“Ver, analizar, ver de nuevo y sobreanalizar El resplandor; el exhaustivo examen de esta obra magistral equivale a dejar detrás de mí un hilo de Ariadna que me permite encontrar sano y salvo el camino para salir del asfixiante laberinto del hotel Overlook, huir de la bestia encolerizada que nos persigue a mi madre y a mí desde 1942. Igual que el pequeño Danny, que para salir del laberinto vegetal desanda el camino siguiendo sus propias huellas, yo, guiado por las enseñanzas aterradoras de El resplandor, tendré que volver sobre un pasado espantoso para encontrar la salida hacia la luz y emerger solo del lodazal”.
Y es aquí donde el autor impregna a Mi vida en rojo Kubrick de un matiz literario destacable. La voz de Roy no es plana ni unitaria, sino que se sirve de diferentes estilos narrativos para cada capítulo, lo cual demuestra su validez como contador de historias. Casi siempre en tiempo presente, los capítulos avanzan conteniendo un aire periodístico que dota de mayor fuerza a la historia principal. En un momento determinado, leemos una serie de enumeraciones —no puedo desvelar su contenido— que son como martillazos, y que suelen concluir con un tremendo golpe final.
En realidad, Mi vida en rojo Kubrick es una guía de supervivencia, un código rojo que nos avisa de la presencia de la oscuridad siempre acechando desde cualquier rincón, desde cualquier momento. La clave no está en la película, sino en la vida.