Hay algo en las antiguas expediciones polares que me llama poderosamente la atención. Ni siquiera es algo tangible o material, y va más allá de la sensación de asombro, mezclada con agorafobia, que cualquiera puede experimentar al contemplar una fotografía de aquellas odiseas. No, se trata de algo más etéreo pero a la vez más sencillo: los rostros. Cada vez que miro el rostro de uno de aquellos exploradores siento un escalofrío. No se me antojan como rostros humanos, sino como miembros de una raza distinta. Ver cómo esos rostros me observan desde la indefinición de una instantánea borrosa me produce una suerte de terror reverencial que, en mi interior, se entremezcla con un profundo sentido de la admiración. Quizá esos rasgos que percibo tan diferentes son tan solo una constatación de nuestra condición mortal, un conocer nuestro propia finitud. Un mirar fantasmas.

Bea Uusma, la autora de La expedición. Una historia de amor, se enamoró de tres fantasmas: Salomon August Andrée, Knut Frænkel y Nils Strindberg, los tres miembros de la conocida como expedición Andrée. Comenzó de casualidad, como suelen comenzar los romances. Uusma asistió a una fiesta en una casa y, por impulso o aburrimiento, agarró un libro de las estanterías. Ese libro hablaba de la malograda expedición Andrée y del misterio que rodeaba a su muerte. Desde ese momento, la escritora se obsesionó con el caso y lo convirtió en el centro de su vida.

La expedición. Una historia de amor es una minuciosa reconstrucción de esta infausta expedición que arrancó en globo y que, apenas tres días después, se vio obligada a desarrollarse en pleno hielo polar. La autora, involucrada en el caso hasta niveles impensables, sigue los pasos de los tres exploradores en un intento por solucionar, más de cien años después, el misterio de su muerte. Leer este libro es como ver un documental, ya que además de la narración en primera persona de la propia autora —que funciona como la habitual voz en off de los documentales televisivos—, se nos ofrecen extractos de los diarios y anotaciones de los integrantes de la expedición, así como multitud de datos referentes a cosas como la meteorología, la alimentación, la ciencia que hay detrás del despegue de un globo… Mil y un consideraciones, en definitiva, que dan cuenta del milimétrico método científico aplicado por Bea Uusma a la hora de tratar de desentrañar un enigma nada sencillo.

Que nadie se asuste, pues todo se ofrece de un modo perfectamente integrado en la narración y en la medida adecuada para ir, poco a poco, sumergiéndonos en el devenir de un relato fascinante que revela el espíritu temerario y algo kamikaze de tres aventureros que no sabían a lo que se enfrentaban. Además, la autora vertebra el libro a través de las cartas que Nils Strindberg, el miembro más joven de la expedición, escribía a su prometida durante el viaje (de ahí el subtítulo de la obra). El contraste entre el desarrollo de los acontecimientos y el candor casi juvenil de un amor inocente otorga a este ensayo un poder especial y convierte a este artefacto narrativo en algo que, como el frío del Ártico, va calando en nosotros sin importar la protección que llevemos.

Hay que agradecer la existencia de editoriales arriesgadas y atrevidas como Menguantes, por acercarnos lo que sin duda alguna es uno de los libros del año. Un libro diferente y apasionante que denota la diferencia abismal entre el ser humano de hace cien años y nosotros. Un libro, al fin y al cabo, de fantasmas.