799
Título: Juggernaut
Autor: Narciso Piñero
Editorial: maLuma
Nº Páginas: 202
Precio: 16 €
Toca confesión. Empecé a leer Juggernaut por un motivo concreto: en el club de lectura estábamos inmersos en el Noctuario de Thomas Ligotti, y la densidad temática y filosófica que destilan los relatos del autor norteamericano pueden llegar a agotar el cerebro (en el buen sentido, ojo). Así que decidí que, entre relato y relato, sería buena idea alternar con alguna obra ligera y de fácil lectura. Ahí es donde apareció, como surgida de un portal extradimensional, la novela del malagueño Narciso Piñero. publicada por la editorial maLuma (la misma que hace poco nos trajo Benceno en la piel de nuestro compañero Román Sanz Mouta). Tras leer las primeras páginas, supe que no volvería a Ligotti hasta finalizar Juggernaut.
Supongo que todos —incluso los personajes de la novela— tenemos placeres culpables, gustos de los que no podemos alardear sin que cualquier purista se lleve las manos a la cabeza. El pulp es el mejor ejemplo de ello, y Juggernaut es puro pulp. Lo que nos ofrece la novela de Narciso Piñero es puro divertimento, un pasatiempo con el que sentir el mismo placer culpable que experimentamos cuando vemos una descacharrante película de ínfimo presupuesto pero llena de momentos que nos hacen esbozar una sonrisa. La propia portada es una declaración de intenciones, con ese amenazante coche atravesando una luz portentosa y el impagable eslógan “Neil Sanderson os matará a todos”. Y la novela es honesta en todos los sentidos, ya que sus páginas guardan justamente eso, la historia de un coche que se mueve entre dimensiones para aniquilar a todo el que se ponga por delante.
Esa alternancia dimensional permite al autor crear licencias impagables, como llevarnos a un mundo paralelo donde Tim Burton rodó Superman Lives con Nicholas Cage como protagonista, y cuya interpretación le valió una estatuilla; donde Martin Scorsese rueda Barton Fink 2, o donde Willem Dafoe es un reconocido músico. Sí, hay mucha cultura pop en las páginas de esta novela, y también mucho rock and roll.
Aunque la trama está ambientada en una actualidad muy cercana, el espíritu ochentero salpica cada una de las páginas de la novela. Así, su estructura sigue los patrones que establecieron cientos de obras de género de aquella época, presentando una amenaza estrambótica y una pequeña galería de personajes que se ven entremezclados y condenados a hacer frente al peligro. Late en Juggernaut el amor por esas novelas algo toscas pero tremendamente entretenidas, así como la reivindicación de la serie B más loca y apabullante. Narciso Piñero rinde un merecido tributo a autores como Shaun Hutson, Richard Laymon y compañía, recordando que la literatura también debe servir para distraer al lector sin más pretensiones que la de abstraerle de su rutina diaria y hacerle pasar un buen rato.
También demuestra el autor, casi en cada página, que el cine es una de sus mayores fuentes de inspiración. Y no me refiero a un cine sesudo ni de “terror elevado”, sino a esas cintas de acción desenfrenada y horror popularizadas en los 70 y 80 que contaban con protagonistas carismáticos y villanos despiadados. Como en aquellas, también aquí hay violencia descarnada y sorprendentes giros metidos a capón. Como en aquellas, también aquí hay frases lapidarias y revelaciones inverosímiles. Más allá de eso, podemos comparar cada aparición del coche asesino en la novela con las del Tiburón de Benchley/Spielberg. En tales parámetros nos movemos.
Nadie hallará aquí un estilo literario innovador ni una estructura compleja y profunda. Narciso Piñero no pretende eso. Su intención es que no nos paremos a buscar motivaciones demasiado justificadas en el comportamiento de los personajes, ni una coherencia argumental pensada al milímetro. Lo único que nos pide Juggernaut es que nos dejemos llevar. Si lo hacemos, seremos absorbidos por lo delirante de su propuesta y lo divertido y violento de sus escenas. Y no podremos dejar de pasar las páginas. Por todo ello, esta obra pertenece a ese grupo de novelas que cumplen con su misión admirablemente bien. Ahí radica su mérito, y yo aplaudo su existencia.
José Luis Pascual
Administrador