Carpintería muerta (Román Sanz Mouta)

por Lorena Escobar de la Cruz

Título: Carpintería muerta

Autor: Román Sanz Mouta

Editorial: Open City / Gradiente

Nº de páginas: 46

Género: Fábula

Precio: 7€

SINOPSIS

Qué no serías capaz de hacer, hasta dónde llegará tu voluntad cuando despiertes en medio del desierto, cuasi en otro mundo, con solo madera y unos pocos objetos además de la determinación de construir un barco que te permita surcar las infinitas dunas.
¿Y si fueres un infante?
Sin memoria. Con un objetivo, tiempo límite, el aprendizaje de fondo.
Compruébalo. Mídete con este texto simbólico lleno de surrealismo onírico que llenará tus oídos. Completa la obra con sus recovecos, con sus enigmas, los lados más desvalidos del ser humano, quien realiza lo imposible en las situaciones más inesperadas. Y te dará respuestas sobre ti mismo, sobre ti misma…

RESEÑA

«Estoy en el desierto solo, construyendo un barco, sin comida, con una única botella de agua, y, si no termino el barco antes que el agua, moriré».

Esta es una de las reseñas más especiales que salen de mi verbo y, sobre todo, de mi corazón. Y no solo porque a efectos personales admire al autor de esta obra como una pluma imprescindible y única dentro del panorama literario actual, sino porque la fábula (no es de recibo llamarla de otra forma) a la que le ha dado forma y sentido supone una de sus creaciones más íntimas, personales y simbólicas. Si se caracteriza la escritura de Román Sanz Mouta por un registro de inequívoca naturaleza, de particular mezcolanza, una narrativa preñada de figuras retóricas que la convierten en prosa excelsa y reconocible, nos encontramos desnudos de artificio en esta Carpintería Muerta, sometidos al misterio del desierto, enaltecidos por el viento de la destrucción y la vida, cauterizados en cicatrices con aliento a oasis invisible e invisible perdón.

Voy a reseñar un texto que describe lo que comprendemos como cuento. Un cuento que nace para ser narrado en voz alta. Un cuento que nace para amar. Porque Carpintería Muerta, más viva que el más vivo de los poetas, es, aparte de otras muchas cosas, un maravilloso cuento de amor.

«El amor.

Esto no es por amor.

Sería una idea estúpida, un sacrificio inútil.

Hubo alguien.

Una vez.

En otro lugar.

Terminó.

Todo termina».

No quiero derivar en interpretaciones erróneas la inexactitud de mis conclusiones. Existen muchas formas de amor, y Carpintería Muerta nos lo presenta en una estructura dividida en dieciocho actos y tres epílogos: el amor mutante y desmutado, ese que nos ancla a un pasado al que matamos de forma constante, a un presente que nos mata, a un futuro condecorado por ser el único superviviente de nuestra propia batalla.

Román lee, y al leer escribe el pensamiento, y lo hace con voz femenina, porque hablamos de ella (siempre es ella), ella y un objetivo que se retuerce, como los tentáculos de un pulpo defendiéndose, en mil objetivos distintos. Morir o no morir (o que realmente nos importe), olvidar y olvidarnos, renacer o revivir, cambiando la piel a tiras y siendo capaces de mirarnos de frente. La soledad, como trasfondo hiriente, porque el desierto que nos rodea es en realidad una cárcel, porque la ausencia de compañía supone escuchar nuestro propio sonido y, oírnos, la mayoría de las veces, duele. Lo mejor (o lo más mejor) que tiene Carpintería Muerta es que es un regalo, un obsequio que Román nos ofrece para que lo moldeemos a nuestra causa y consecuencia, para que saquemos las conclusiones que cada uno perciba, para que huela, porque de hecho puede olerse, el sudor de esa osamenta que trabaja para construir o quizá para reconstruirse. ¿Qué mejor escenario para soñar que un barco en el desierto? ¿Qué metáfora más certera para hablar sin hablar de lo que cada uno somos? La tenacidad, el férreo montaje de un andamio hacia ninguna parte concluyen con la aparición de otro personaje convertido en réplica de la propia conciencia: ¿qué haces? ¿para qué te esfuerzas?

¿DE QUÉ HUYES?

«Miro la obra natural, se ha terminado por sí mismo. Debo bautizarlo. Ponerle un nombre. Se lo ha ganado. No me queda voz. Sólo letra».

Llegados a este punto, debo hablar de percepciones. De emoción. Carpintería Muerta casi se puede masticar. Se mete entre tus labios como un bocado de sentimiento, del que nace en la tripa y se confunde con esas mariposas que siempre baten en dirección errónea. Se instala en una parte de tu cerebro y te mece, cantándote la nana de la derrota travestida de libertad, y es que la fábula tiene, a pesar de la nostalgia que desprende su tinta y atraviesa los pulmones, a pesar de la simbiosis con esa otra yo que nunca queremos conocer, a pesar del aroma a novela antigua, la que se narra al calor de la hoguera y pasa de boca en boca hasta convertirse en un clásico inmortal, una brisa tierna de tierna esperanza. De encarar el final del camino con voluntad férrea, casi animal. La protagonista sufre, sufre físicamente y psíquicamente por una asfixia que la ahoga, una ausencia, una falta, quizá ajena, quizá propia, pero no le impide seguir adelante, no le impide llegar a la botadura de aquello que ha fabricado con sus propias manos, ese destino confeccionado con sangre y madera, un destino propio, que no le pertenece a nadie más. Carpintería Muerta se convierte entonces en tu Pepito Grillo y te dice que sí, que por más que rasques bajo la epitelial sigue danzando un líquido rojo que te ofrece oxígeno y voz.

Continúa.

Un paso, y otro, y otro más.

Tu arena del reloj se consume, pero no se parará hasta que tú no lo decidas. Tienes el control. Tienes lo más imposible para el ser humano: la fe.

«La observa alejarse, a bordo de navío imaginario, resultado de esforzado trabajo. Corona dunas inmensas y, por un instante, vuela, antes de aterrizar».

Lo más fascinante de Carpintería Muerta es que una obra mínima, breve, tremendamente personal, da para interpretaciones que podrían llenar páginas y más páginas. Con un marcado carácter teatral (necesito y quiero ver este monólogo sobre unas tablas, interpretado en voz femenina, recorriéndome la espina dorsal el dulce escalofrío de lo eterno), la obra de Román Sanz Mouta permite al lector obedecer al instinto más primario y otorgarle la identidad que se desee en cada momento. Porque la fábula se adapta a ti y no tú a ella, y aquí está la gran maestría de un escritor que comprende la literatura por encima de las propias letras. No, Carpintería Muerta no es una novela corta que leer rápido y soltar para coger otra lectura. Es una moraleja que se disfraza de mentiras y verdades. Es una herida que todavía nadie ha desinfectado. Es dulce, es amarga, es un canto de la sirena a la que le arrebataron el mar.

Como escritora, mataría porque esta obra hubiera salido de mi cabeza y mi pluma.

Como lectora, Carpintería Muerta pasa a ese rincón donde las letras son resguardadas de la tormenta en un recodo seguro. Para volver a ella de vez en cuando y recordarme y recordar. Y aceptarme y aceptar. Y saber que, por historias como esta, la palabra escrita sigue viva, aunque el título de la novela hable de muerte.

Tan viva, que salta de las páginas y es capaz de susurrarte hasta que, bajo el gris rayo de la gris luna, te quedes dormida.

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Presentación de la novela en MonolitoTV:

3 comentarios

Daniel Aragonés mayo 16, 2023 - 9:37 am

Una obra absolutamente demoledora. Tan salvaje y abstracta que se salta las normas y las moldea a su modo. Todos la tenemos a ella dentro de nosotros, poseemos ese desierto carente de agua. Todos morimos una y mil veces en nuestro interior.

Una reseña brutal, para una fábula indispensable.

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Román mayo 16, 2023 - 9:38 am

Tremenda reseña. Gracias a Lorena, amada, gracias a Daniel Aragonés por la confianza, y a los compañeros y jefe ilustre del Monolito por soportar mis delirios y auspiciarlos, aún más.
Disfruto este pequeño éxito esperando que se expanda.
De nuevo, gracias.

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Vicente mayo 16, 2023 - 11:14 am

Qué bonita reseña. Bien por Lorena, bien por Román, bien por Daniel.

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