DECADENCIA (Daniel Aragonés – Editorial Gradiente)

por José Luis Pascual

“Quiero eliminar la barrera que existe entre lector y escritor. Capítulos cortos. Fáciles de leer. Lo más parecido a sentir mi aliento, mi calor.

¿Estás bien? ¿Te incomoda que reviente la cuarta pared?
¿Te encuentras en el tren? ¿En un vagón de metro? ¿En la cama? ¿Sentado en ese sofá desgastado con tu gato sobre el regazo?
No importa, la consigna se disfraza de emoción delirante. Cada frase pertenece a un personaje real que desea interactuar contigo”.

Decadencia es una comedia. Llena de muerte, psicópatía, inmoralidad y cerveza. Pero una comedia, créanme. Daniel Aragonés nos sirve unos cuantos vasos de metarrealidad, o algo parecido, qué sé yo, para sumirnos en una sublime borrachera, de las que se recuerdan después. O de las que no se recuerdan, que suelen ser las mejores. Sea como sea, los tragos saben francamente bien.

Decadencia es la historia de una familia que bien podría ser la del propio autor, o la de cualquiera de nosotros. Una familia rota en varias esquirlas, que se ve obligada a reunirse de nuevo por la mala salud del patriarca. Este es uno de los catalizadores que hacen avanzar la trama. El otro es el propio oficio del protagonista: escritor. Y no un escritor cualquiera, sino uno que hace dinero redactando pequeñas biografías de gente desesperada, personas que pretenden dejar una estampa escrita de su existencia como legado, antes de acometer algún acto trágico con el que se les recuerde. Esas pequeñas historias salpican toda la novela, dotándola de una profundidad estructural muy destacable.

Decadencia se nutre de ambos polos, la tragicomedia familiar por un lado, y los particulares retratos personales por otro. La mezcla resulta estimulante por el contraste espiritual de los dos aspectos, aunque en realidad caminan mucho más cercanos de lo que podría parecer. La novela arremete contra el consumismo y el conformismo al que nos hemos terminado arrinconando, diciéndonos a la cara —literalmente— todo lo que hemos hecho mal para llegar a donde estamos. Y es curioso cómo, a través de un personaje principal que puede resultar muy alejado del lector, nos convertimos en protagonistas de la trama, llegando a sentirnos muy identificados con pensamientos e incluso con acciones. 
Decadencia tiene aspecto de novela macarra y rompedora, y lo es, pero al mismo tiempo es muchas otras cosas. Como ya me demostró en la tremenda Efialtes, Daniel Aragonés es un escritor que va mucho más allá de las apariencias, siendo capaz de generar constructos narrativos muy interesantes. Aquí la diferencia tonal con aquella es manifiesta, y no hay en Decadencia nada netamente surrealista u onírico —más allá de algunas situaciones derivadas del comportamiento del protagonista—, sino que se nos cuenta un relato muy anclado a la realidad, tanto que muchas de sus capas parecen involucrar al propio autor, o al menos dan la sensación de poder estar sacadas de vivencias propias. Un guiño en este sentido es la aparición en un pasaje de los propios responsables de la editorial Gradiente, la misma que ha publicado el libro.
Este tipo de recursos son los que le otorgan una gran verosimilitud a la novela, a lo que también ayuda la utilización de un narrador en primera persona. Pero además, Daniel le habla directamente al lector en muchas ocasiones, disparando pensamientos propios. Ojo, esto no quiere decir que sea el propio autor el que se come al personaje. En realidad, el protagonista tiene su propia voz y está muy trabajada. Con todo ello, la novela consigue causar un raro efecto en el que las fronteras se rompen para homogeneizarse en algo nuevo y sugerente, algo que recompensa a todo aquel que se involucre realmente en la lectura.

Decadencia deja un poso de desencanto y cierta tristeza, pero también una pequeña sensación de esperanza en el sinsentido de nuestros días. Como reza en la contraportada, la novela se inserta en un punto de equilibrio inestable y vertiginoso desde el que observar una sociedad enferma y vacía. No se me ocurre una definición mejor para Decadencia. El gran mérito de la novela y, por extensión, de Daniel Aragonés, es visualizar ese punto de equilibrio y saber mantenerse sobre él con una habilidad extraordinaria. Lean a este escritor, se harán ustedes un favor. 

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