La puerta del cielo (Ana Llurba – Aristas Martínez)

por José Luis Pascual

Título: La puerta del cielo

Autora: Ana Llurba

Editorial: Aristas Martínez

Género: Terror, Drama, Sectas

Nº de páginas: 144

Precio: 14,25€

Una mañana radiante en que los rayos dorados del sol atravesaban el cristal de la escotilla en toda su plenitud, de repente, se nubló de manera abrupta, mientras Estrella observaba a través de ella. Un par de lenguas se asomaron como cataratas de carne cayendo desde unas bocas abiertas. La visión duró unos segundos. Unos sobrantes de piel les colgaban de las orejas, cuatro extremidades flaquísimas y largas como columnas se sostenían sobre unas garras con pezuñas. Además, inducían en Estrella un estado de constante alerta, porque no paraban de trotar y gruñir todo el rato, como si estuvieran hambrientos, malhumorados. “Estos son los guardianes que trajeron los Mensajeros alados para que protejan la puerta de la Nave”, les dijo el Comandante, con el sudor dibujándole un triángulo en su mono gastado mientras bajaba por la escalera.

En lo más profundo de un pozo, Estrella conversa con su muñeca Catalina sobre las posibilidades de su destino, sobre terminar sus días en el fondo del pozo, rodeadas de mugre y bichos, sobre ser rescatadas por los Padres creadores y su luz, sobre su fe en la Fraternidad cósmica. 
Así comienza La puerta del Cielo, turbadora novela de la argentina Ana Llurba que cuestiona la propia naturaleza de la realidad a través de los ojos de un grupo de chicas jóvenes encerradas en un refugio (la Nave) para conformar una secta de extremas y profundas convicciones religiosas. La novela narra el día a día de ese grupo de “hermanas” que solo parecen conocer una realidad confinada, un microcosmos de penitencia, devoción y aburrimiento.

Con un oscuro sentido del humor, Ana Llurba escarba en el sentimiento de extrañeza, llevando al lector hasta agujeros profundos del alma humana con una naturalidad pasmosa. En esencia, La puerta del cielo nos quiere introducir en el particular estado de conciencia al que son sometidos todos aquellos que son abducidos por una secta. Así, no resulta difícil empatizar con la angustia y la claustrofobia de un encierro absoluto que obedece a normas que escapan del más básico sentido común. Pero también se nos hace comulgar con el tedio y la apatía de las horas muertas en las que hay poco que hacer.

La imaginería religiosa que se despliega en las páginas, obviamente plagada de dobles sentidos, adquiere un peso fundamental a la hora de que el lector asista con cierto asombro a los sucesos que van acaeciendo a los personajes. Es eso lo que nos ata y nos impide escapar al exterior, cubriéndonos poco a poco con esa capa de extrañamiento que va permeando en nosotros. Es, en efecto, la misma táctica que emplean gurús e iluminados para atraer a sus incautos acólitos. Por suerte, en la ficción narrativa somos libres de abrir los ojos en cualquier momento y romper el hechizo dejando de leer, pero la magia de la prosa de Ana Llurba es hacer parecer que tal cosa no es posible, convirtiéndose de tal modo en una líder a la que seguir fervientemente.

La autora consigue con pasmosa facilidad describir algo que no es sencillo, y es el sentido de realidad distorsionada que los personajes de su novela perciben, y a la vez hacernos ver cómo ese microuniverso es perfectamente cotidiano y entendible para ellos. A través de una serie de claves, seremos capaces de distinguir lo real de lo ilusorio, y catalogar lugares, personajes y situaciones bajo nuestra concepción de la realidad.
La ambigüedad con que se nos retrata a Estrella, que es el personaje con el que pasamos más tiempo, resulta enternecedor por un lado y perturbador por otro, especialmente al generar imágenes tan potentes como la de sus predicaciones delante de una legión de cucarachas o sus conversaciones con una muñeca que no sabemos si es real, si es imaginaria, o si es otra cosa (¿un bebé muerto?). La sugerencia es grande y omnipresente, y será el lector quien tenga la última palabra, aunque esta no sea escuchada.

El postapocalipsis con el que se nos quiere hacer comulgar es parecido al de la portentosa novela gráfica Black River de Josh Simmons, aunque aquí el mundo abierto del cómic se convierte en una reducida fortaleza de vicio, sumisión y locura que va reduciendo su espacio progresivamente, hasta cortar la respiración. 
Los capítulos cortos ayudan a la digestión de una obra que pasa ante nuestros ojos fugaz pero poderosa, dejando una impronta imperecedera gracias a la perversa poesía de sus escenas y a lo brutal que resulta todo si somos capaces de quitarnos el velo que enturbia nuestra visión. 

Y luego está el desenlace, intencionadamente ambiguo y al mismo tiempo esclarecedor, que impacta en su parte trágica y asombra en su epílogo, recordándonos que en realidad nada es un juego ni estamos aquí para divertirnos.

La puerta del cielo es una portentosa novela breve que predica un nuevo orden poderoso y lamentable, que en las manos de una autora especial y arriesgada supone un evangelio estimulante y sorprendente que, por qué no, podría verse continuado para nuestro disfrute. Y si no es así, al menos nos queda este sensacional legado que hemos de venerar como corresponde.

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