Abrazando el espíritu de Clive Barker —no hay que olvidar que la película original se basa en un relato del escritor de Liverpool— y añadiendo algunas gotas made in Cronenberg, el nuevo Candyman se erige como secuela obligatoria. Pese a algunas contradicciones menores del guion, el film de Nia DaCosta consigue aprobar con nota en muchos de los aspectos que hoy día se le piden a una buena cinta de género: incidir en un imaginario original muy explotable, impactar en el apartado visual y guardar un importante componente reivindicativo que nos lleva a la reflexión. Además de todo ello, la película se apoya en unas magníficas secuencias narrativas basadas en marionetas y sombras. Su efecto ayuda a aupar a esta secuela muy por encima de la media del terror actual.
Película húngara que llega con cierta aureola de culto a su alrededor. Quizá sea por su premisa, que gira alrededor de un hombre que, tras combatir en la Primera Guerra Mundial, se dedica a fotografiar difuntos, esa tétrica costumbre que por aquellos años servía a las familias para despedirse de sus seres queridos. Péter Bergendy le saca cierto provecho a tal cuestión, beneficiándose además de una notable fotografía. Eso es todo. A partir de ahí, la película —demasiado larga— se va precipitando al delirio en una sucesión de giros de guion de lo más extravagante, regalándonos momentos en los que la carcajada se escapa inevitablemente ante lo absurdo de la trama. La hubiera disfrutado si su tono fuera el de «Godforsaken», pero Post Mortem yerra al tomarse a sí misma demasiado en serio.
Menudo volantazo ha pegado James Wan. El célebre creador de la saga Expediente Warren vuelve al terror desde una óptica tan distinta como sorprendente por su acabado. Y no para bien. Maligno es una TV Movie, una serie Z de los años 80, un esperpento absoluto en el que el espectador asiste absorto a un dislate tras otro sin poder salir de su asombro. Parece que Wan haya querido desligarse de su reconocible estilo de la peor manera: troleando al público. Porque sí, Maligno es una tomadura de pelo en la que el director ha debido disfrutar como un niño pequeño sabiendo lo que iba a hacer. Confieso que me he reído al comprender sus intenciones y, de una manera perversa, la he disfrutado.
La chaqueta de piel de ciervo (Le daim) es mi primera experiencia con Quentin Dupieux. Y la cosa se ha saldado con un aprobado justito. Destaco la originalidad del guion y de la imaginería que el director planta en escena, así como las buenas interpretaciones de Jean DuJardin y Adèle Haenel, que dan empaque a la cinta. El surrealismo y la extravangacia de que hace gala la película son muy de mi gusto, pero creo que chocan de frente con un desarrollo pausado en exceso y con una trama que no termina de romper. No sabría decir muy bien el qué, pero me faltó algo y al final me dejó con la sensación de ser una producción totalmente insustancial.
José Luis Pascual
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