Recuerdo con viveza cuando mi profesor de latín y griego, allí por los alegres tiempos del instituto donde la hierba era más verde y el cerebro más hueco, nos hizo leer La Iliada. Recuerdo, en concreto, la escena en la que Héctor está frente a las puertas de Troya, esperando a Aquiles para tener su duelo. Como un dragón frente al portalón. Recuerdo leerlo y quedar sorprendido por la épica de ese momento silencioso, de la magia creada en una escena de un cuento, narrada hace dos mil años. Un mundo perdido en los dobleces de nuestra historia que aun así era algo palpable. La aventura, el honor, la tragedia y la victoria. La historia de hombres y dioses contada a través de versos muertos.

Recuerdo también preguntarle a mi profesor por qué no se hacían mas cosas así. Él se limitó a encogerse de hombros y comentarme que, en español, el formato no casaba bien. Algo sobre el verso, sobre su sonoridad. Por supuesto, nada me hace más feliz que ver a Carlos Pellín demostrar que eso es una absoluta falsedad.

Recuerda el fuego primero nos lleva por siete odiseas precedidas de siete poemas cortos pero intensos. Siete épicas que atraviesan las barreras del tiempo, el espacio, el estilo, la ambientación e incluso el género para darnos relatos epopéyicos en su significado más primigenio. Y eso es algo que me gustaría recalcar: Pellín es fiel al significado original de este tipo de obras, a la esencia de su alma misma. Lo grandilocuente entrechocando con lo humano y mundano, la catarsis, sacrificio, muerte y vida, principio y fin. La escala en la que lo pequeño es grande y lo grande es colosal.

Estamos hablando de siglos de diferencia, pero la sensación cuando lees cualquiera de los siete cantares recopilados es la mímesis del enfrentamiento a La Iliada o La Eneida. Hay un conocimiento detrás del planteamiento de estas historias que va más allá de lo meramente formal y estético, y que se hunde un poco más en el entendimiento de qué eran estas obras en sus tiempos, cuál era su propósito y su impacto, cosa que aquí se respeta y reverencia.

Y con este amor y dedicación por el género clásico no pretendo que creáis que la obra de Pellín se siente como una antigualla, como un homenaje vacío y oxidado de otro tiempo.

Para nada.

Como todo buen escritor, es plenamente consciente de las limitaciones y asperezas de su género y decide modernizarlo sin que ello bastardice la idea. Desde el uso de métricas un poco más agiles que vuelvan la lectura más amena, lenguaje a tiempos más coloquial (tan solo en ocasiones, sí que he de decirlo), un abanico de géneros a los que interpolar el estilo del poema épico (de wésterns a space operas, pasando por piratas, distopías y vampiros) y demás argucias que Pellín se inventa para que cada poema se sienta fresco.

Y tengo que reconocer que me impresionó la capacidad de crear mundos, algunos realmente únicos y extraños, sin romper ritmo y métrica en ningún momento. Soltar construcción de mundos tiende a ser un reto de escritura para conseguir informar sin cortar por completo el ritmo e interés de la obra, así que hacerlo en verso ya me parece una labor titánica. También hay variedad en cuanto al tipo de verso utilizado en cada poema, algunas veces llegando a ponerse realmente alternativo a la hora de destrozar y reinventar el propio lenguaje.

Se lee con agilidad y siempre es de agradecer, aunque trata sus temas y personajes con la suficiente madurez como para no considerarlo una obra superflua. Quizás el uso del lenguaje coloquial saca del tono general en alguna ocasión, y la rima puede llegar a resultar un poco simple a tiempos, aunque nunca por ello ha dejado de parecerme un verso bello que crea imágenes poderosas, metáforas que se forman en carne palpitante y momentos electrizantes. La mezcla de cánones clásicos de honor y sacrificio crean contraste claro y buscado con temas mucho más modernos, como la independencia de la mujer y la mera concepción de personajes grises. Ambos elementos funcionan bien, aunque su conjunción es un Frankenstein que funciona en muchas pero no en todas las ocasiones.

Hay que pararse para entender lo que Pellín ha parido aquí. No es nada fácil enfrentar a este género y darle un lavado de cara en los tiempos que corren. El resultado podrá no ser perfecto, pero desde luego es enormemente disfrutable. Además, si el objetivo de la poesía en ultima instancia es crear musicalidad y belleza con el lenguaje, o el de recordar la información que merece ser recordada a través del refinamiento del lenguaje a algo más rítmico y potente, sin duda esta obra lo consigue.

Cacé este libro con ganas y me alegro de haberme encontrado siete mininovelas del fantástico en clave de poesía de tono trascendental. No reinventa la rueda en sus personajes o historias, pero aquí la forma brilla en cuadros sobrecogedores y elevan el conjunto, que se demuestra mas valioso que la suma de sus partes; una sacada de polla narrativa que sabe tratar la acción, la aventura y la construcción de mundos a través del verso más variado y no solo lo puramente introspectivo.

Un acercamiento muy vivo a un género muerto que nunca feneció del todo, por mucho que se lo intentara asesinar.