El placer del pulp. Con La isla del centro del mundo, Francisco Santos Muñoz Rico prometía inducirnos ese satisfactorio trance en el que nos sumergen las historias pulp. Aventuras, piratas, espada y brujería… Todo ello pasado por un tamiz roberthowardiano muy estudiado para llevarnos a la ligereza y el disfrute de una historia que, sin embargo, oculta más de lo que aparenta.

A través de un personaje que admite muchas similitudes con el cimmerio por excelencia, Conan, o con el increíble Spear de esa maravilla llamada Primal, el autor nos llena de aromas fantásticos en una odisea que se desarrolla a caballo entre el mar y una isla misteriosa habitada por seres cuyas características escapan a la comprensión del protagonista. Con ello, obtenemos la recompensa prometida: un disfrute primario que transcurre a velocidad de vértigo ante nuestros ojos lectores.

No soy especialmente fan de los relatos que resumen largos periodos de tiempo en pocas líneas o párrafos. En La isla del centro del mundo tenemos mucho de eso, pero la magia de este relato reside en cómo se adapta esa narración a los tiempos modernos. El autor consigue que sintamos esos generosos lapsos de tiempo como escenas, y que el texto no se resienta en absoluto; más bien, se fortalece con esos extractos que en manos de otros autores serían novelas inacabables. El ritmo, con todo ello, fulgura.

Además de la impresión pulpera, Francisco Santos Muñoz Rico introduce retazos de filosofía antigua (o saberes arcanos, como prefieran) y cierta dosis de metafísica que añaden una nueva dimensión a una novelita especial. Me gusta especialmente el tratamiento de la difícil comunicación entre seres que no hablan el mismo lenguaje y que, en algunos casos, ni siquiera pertenecen a la misma especie. Algo que tanto y tan bien trabajó Stanislaw Lem, y que aquí tiene su relevancia.  

No me extenderé más que para adelantar que, además de la novela principal, el libro incluye un relato inédito de un autor sorpresa. Sí, tendrán que comprar el libro para averiguar su identidad. Howard, Hodgson, Stevenson, Verne, e incluso me atrevería a decir que Alan Moore, se asoman por las páginas de La isla del centro del mundo para reivindicar su sombra. Me imagino una adaptación al cómic dibujada por John Romita Jr.