Me enfrenté a Flores extrañas sin más referencias que el criterio de la editorial, pues tras leer otras novelas publicadas por Sajalín, me pareció un proyecto a todas luces confiable. Las primeras páginas me sorprendieron por su tendencia a lo clásico, y reconozco que me costó ubicarme —la culpa, probablemente, la tienen más de diez años leyendo exclusivamente literatura de género—. Una vez reconocidos el tono y la ambientación, pude disfrutar de la que probablemente sea la mejor novela que he leído en los últimos años.

Leer esta obra es como regresar al pasado. La prosa de Donal Ryan se asienta en el clasicismo y en el detalle, optando el autor por un narrador omnisciente que se apega a los personajes desde la compasión y cierta objetividad. La desaparición de la tímida joven Moll Gladney es lo que hace arrancar el relato, calando las consecuencias a varios personajes, especialmente sus padres. Pero Flores extrañas es mucho más, y el misterio en torno a la desaparición de Moll da paso a una historia cercana a la epopeya, una saga familiar con ramalazos de racismo, clasismo y aceptación bajo la que el autor dibuja perfectamente una época de represión, de desconfianza hacia la comunidad, de temor a Dios.

Si bien la ambientación remite a otros tiempos, el estilo de Ryan se asienta en un equilibrio idóneo entre lo antiguo y lo moderno. De hecho, la novela supura ese contraste tanto en su forma como en su contenido. La prosa detallista de este autor irlandés resulta portentosa, regalando al lector sensaciones, olores, paisajes o estados de ánimo una página sí y otra también. Sacamos en claro que en el pacto con la naturaleza reside la redención, y los personajes parecen conocer tal secreto. Todo ello sin que la trama deje de moverse en ningún momento, una trama que en realidad es circular y que se estructura de manera fragmentada.

La atención al detalle se alterna con la maestría de Donal Ryan a la hora de manejar el tiempo, pausando o acelerando en el momento justo, sin que apenas nos demos cuenta. La naturalidad con que lo consigue demuestra que estamos ante un virtuoso de la narración. Es una delicia asistir a los avatares de los personajes, primero centrándonos en Paddy, luego en Moll, en Alexander, en Joshua… La construcción de personajes se me antoja absolutamente magistral, y así Ryan nos sumerge en la mente de una miríada de personas que palpitan con sus miedos, sus creencias, sus enganches, su amor.

No ahondaré en otros recursos que se ponen en juego, y que soprenderán al lector. Diré, eso sí, que la narración posee algo bíblico, algo embriagador, emocionante. Leyendo Flores extrañas, uno percibe cierta sensación de trascendencia por la portentosa fidelidad con que Donal Ryan retrata el alma humana. Entramos aquí en terrenos delicados, pues cada lector adaptará la novela a su propia idiosincrasia, a su propia experiencia vital; y así debe ser.
Es esta una obra que, a pesar de narrar algunos sucesos tristes, resulta hermosísima, alentadora y trascendente. Hacía mucho tiempo que una lectura no me alcanzaba tan profundo como esta.