La guerra de los mundos (Santiago García, Javier Olivares)

por José Luis Pascual

Título: La guerra de los mundos

Guion: Santiago García

Dibujo: Javier Olivares

Editorial: Astiberri

Nº de páginas: 56

Precio: 15 €

Todo sucede a cierta distancia. Las guerras se desarollan en televisión, mostrando lugares lejanos que se derruyen ante nuestros ojos inexpresivos. La gente pierde a su gente, muchos mueren en la pantalla, el drama ha de ser sobrecogedor. Pero todo es como una película, una proyección con visos de holograma que se deshace si pasamos la mano por su interior. Ya nada nos conmueve, no encontramos ese sosiego espiritual que nos permita empatizar con los demás, que nos lleve a preguntarnos cómo podemos ayudar. Alguien tiene que facilitarnos nuevas instrucciones o estaremos perdidos para siempre. 

Esa es la misión de La guerra de los mundos de Santiago García y Javier Olivares, la de ofrecer un asa de salvamento desde la cual observar a nuestros semejantes con unos ojos mucho más despiertos. ¿Cómo han obrado el milagro los creadores? Partiendo de una base tan clásica y pulp, que no desactualizada, como la novela de H.G. Wells, García y Olivares realizan un ejercicio de transmutación sorprendente. No solo consiguen homenajear la obra original con un cariño y respeto inauditos, sino que además logran algo que muchos intentan y pocos alcanzan: dar una continuación tanto en su trama como a nivel conceptual que va mucho más allá del mero pastiche. 

La reinterpretación se ejecuta a varios niveles. Por un lado, hay un cambio notorio en la premisa, un giro que se desvela en la segunda página —no pienso contarlo aquí— y que da una idea de las intenciones de los autores. Por otra parte, se nos escupe a la cara la tremenda vigencia del mensaje de la obra de Wells cargando las tintas en el mensaje social. La guerra de los mundos nos habla de los refugiados, del miedo al diferente, de los horrores de la guerra. Dando uno, dos, tres pasos más que Wells, aquí se despliega todo un abanico de secuelas que nos golpean por su seca crudeza y por su falta de compasión. Pocas veces se habrá tratado tan bien esta temática en la ficción. 

En apenas cuarenta páginas, el equipo creativo se las arregla para dejarnos sin aliento en las secuencias de acción, encogernos el corazón con el drama, contraernos la garganta con los fútiles intentos de comunicación entre los personajes —algo que tanto y tan bien explotó Stanislaw Lem— e inmiscuirnos en la trama abriéndonos los ojos a una realidad evidente. Cuando alguien esgrima ese absurdo comentario de «la ciencia ficción es un género menor», se puede agarrar este cómic y estampárselo en la cara hasta que se le queden grabadas las viñetas.

Como obra total, el aspecto visual va intrínsecamente unido al mensaje del guion. Olivares utiliza un estilo pulp muy marcado, tirando de trazos limpios y raudos que dan mucho protagonismo a la acción sin tregua. Además, la gama cromática cobra especial importancia. A menudo los fondos son sustituidos por un color que tiene un poso psicológico. Rojo, verde, blanco y gris se alternan en los cuatro capítulos del volumen para contribuir decisivamente en la narrativa. Y, créanme, funciona a las mil maravillas. 

Inmejorable sensación deja La guerra de los mundos, la sensación de que los clásicos pueden resucitar para convivir con el presente y enseñarnos muchas cosas sobre nosotros mismos. Posiblemente esta reseña quede muy corta para señalar la sorpresa que supone esta obra mayúscula. Sensacional.

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