Título: Como si existiese el perdón
Autor: Mariana Travacio
Editorial: Las afueras
Nº de páginas: 200
Género: Western
Precio: 15,95€
A los fantasmas hay que pelearlos de entrada, Tanito, porque si no se afianzan, ¿sabes?, y se acaban instalando y no se van más.
Los fantasmas, a veces, ya están afianzados en nuestro hogar, o en nuestra cabeza, que es lo mismo, a través de la cultura popular. Las películas y novelas del oeste han configurado un horizonte muy reconocible para cualquiera, un vislumbrar el calor y la sed y el ansia de venganza y el olor a pólvora y la arena del desierto y el sonido de las espuelas y el eco de los disparos. No son más que fantasmas, al fin y al cabo. En Como si existiese el perdón, la argentina Mariana Travacio exorciza esos fantasmas atacándolos con sus mismas armas para sepultarlos después bajo una losa de lírica y puro descorazonamiento.
Travacio entiende la belleza del western lejos de la grandiosidad de Sergio Leone y de la moralidad (o amoralidad, depende de cómo se vea) fordiana. La autora argentina ataca el género desde una mirada reductora, convirtiendo una trama sumamente canónica —el Tano y Manoel se ven impelidos a emprender una venganza personal contra la familia de los Loprete, asesinos de los padres de Manoel— en una odisea minimalista que se ampara en los detalles nimios que marcan la diferencia. Es una venganza interior lo que se nos lanza a los ojos, una película del oeste emocional que no por ello renuncia a las señas de identidad del género.
En realidad la venganza no es tal, sino una desesperada huida hacia adelante para salvaguardar el honor, para enterrar los pecados. Es una travesía hacia lo irremediable, un cabalgar hacia el infierno a trote lento. Los que se saben deshauciados apuran el descanso como nadie, y Travacio se detiene en tales pausas de manera magistral, mostrando el cielo tranquilo que representa Luisa y sus cuidados. Es la necesaria quietud de los condenados antes de enfrentarse al destino, la calma que precede a la ruidosa y cegadora tormenta. ¡Y qué tormenta!
La lluvia lo cubría todo, ya no se oía ni el repiqueteo del arroyo sobre las piedras. Apenas el agua, cayendo pareja, y esos tiros. […] Yo no terminaba de sacudirme la sorpresa, seguía tirado sobre el pasto, como buscando despertarme del letargo para comprobar que todo no pasaba de un mal sueño, pero el que me despertó fue el Tano. Me zamarreó con la convicción del apremio: ¿qué te pasa, Manoel?, despertate, y fue como si se me acabara el letargo en ese zamarreo. Miré a mi alrededor y entendí todo de golpe: nos estaban matando.
La prosa se adapta a los personajes, de modo que la autora escribe parco, bello y contundente. Es un tono seco el suyo, pero nada carente de poesía, todo lo contrario. Como si existiera el perdón abunda en belleza sucia, conteniendo en sus frases breves toda la sangre de Peckinpah, todo el crepúsculo de Eastwood, la contención salvaje de Cormac McCarthy. Frente a la verborrea y exceso que otros autores habrían espetado, Mariana Travacio elige sus palabras, cada una de ellas, y las elige bien. No más de lo necesario, solo lo imprescindible, y con ello basta y sobra para componer una historia que late de un modo especial, que se encoge y se agranda en los momentos perfectos. Una técnica depurada y limada hasta la extenuación, ejemplar.
El pequeño y coqueto volumen que presenta la editorial Las afueras es una oda al western pasado por el tamiz de la tragedia clásica, con el incontestable mérito de comprimir tanto en apenas ciento cuarenta páginas. La vida y la muerte y el retorno a la vida. Las raíces personales y comunales. Los duelos al anochecer, los cadáveres cuando amanece. Corre aquí literatura polvorienta y sobrecogedora.
José Luis Pascual
Administrador