¿Necesitamos vivir como vivimos? ¿Por qué enfrentamos todo aquel modo de vida distinto al nuestro? ¿De dónde provienen el odio, el prejuicio, el juicio? ¿Acaso estamos tan hipnotizados por los medios y por la opinión general que hemos perdido para siempre la capacidad de cambiar? Violaine Bérot desliza estas y otras preguntas relevantes en Como bestias, breve y original novela que aboga por la necesidad de abrir los ojos a un horizonte que nos negamos a reconocer.

Lo primero que llama la atención es la forma. Como bestias está narrada a base de capítulos breves, cada uno de los cuales corresponde al testimonio de un personaje. Siempre en primera persona, estos testimonios son respuestas a un entrevistador invisible del que no sabemos nada, ni quién es ni qué dice. La habilidad de la autora consigue que esto sea poco importante, ya que las palabras de cada personaje completan por sí solas el relato completo. Y ese relato corresponde al de una niña pequeña aparecida en una zona agreste y casi inaccesible, una gruta perdida en un risco aislado. Solo una mujer y su hijo disminuido psíquico viven cerca, por lo que se asume que la niña es robada o que, siendo de ellos, vive en condiciones deplorables.

El misterio se va construyendo con gran pericia por parte de la autora, que sabe dotar de voz propia a cada uno de los entrevistados. Poco a poco, se nos van soltando detalles que ayudan a completar la historia. La estructura mencionada le otorga a la novela un aire documental, cercano al true crime, aunque aquí nos movemos en registros mucho más naturalistas. Pero sí, casi puede imaginarse el rostro de las personas que arrojan su testimonio y el momento clave en que los giros aparecen. Entre capítulo y capítulo, se insertan una serie de versos, siempre con la misma voz, que vienen a componer una canción folclórica, casi una salmodia, que habla de las hadas y de su función en el valle, y que anticipan el verdadero corazón de la novela.

Ese corazón late en forma de reivindicación de la naturaleza y de la vida alejada de las grandes urbes. Como bestias habla de otra manera de hacer las cosas, basada en lo antiguo y lo salvaje, en la calma y el frío. Y lo hace soltando un hechizo de encantamiento sobre el lector, a la manera en que Pilar Pedraza nos embauca en algunas de sus obras en las que la mitología sirve para definir a la humanidad. Tal y como le sucede a un personaje de la novela, nosotros también nos quedamos embobados contemplando una historia que alberga mucho de magia y de folclore, pero también de denuncia.

Al final, se trata de confrontar las convenciones sociales, de reivindicar la objetividad y huir de la contaminación mediática y social, de dar palabra a lo inenarrable. No puedo decir mucho sobre el desenlace, pero el puñetazo que lanza Bérot me parece mucho más efectivo que las incontables demagogias políticas que intentan hacernos tragar día tras día, mes tras mes, año tras año. Cabe preguntarse, y esta novela lo hace magistralmente, quiénes son las auténticas bestias.