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¡Tragedia! ¡Sangre! ¡Chicas! ¡Balas! ¡Rosa!
¿Rosa? ¡Sí, rosa!
Seis son las letales féminas que forman el CCM o Club de las Chicas Malas, una selecta organización de jovencitas badass dispuestas a enfrentarse a la corrupción con la que el alcalde y sus secuaces dominan la ciudad. Seis mujeres con pasados trágicos que se han unido por un bien común: limpiar la ciudad de hombres podridos. Sweets, Wanda, Wendy, Pinky, Blackie y McQualude forman este peculiar grupo de rebeldes dispuestas a poner las cosas en su lugar.
A grandes rasgos, este es el argumento de El club de las chicas malas: Amanecer rosa, cómic de Ryan Heshka que apunta con muy mala leche a varios sectores desde una puesta en escena muy naif. Heshka, prestigioso ilustrador canadiense en cuya obra tiene un gran protagonismo la mujer, le da aquí el papel principal a un particular grupo de guerrilleras urbanas que componen todo un desafío al poder establecido.
Aunque el mensaje feminista del tomo puede parecer evidente, creo que la intención del autor va un poco más allá y se centra en tratar la historia desde una óptica que mezcla el pulp y el punk, a través de un ritmo vertiginoso en el que no dejan de pasar cosas y en el que lo descacharrante se hace norma. No son las protagonistas las típicas femme fatale que suponen la perdición de los hombres —en realidad sí, pero de otra manera— que podemos ver en obras del género negro como Sin City, sino que Heshka las convierte en una fuerza desatada que no duda en arrollar a todo lo que se le ponga por delante. Aquí las protagonistas son las malas, aunque redimidas al hacer frente a gente de una calaña mucho peor.
Aunque el mensaje feminista del tomo puede parecer evidente, creo que la intención del autor va un poco más allá y se centra en tratar la historia desde una óptica que mezcla el pulp y el punk, a través de un ritmo vertiginoso en el que no dejan de pasar cosas y en el que lo descacharrante se hace norma. No son las protagonistas las típicas femme fatale que suponen la perdición de los hombres —en realidad sí, pero de otra manera— que podemos ver en obras del género negro como Sin City, sino que Heshka las convierte en una fuerza desatada que no duda en arrollar a todo lo que se le ponga por delante. Aquí las protagonistas son las malas, aunque redimidas al hacer frente a gente de una calaña mucho peor.
Una de las grandes virtudes de El club de las chicas malas es que la obra puede abrazarse tanto tratándola de producto de pura diversión y exceso, como desde su mensaje subversivo que insta a pasar a la acción. En ambas vertientes Ryan Heshka muestra su brío y su dominio del ritmo, consistente en no aflojar el pedal en ningún momento. De fondo, y a veces de frente, el cómic atiza a estamentos como el religioso y el político, sin mostrar medias tintas a la hora de criticar las “democracias autoritarias” pero también la pasividad de la población, incapaz de sublevarse por sí misma.
El dibujo de Heshka es realmente lo que marca el tono desenfadado y febril del cómic, desde su trazo tan de pulp de los años 50, su diseño retro de personajes y su concepción cartoon del ritmo y la estructura, ofreciendo una disposición de viñetas en formato diagonal que no sirve más que para añadir desenfreno y vértigo a la lectura. Y luego está el color, claro. El blanco y negro se ve resquebrajado por la irrupción de un color rosa afilado, nervioso y agresivo, que se convierte en un elemento de gran protagonismo tanto en la acción como de manera conceptual.
El festival blanco, negro y rosa de El club de las chicas malas: Amanecer rosa es un caramelo de sabor ácido, de los que te raspa la lengua, dejando un regusto estridente, divertido y salvaje. En plena época del #metoo, Ryan Heshka sube la apuesta para presentarnos una espiral de violencia, justicia y hermandad de sangre a la que todos estamos invitados. Es decir, un auténtico y contundente #wetoo.