Confieso que no conocía a L.J. Salart. Gracias a Consuelo Abellán, impulsora de la iniciativa “Diseccionadores de novelas”, me animé a participar en la lectura de Un cálido escalofrío sin tener apenas referentes, desconociendo por tanto a qué me iba a enfrentar. Afortunadamente, es esta una de esas ocasiones en las que la sorpresa ha sido tremendamente positiva.
«Un cálido escalofrío» es un precioso experimento, un curioso contenedor de historias y reflexiones, casi un diario —o, como dice el autor, un dietario—. En este volumen encontramos una serie de relatos cortos de fantasmas, aderezados por fotografías, dibujos, pensamientos y citas literarias. Reconozco que no soy muy fan de este tipo de conjunciones, pero he de decir bien alto que en este caso el resultado es fascinante.
Aunque al principio el lector puede sentirse algo descolocado ante la sucesión de textos e imágenes, pronto se intuye un hilo conductor que abraza todo lo que leemos y vemos en «Un cálido escalofrío». No es fácil de describir, pero L.J. Salart despliega su obra con una absoluta naturalidad, logrando que todo discurra de un modo totalmente intuitivo. Es casi como si un fantasma nos guiara en la lectura. Una vez que empezamos a leer, se hace muy difícil parar antes de alcanzar el final. Esto se debe a que cada una de las páginas se nos susurra en voz baja, apelando a nuestros propios recuerdos y experiencias, o tal vez a otra cosa, a algo que tenemos aletargado en nuestro interior. El autor consigue despertarlo y emocionarnos con ello.
Encorsetar esta obra dentro de un género es tan imposible como absurdo. Tenemos cuentos de fantasmas que tocan el terror, sí, pero tratados de un modo especial. Es como si el autor quisiera que volviésemos a la inocencia de nuestros años de infancia, y a la fascinación que nos procuraban las historias de miedo que nos contaba algún adulto. Ese escalofrío de sorpresa, congoja y placer, es el que busca L.J. Salart. Y, al menos en mi caso, ha conseguido reproducirlo. Porque los relatos funcionan tanto a nivel de terror —un terror con un aire clásico, pero muy bien llevado— como a la hora de hacer pensar, cargando con un componente muy humano que ayuda a que empaticemos con lo que se nos cuenta, e incluso lleguemos a reconocer algunos de los momentos como algo propio. Para mi gusto, ese es el corazón de esta obra. Los complementos a modo de dibujos, fotografías o citas sirven de acompañamiento y de rendija entre los relatos, aportando un toque poético que está bien, pero con el que personalmente no conecto tanto.
Decía que no conocía a L.J. Salart, y en el momento de escribir estas líneas sigo sin conocerle. Pero después de leer su criatura, he empezado a conocerle un poco. Porque la sensación que tengo con «Un cálido escalofrío» es que el autor ha vaciado en sus páginas bastante de sí mismo, ya sea a través de la autenticidad de algunas de las historias, o de las propias reflexiones que riegan el volumen. Y creo que es un tipo amable, luminoso, positivo ante la vida pero consciente de la oscuridad que se cierne en las noches de tormenta. Pero, como dice uno de los personajes en uno de los relatos, no hay que tenerles miedo a los relámpagos, ni pánico, sobre todo cuando están tan lejos y tú a cubierto, como ahora.