Existe una corriente narrativa, muy atractiva a mi parecer, que discurre por un camino plagado de mecanismos fantásticos pero que logra sortearlos para avanzar tocándolos solo de refilón. Dicho de otro modo, es una manera de narrar género fantástico centrándose en lo cotidiano. No es que se trate de una moda nueva ni mucho menos, pues muchos autores han explorado esa vía desde hace muchas décadas. Sin embargo, ciertos enfoques actuales le otorgan un aire de novedad muy refrescante. Por mencionar un ejemplo entre miles, cuando Cortázar se empeña en ponernos nerviosos contando algo tan banal como las dificultades de un hombre para ponerse un jersey, nos sumergimos en esa óptica tan especial. 

No es que Cristina Monteoliva se parezca a Cortázar, ni falta que le hace. Ella opta en Cuando llegue el apocalipsis por una visión desenfadada del género, añadiendo toques de humor. Lo que convierte a su colección de cuentos en algo reseñable es esa misma capacidad de alejar el foco de lo insólito para centrarse en personajes inmersos en circunstancias vitales que para ellos tienen mayor prioridad. Porque poco importa una invasión alienígena en ciernes si te das cuenta de que te has dejado la vitrocerámica encendida. Esa es la potencia del libro. Cotidianidad batiendo a lo extraño.

Desde el potentísimo arranque, con un particular homenaje a Shirley Jackson que va desde lo humorístico a lo desgarrador, Cuando llegue el apocalipsis nos ofrece una serie de postales en las que no siempre existe el lado fantástico. El cuento Rebajas, sin ir más lejos, se centra en una mujer empeñada en avanzar en la cola y poder pagar varias prendas en una tienda del centro comercial mientras por megafonía anuncian que su hijo se ha extraviado y ha de acudir a recogerlo.  

En cambio, el grueso de cuentos sí que coquetea con figuras como el monstruo clásico (desde una original mirada a la creación de Frankenstein de Mary Shelley hasta una impagable escena entre tres vampiras que regentan una tienda y un señor de Murcia), ofreciendo diversas interpretaciones de distintos apocalipsis, incluido el zombi. Lo principal, empero, es cómo los personajes afrontan esos momentos tan decisivos y en qué los afecta. Cristina Monteoliva realiza tratamientos variados, aunque siempre impregnados de un tono desenfadado que admite toques de humor.

También se hace patente en muchos de los textos la impronta que la pandemia ha dejado en todos nosotros. Casi como un espectro etéreo, el recuerdo de aquellos días sobrevuela muchos de los cuentos del volumen para volver a trasladarnos la confusión y extrañeza de unos tiempos sin precedentes. 

Lo que más me ha gustado es ese tratamiento distante sobre el género, sobresaliente en el primer cuento (quizá mi favorito) y notable en la mayoría. El desparpajo de la autora y su continuo enfoque hacia lo cotidiano desde la sonrisa distingue estos relatos de tantos y tantos volúmenes que tratan los mismos temas. Teniendo esto en cuenta, hallamos en Cuando llegue el apocalipsis una aproximación fresca y disfrutable al fin del mundo, que quizá nunca será como nos lo habían contado.