Gracias a los dos por formar parte de este viaje.

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Esther febrero 8, 2023 - 7:39 pm

Fabulosos artículo y relato.

Responder
Daniel Aragonés febrero 9, 2023 - 7:39 am

Muchas gracias.

Responder
Carmen febrero 10, 2023 - 1:41 pm

Fabulosos

Responder
J C febrero 15, 2023 - 10:19 pm

Hola, soy JC a.k.a. el Leshii, del podcast Cuentos del bosque oscuro. Llevo tiempo queriendo hacer algún relato de Román para el podcast, y el de este artículo me ha encantado y es ideal para una primera vez. Normalmente me pongo en contacto con los autores por mensaje directo en Twitter, pero con él no me es posible. No sé si son sus ajustes o el manazas de Elon Musk haciendo de las suyas. Román, si estás interesado, ponte en contacto conmigo, por favor: @CuentosBO. Gracias, un saludo.

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José Luis Pascual febrero 16, 2023 - 8:21 pm

Muchas gracias, JC. He tardado en verlo por los ajustes de moderación de comentarios de wordpress, pero ahora mismo se lo traslado a Román.

Un abrazo.

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