No sé bien cómo empezar a contar esta historia. Aunque no gozo del don de la palabra en ninguna de sus expresiones, y puede que lo más largo que haya escrito en mi vida sean los dictados de diez líneas que la señorita Morandé nos obligaba a hacer en la escuela, los últimos acontecimientos me demandan ese esfuerzo. Más aún si no regreso esta noche.
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