The Square nació como exposición artística en el museo Vandalorum del sur de Suecia. En ella, el propio director Ruben Östlund junto a Kalle Boman idearon un concepto simple pero efectivo. El proyecto artístico consistía en un cuadrado de luz situado en el suelo, y toda persona que entrara en sus límites se comprometía a actuar fraternalmente con cualquier individuo que necesitara ayuda. Östlund dedició llevar la idea al cine, y así nació esta producción que se alzó con la prestigiosa Palma de Oro en el pasado festival de Cannes.
Por tanto, «The Square» nos introduce en la vida de un museo de arte moderno para que asistamos al proceso de creación de una nueva exposición mientras vemos como los responsables lidian con todo tipo de problemas. El director tenía mimbres para haber hecho una película perfecta, pero la decisión de montar un metraje excesivo a base de escenas un tanto inconexas hace que la sensación que nos deja al final sea la de un producto deslabazado. Creo que la intención de proponer una reflexión sobre ciertos temas está ahí (se nos habla de la diferencia entre clases, del cuestionable criterio alrededor del arte, de los límites de la libertad de expresión) pero alrededor de todo eso hay mucho minutaje vacío que se recrea en situaciones banales y que no parece ir a ninguna parte. En realidad, es posible que esa fuera la intención del director, la de intentar abrir los ojos al espectador a base de no mostrar nada significativo, o de hacer un paralelismo entre arte y vida como algo insustancial. Esto, sin embargo, se contradice con las dos mejores secuencias del filme, ambas cerca del final de la película y seguidas una de otra. En ellas sí que encontramos el humor surrealista y, sobre todo incómodo, que prometía la cinta (tanto que nos borra la sonrisa de la cara); y en ambas son evidentes el impacto y la segunda lectura implícita que busca la controversia. La lástima es que ambos segmentos, aunque grandiosos, me parecen insuficientes para aguantar por sí mismos el resto de película.
Para mi gusto hay cosas que sobran, como por ejemplo el personaje de la periodista o el sketch del hombre con síndrome de tourette, que realmente no aportan demasiado y que bien podían haberse quedado en la sala de montaje para aligerar el excesivo metraje y darle más cohesión al conjunto. Por lo demás, creo que Ostlund consigue bastante bien trasladar esa fría ambientación de museo y todo lo que rodea a un mundillo tan plagado de superficialidad, acertando con el tono sarcástico en algunos tramos (todo lo concerniente al dúo que crea la campaña publicitaria está bastante gracioso).
El reparto está encabezado por el actor danés Claes Bang, que interpreta al conservador del museo con solvencia y una fina ironía, y que posiblemente sea lo mejor del filme. Junto a él aparecen rostros como los de Elizabeth Moss (la protagonista de la serie The Handmaid’s Tale), Dominic West o Terry Notary, una especie de Jim Carrey embrutecido que protagoniza la escena más impagable de la película (hago notar que en su carrera tiene bastantes créditos como “coreógrafo de movimientos”, cosa que ayuda a comprender su papel en «The Square»).
Podemos decir que «The Square» tiene un par de momentos memorables para recordar, pero como no estamos ante un cortometraje sino ante un largo completo, el conjunto renquea. Del mismo modo que la escultura a que hace referencia el título, la película muestra algo de interés en sus esquinas pero se muestra sorprendentemente vacía en su interior. Una verdadera pena.