Bajo el dolmen 28: Transgénero

por Francisco Santos Muñoz Rico

Ya he hablado otras veces aquí de la tontuna inacabable de las etiquetas y de lo contrario: de dejar que el texto mande, y sobre todo: su propia enjundia, sin importar tema, forma, contenido o continente. Lo sustantivo es la calidad literaria y la diversión, o poniéndome tonto: lo que te aporte el texto.

¡Aporte!

Los queridos lectores de esta entrañable sección que estén acostumbrados a leer sobre misterios, parapsicología y temas afines (ECM, UFOS, etc.) no podrán leer la palabra aporte sin que les remita al término que designa el caso de “cosas” (piedras en general, pero se han dado múltiples variantes) que aparecen como de la nada, a menudo cayendo de arriba, ya sea del cielo o del techo. Aporte. Es un fenómeno extraño, pero no poco común en la historia de lo oculto. Pero por favor, pasemos al siguiente parágrafo para continuar esta agradable divagación:

He leído cientos de libros sobre este tipo de cosas, sobre el ectoplasma, las parafonías, el imprimatur, los zombis de Haití, el triángulo de las Bermudas, y un largo etcétera. Lo que los imbéciles de tomo y lomo que atestan el mundo llaman “seudociencia” y otras feas palabras. Pero por supuesto es ciencia; dejando de lado que cada uno crea si verdad o mentira. La ciencia es solo “conocimiento”, scentia en latín no significa otra cosa. Pero hay una parte de toda esta literatura (y uso la palabra literatura con toda intención) que nos incumbe aquí, bajo este añoso dolmen: la gracia literaria, el disfrute de un libro simplemente por estar bien escrito: J. J. Benítez, Jiménez del Oso, el famoso Íker Jímenez y su mujer, Carmen Porter; por poner ejemplos españoles y bien conocidos (y por no nombrar a Fulcanelli y escribir un libro en vez de un articulillo): escriben bien, tienen un estilo bien definido y se hacen querer. Esto es fundamental, independientemente de si hablamos de un tema u otro, de novela o de crónica periodística, o de estudio de campo. Pero, por favor, sírvanse otra copa y acompáñenme al parágrafo siguiente:

Me paro en J. J., aunque a los otros tres los he leído también, por su gigantesca producción, por su éxito de ventas. J. J. Benítez es un buen escritor, la serie de novelas Caballo de Troya está escrita con gracia, armonía y con una medida perfecta, un ritmo ejemplar, y esto tiene mucho más peso, en su éxito me refiero, que el propio tema. Quiero señalar como novela excelsa de Benítez La rebelión de Lucifer.

También tenemos la obra de Castañeda, o los libros de Tuesday Lobsang Rampa. ¡Y qué decir de los magníficos trabajos de Krishnamurti! O del elegante y omnisapiente Osho, que ni siquiera escribió: se limitaba a hablar, hilando a las mil maravillas discursos, pura improvisación, que otros transcribían pacientemente (Osho es lo más cerca que estamos de ver a Buda en vídeo). Todo se disfruta literariamente en primer término, sin tener en cuenta la implicación espiritual o mental con el mensaje: de cualquier manera lo vemos en Snorri Sturluson también, ¡Y no hace falta que veneremos a Odín para disfrutar de las Eddas! De igual manera no hay que creer en la existencia de Nyarlathotep para disfrutar de Lovecraft, ni en la de Mogollón para flipar con John muere al final.

En realidad, fíjense, un texto no necesita ni tan siquiera estar completo, o terminado, para ser un bocado excelso: recurriré de nuevo a algo bien conocido: La metamorfosis, del loco Kafka, una historia sin acabar al cabo. Qué importa. Nada. Es el camino en sí, no el destino, y si no que le pregunten a Cavafis, lo que importa. Personalmente, mi texto favorito de Kafka es, no se lo van a creer: otro inconcluso: El cazador Gracchus.  ¿Acaso me ha importado poco o mucho alguna vez que sea un texto inacabado? En absoluto; porque es un texto (con todas sus variantes y apuntes) absolutamente genial (no uso esa palabra a la ligera). ¡Yo soy el cazador Gracchus! Es rememorar esa frase y me arde el alma. Curiosamente es un texto poco conocido; pero esto es normal: cada uno ensalza aquello que le es afín, y El cazador Gracchus es mi obra de Kafka, en ningún caso La metamorfosis. Ya sabéis a lo que me refiero: “la obra”. De Dostoievski, Crimen y Castigo ¡Prestuplenie i Nakazanie! De Stevenson hay quien cogerá Jeckyll y Hyde y quien elegirá otra; y de Kafka, El cazador Gacchus. (Algún día me pararé con el inacabable Stevenson por aquí).

Otro gran literato que no es propiamente célebre por ello es Carl Gustav Jung, que ostenta en mi historia personal el título de “Libro más caro comprado”, con su Libro Rojo. Una obra sensacional que no se puede circunscribir a lo científico (no estrictamente), y mucho mejor se circunscribe en lo metafísico y sobre todo a lo puramente literario, así como lo hace el Libro del buen amor, por ejemplo; es una delicia de belleza. Pero de Jung tenemos opúsculos, como Realidad del alma, que son, también, puro lirismo.

De hecho puede uno encontrar arte por doquier, hasta en las redes sociales…

¿Por dónde iba…? Ah, sí, que me declaro, literariamente, trans. ¿Y usted?

4 comentarios

vicente agosto 30, 2022 - 12:00 pm

Necesito 6 vidas para leer todo lo que comentas y lo que te guardas.

Responder
FRANKY agosto 30, 2022 - 3:56 pm

No tanto, que yo lo leí en media, exagerado!
Me encantan las birras que me regalaste, por cierto, amargas y duras como el desierto de mi propia desesperación

Responder
León agosto 30, 2022 - 5:52 pm

Pues yo soy transgordo. Twesday Lobsan Rampa es el mejor, y también era trans.

Responder
Patricia López agosto 30, 2022 - 8:00 pm

Excelente !!!…👋👋👋👋…me interesa “pegarle”una mordida al “Libro Rojo”…pero antes tengo a Kafka y a Hesse en lista de pendientes…y sí,necesitaré más de una vida para leer todo lo que quiero…😎

Responder

Deja un Comentario

También te puede gustar

Utilizamos cookies propias y de terceros para mejorar la experiencia del usuario a través de su navegación. Si continúas navegando aceptas su uso. Aceptar Leer más