Ritual Román 78: La mujer poco probable

por Román Sanz Mouta

Título: La mujer poco probable

Autor: Tatiana Goransky

Editorial: Tres Hermanas

Nº páginas: 144

Género: Tragedia de enredos

Precio: 16,50€ 

Martina y Leo celebran sus veinticinco años de casados con un viaje en busca de sus orígenes. Será un vuelo vertiginoso, crucial, que pondrá en peligro sus vidas y los empujará a examinar el pasado y el presente de su relación. Si estuviéramos a punto de morir, ¿cómo nos contaríamos nuestra propia historia? ¿Volveríamos a elegir a la persona que tenemos al lado? ¿Seríamos capaces de revelar nuestros secretos a los que más queremos? Y, sobre todo, ¿de qué nos arrepentiríamos? Una novela ágil y cautivadora que nos invita a reflexionar sobre las decisiones que construyen y condicionan nuestra vida.

 

RITUAL

Martina y Leo se encuentran de vuelta tras un viaje que necesitaban, persiguiendo sus orígenes en común por la patria rusa de sus ancestros desde la Argentina, hogar perenne. Acumulando recuerdos, memorias, anhelos, de necesidad en esta pareja que lleva demasiado tiempo junta para quererse, enamorarse, desenamorarse, desquererse y vuelta a empezar en otro orden, pero sin coincidencia. Entonces, el avión falla, amenaza desastre ya cerca de casa, y en sus cabezas se acumula todo esto y mucho más: el pasado, las decisiones incorrectas, los sentimientos, aquellos momentos clave… Su propia historia, como dúo y por separado, que tiene mucho que ver con sus progenitores, de diversa índole o talante, y con los padres de sus progenitores (y vaya familias…). Todo suma. Todo les sobrevuela mientras ellos descienden en picado haciendo valoración de esa vida de a uno y de a dos. Pensando, también, en sus hijos: Emma y Pedro. Y en Dana, aquella que los presentó, que los unió sin propósito extraviando el suyo propio.

Pues estas son algunas de las premisas del puzle que, una vez más, nos prepara Tatiana Goransky, con una prosa elaborada, escogida, tan dulce como cruda para que duela y a la vez se añore al poco de terminar una frase, una escena, una emoción. Un juego que muestra paralelismos con sus obras anteriores más recientes, pero que aquí te lleva un poco más lejos. Porque la narradora lo sabe todo, sobre padres e hijos y nietos o abuelos. Sabe que se heredan ciertas costumbres, las buenas en ocasiones, las malas casi siempre. Y todo eso nos convierte en las personas que somos, descastadas por el uso y abuso emocional que hacen y hacemos de nosotros mismos. Pero también maravillosos. Cansados de querer y de no querer, o de no saber querer o ser queridos.

Así, nos imbuimos en las mentes de Marina y Leo, enigmas en sí mismos, centros de esta tragedia laberíntica, pero no los únicos personajes. Quienes, en este regreso a Rusia, planeaban descifrarse, conocerse y reconocerse, escoger entre violencia y amor, cuando muchas veces van de la mano, cuando todo se convierte en una obsesión con el paso del tiempo y la pérdida de la inocencia primeriza. Descubrimos, en cada capítulo que se les dedica, su perspectiva única, su versión, por qué hicieron lo que hicieron y lo que no hicieron. Desnudos y revelados. En trío. Hasta que nos simbiotizamos con ellos para poder entender el total de la historia. Vínculos bidireccionales que se salen de las páginas, pues en cada salto de personaje modificas, con esa perspectiva mutante, tu propia afinidad y concepción de cada uno de los protagonistas. Es la virtud de esta narrativa, sin buenas ni malos, pues se desvelan todos los ángulos y vórtices. El lector, la lectora, decide.

Y hablamos de trío, pues la tercera en discordia, Dana, es el nexo, mártir, heroína del drama. Sufriendo como espectadora televisiva la inminente hecatombe del avión. Perdiendo el núcleo de su vida, su mejor amiga, su pasión oculta. Penando acerca de a lo que renunció tiempo atrás; palabras y decisiones que cambian vidas, universos, dimensiones. Y ella, con su enfermedad, piensa: que tanto más importa morir si no consigues que te ame la persona a la que tú quieres. Un personaje para admirar, para adorar, con sus defectos y sus muchas virtudes.  

En el epílogo que prologa la tragedia, otra regla de tres, sublime y deliciosa, con los hijos, con Shmuly, el amante, que reciben las consecuencias lesivas:

Pedro: el hijo pequeño, muchacho que florece en su primer amor. Que ha compartido tanto con su madre que la tiene interiorizada, con memoria de antes que sea posible, porque ella, Martina, se lo ha inculcado. Los hijos de familias disfuncionales son así, diques a punto de reventar. Y ha encontrado escape en otra Martina, Tina, su compañera de colegio. A la cual anhela. Porque la vida son círculos, círculos concéntricos. Un crio hipersensible y que se comunica mejor con su guitarra que de verbo.

Emma: la hija mayor, que gusta de experimentar y sentir, y que a la vez quiere que todas las familias estén unidas, en una terrible contradicción para consigo misma. Es esa edad, su edad, la edad que todos tuvimos y se atesora en el recuerdo. La madre sin ser madre de sus propios padres, siempre preocupada por todo, protectora, un rasgo muy común en los primogénitos. 

Shmuly: el amante, el engatusador engatusado, el zalamero, el impulsivo, el caprichoso, el que vive deprisa. Quien necesita una mujer que sea pura música, la cual sincronice con la suya. El padre. Aquel que deposita igual palabras que besos, los cuales llenan oídos anegando pensamientos y deseos.

Resumiendo; argumento intenso, tanto en lo romántico como en lo dramático, doloroso por ratos, emotivo casi siempre. Esta es una novela de personajes, ellos son la trama y la atmósfera; lo suponen todo. La autora traza fronteras tan difusas como realistas entre el amor y el desamor, con sus tiempos, que conllevan soledad, obsesión, violencia, desespero, felicidad fugaz o absoluta, y fantasía perpetua. Que son propias, individuales en cada cual, incomprensibles por el individuo. Pero que deben ser compartidas para intentar su entendimiento. Se ama de tantas formas como personas hayan existido y existirán, y se desama de la misma manera. Esta obra episódica de triángulos resulta en una vorágine de emociones (sí, la palabra clave, una de ellas al menos) que merece la pena ser saboreada, conociendo las características y peculiaridades tanto de la novela como de Tatiana Goransky, dueña de su propio estilo que deriva en tsunami, rematado por un epílogo el cual hace mayor a la novela, la redondea en su valor tremendo, y te deja el corazón tuerto. Al ritmo de una música triste.  

Lo repetiremos una vez más cual mantra, da igual el contenido, la forma o el fondo (no da igual, pero ya sabes lo que quiero decir); la literatura trasciende a los géneros. Y la buena literatura lo es contando cualquier tipo de historia, por la manera en que lo hace, y por cómo te alcanza, te llega y te llena. Si quieres literatura íntima, diferente, implicada, bienvenido.

Pd: recordad el género, no engañamos a nadie. Tragedia, amor, desamor y todo lo que eso conlleva. La clave de la misma existencia. Porque no hay peor ángel o monstruo de infinitas cabezas…

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