Por momentos, y no voy a decir que ocurra por acción divina, lo políticamente incorrecto se escapa por la puerta de atrás, dejando un vacío en nuestros corazones que no somos capaces de identificar. No pasa nada con lo que voy a decir, ni siquiera pongo énfasis, es un hecho que el fascismo se está convirtiendo en una especie de moda, lo mismo que la ultraizquierda y la gilipollez mental. No es algo que haya ocurrido poco a poco. Se ha ido instaurando, arrastrando a unos y a otros hasta el punto en el que estamos. Así funciona el equilibrio: mientras que ciertos grupos, o colectivos, destruyen obras de arte para reivindicar los derechos del planeta, otros se exhiben sin pudor en una plaza de toros y violan a unas jovencitas que, según ellos, van vestidas de putas. ¿Son unos mejores que otros? No, la sociedad da asco, y por eso necesita obras de esta magnitud tan pútrida.

El Maestro es un cómic que ni mucho menos acaba de nacer. Dentro de este tomo nos ponen en situación y hablan de sus orígenes y cómo lo crearon —entre otras cosas—. Se trata de una obra que camina por las sendas ocultas de las modas sociales y los estereotipos. Nos pone en situación, exagerando cierta figura que parece haberse extinguido. Creedme, el macho ibérico sigue estando ahí, solo que ha evolucionado, se ha cambiado de ropa y mimetizado con su nuevo entorno.

¿Cómo se presenta El Maestro?

En forma de tiras cómicas, recopiladas en un tomo. Pequeñas historias cortas que desgranan y parodian la figura de un macho ibérico en horas bajas. Un viejo torero jubilado —más de cien años dicen que tiene—. Guarro, dejado y vulgar por excelencia. Follador por encima de todo. Con las uñas descuidadas, la ropa llena de mierda y un cuerpo que más parece un zoo de ácaros y hongos que otra cosa. Un tipo al que la ducha le parece algo de afeminados y que visita de forma asidua la tasca más pútrida de la ciudad. Siempre que puede se beneficia a la camarera, enamorada de su figura inmortal, de esa esencia de macho por antonomasia. Las escenas de cama son absolutamente brutales.

Se trata de algo escatológico. Vas a ver y sentir la mierda, las heces, los parásitos, los gusanos, las cucarachas. Todo aquello que procuramos mantener en un frasco de censura y que repudiamos.

Las risas están más que aseguradas. Así me ha pasado a mí, al menos. Se trata de una obra donde lo políticamente incorrecto pasa a convertirse en el centro neurálgico del mensaje. ¿Quién no ha tenido que cagar en plena calle alguna vez?

En mi cuaderno de notas puse algo parecido a esto: cuando ciertos sentimientos radicales crecen de forma absurda en la sociedad, debe aparecer algo, nacido en el subsuelo, sin filtros, capaz de parodiar todas esas emociones y convertir los movimientos en algo insustancial y carente de sentido. Una cosa está clara, El Maestro es zafio, soez, desvergonzado, valiente, marginal y exagerado. Una especie de Torrente elevado a su máximo guarismo. Lírica escatológica de características únicas. Un despiste vital que aleja su figura, la del Maestro, de la razón.

Podría decirse que es terrorífica. Destructiva. Un atentado contra el buen gusto y el wonderfulismo —le robo la expresión a Macarena Gallego—. Apunte: el autor deforma por completo el andaluz y lo convierte en un amasijo de letras mal puestas. Metáfora ibérica multiplicada por mil.

Una obra imprescindible si lo que buscas es dejar a un lado el convencionalismo mal conducido que nos intenta poseer.