El nombre de Ralph Barby es una auténtica institución dentro de la literatura popular en nuestro país en los últimos 50 años. El pseudónimo corresponde no a uno sino a dos autores, Rafael Barberán y Angels Gimeno, matrimonio que ha facturado más de mil novelas a lo largo de su extensa carrera literaria. El monstruo de dos cabezas que es Ralph Barby ha generado innumerables obras tocando cualquier género de los que eran habituales en las novelas de bolsillo que se vendían en los quioscos de prensa. Ciencia ficción, western, policíaco, thriller, y por supuesto terror, han sido los grandes protagonistas de tantos y tantos títulos de la pareja autora. Grupo Tierra Trivium nos ofrece ahora un recopilatorio de 24 relatos de Barby, inconexos entre sí pero anclados al género de terror.
De lo que no cabe duda es que Ralph Barby muestra en Sala de disección su experiencia como creador de pesadillas de serie B, ya que el autor —me referiré a él en singular a partir de aquí— tira de un imaginativo repertorio en el que encontramos un poco de todo. El primer texto, titulado Poemas de muerte, es una enmaderada y maciza puerta de entrada hacia la colección de relatos que sigue. Es un velado homenaje a la literatura gótica clásica, y en él encontramos ecos de Poe, Wilde o Bécquer, contando con una serie de elementos tan icónicos como castillos, brujas, musas y calaveras, así como una prosa un tanto recargada. Me parece un adecuado prólogo para el volumen.
A partir de ahí, Barby da paso a una serie de relatos que comparten cierto espíritu de terror de esa serie B clásica, mezclando elementos modernos de nuestro día a día con otros que son tradiciones del género por méritos propios. Así, encontramos relatos como Las amigas de la pija o El botellón, en los que el autor utiliza objetos como vehículos todoterreno, ordenadores o teléfonos móviles, que finalmente dan paso en el desenlace a un cambio de atmósfera y son sustituidos por cuevas, cadenas o alcantarillas, en una subversión de la normalidad que funciona muy bien. En ese contraste entre modernidad y clasicismo encontramos el componente estilístico más destacable por parte del autor. Por lo demás, la estructura de los relatos suele basarse en una narrativa lineal que sigue los cánones del cuento de terror clásico, admitiendo casi siempre un final sorpresivo que, en mayor o menor medida, puede ser sospechado por el lector.
He de decir que en muchos textos me queda la sensación de poco aprovechamiento de sus mimbres. A menudo, parece que las escenas claves, o al menos más esperadas, se nos escamotean dejando un efecto un tanto extraño. Esto se hace patente en La maldición del payaso o en The Bad, relatos con una especie de leyenda urbana demasiado poco bosquejada.
Otro efecto que aparece en un par de ocasiones es el de un desenlace demasiado abrupto. Como ejemplo nombraré Fast-foot, texto que te deja con la miel en los labios.
Entiendo que este es el estilo del autor, pero reconozco que a mí solo me ha funcionado a ratos. Por suerte, hay relatos en los que esto no sucede, como por ejemplo Narco sala, Póquer de togas, Un despertar de mala leche o Una bella morte tutta una vita onora que me resultan mucho más compactos y más efectivos a la hora de dibujar un trasfondo de crítica social.
También el trío de relatos que cierra el volumen es de mi agrado, tanto los inquietantes Mistery Museum y En los ojos del cuervo como el relato que da título a la antología, Sala de disección. Con ellos la sensación final es más positiva.