“No existimos, ¿te das cuenta? Y ese mismo detalle es el que nos obliga a hacerlo. Somos la negación, cada ser del universo lo es, la no creación de la que nació todo lo demás. Somos la metralla de la gran explosión. Formamos parte de una onda expansiva que surca el infinito. Es así“.
Sobre todo, estamos ante una historia cruda, agresiva y violenta que no conoce las concesiones sino que te reta continuamente a aguantarle la mirada. Porque el autor hace desfilar ante nuestros ojos una galería de atrocidades que en ocasiones pondrán a prueba nuestro estómago. Ojo, que nadie se equivoque, no es esta una obra que busque la provocación vacua, sino que bajo las capas de sangre e indecencia guarda un mensaje profundo y desencantado sobre nuestra sociedad.
«Efialtes» es como si Dante se hubiera explayado al relatar el pasaje del conde Ugolino, con un Daniel Aragonés siempre yendo un paso más allá ¿o tal vez más acá? La novela me parece todo un tratado sobre la imaginación, un manual que nos insta a abandonar nuestra vida real y rutinaria y abrazar nuestros sueños. Sé que esto que digo parece definir cualquier libro de autoayuda de esos que, lejos de ayudarnos, intentan vendernos la moto de la felicidad. Nada más lejos de la realidad. Lo que «Efialtes» contiene en sus vísceras es algo más oscuro, más primigenio, más instintivo. La promesa de la salvación a través de la sangre, en la que casi podría considerarse la creación de una nueva religión, tan terrible como arrebatadora.
Para terminar, un consejo. Puede que algún día despertéis en mitad de la noche, o creáis hacerlo, e intuyáis cuatro formas femeninas en un rincón de la habitación. Puede que esas formas se muevan, y que parezcan generar un sonido extraño y rasposo, como el que producen las prendas de látex. Y puede, solo puede, que sonrían mostrando unos dientes puntiagudos que rasguen la penumbra. Si os pasa, temblad.