“Kirmen reconocía la composición: de fondo, la base sonora de la pieza, el mugido incesante del viento, un animal atmosférico que reclama la superficie terrestre; en segundo término, el suspiro mecánico de los ventiladores del hábitat, un runruneo familiar desafiante, el sonido de la vida haciendo frente a la muerte; más cerca se oían algunos pájaros, sus siluetas recortadas contra las membranas que se oscurecían allí donde los bots de limpieza y reparación trabajaban, de este y del otro lado, y el agua de las acequias circulando entre los arrozales, un sonido provocativo que arrullaba a los seres genéticamente modificados, fueran plantas o animales”.
La esperanza a través de la transformación. La salvación a través de lo vegetal. Lo humano trasladado a un soporte de sangre verde. Estos son los temas que permean las páginas de Clorofilia, novela corta de Cristina Jurado publicada en formato bolsilibro por la editorial Cerbero.
Podríamos englobar «Clorofilia» dentro del género de ciencia ficción, ya que la autora nos sitúa en un presumible futuro apocalíptico a través de dos escenas principales. En la primera acompañamos a un doctor a través de un mundo asolado por una tempestad de arena que lo está transformando todo y que degrada a los seres humanos a un estadío primitivo en el que las necesidades más básicas no están cubiertas. La segunda nos muestra a Kirmen, un joven de piel diferente a la humana, que parece ser objeto de experimentación para poder salvar a la raza, siempre desde un laboratorio especial protegido del perenne vendaval del exterior. Son dos estampas muy diferentes, que otorgan a la novela una extraña dualidad.
El primer capítulo me parece sublime. Cristina Jurado dibuja un fin del mundo árido y despiadado que no sabemos de dónde ha venido, ni falta que hace. Durante este primer tramo no pude evitar acordarme de La Carretera de Cormac McCarthy en cuanto a la dureza y sequedad de algunos pasajes. Lástima que se haga tan corto, ya que después la novela se convierte en otra cosa, una continuación que adopta un tono diferente. Todo el segmento protagonizado por Kirmen, el más extenso de la novela, resulta un tanto confuso al intentar introducir algunas metáforas que no acaban de cuajar. Las escenas que se desarrollan en el laboratorio adoptan una coherencia un tanto extraña, estando plagadas de buenas ideas y conceptos muy interesantes pero un tanto desaprovechados.
Por suerte, en el desenlace recuperamos la mejor prosa de la escritora, haciendo que terminemos el relato con un buen sabor de boca. Imprescindible se me antoja el pequeño relato extra que se ha incluido en la segunda edición de «Clorofilia», continuación directa del desenlace y que potencia todas las buenas las ideas plasmándolas en un épico enfrentamiento entre fuerzas elementales.
Pese a los comentados detalles confusos, hemos de quedarnos con ese concepto de transformación que apela también al miedo al otro, y que puede entroncar con algunos de los mejores hallazgos que Alan Moore plasmó en su genial La Cosa del Pantano. Sea como sea, «Clorofilia» tiene elementos que la convierten en una lectura recomendable para quien busque ciencia-ficción con toques weird.