Relato: Ruido blanco (Beth Lázaro)

Aquí se oye mucho ruido, aunque me estoy acostumbrando a ese sonido y ya casi no lo escucho. No quiero volver a ese parque y que me capture el hombre grande de los petirrojos, por eso creo que lo mejor será que me quede aquí, en casa, molestando. No sé, a veces pienso que mi mamá no quiere escucharme; yo intento hablarle cuando enciende el secador del pelo, cuando pasa la aspiradora, cuando abre el grifo para llenar la bañera… Sin embargo, creo que sí que me oye porque, siempre que le hablo, cierra o apaga esos objetos y presta atención a su alrededor; pero luego, en vez de buscarme, se pone a llorar desconsolada. No me gusta que llore, preferiría que me encontrara, pero, a su vez, no quiero que me atrapen las partículas y me escondo. Estoy en casa y, al mismo tiempo, no lo estoy. Aquí están todos los objetos que recuerdo que había en casa y puedo ir a cualquier habitación, pero lo veo todo muy borroso, como si mirase a través de un cristal del coche empañado por el vaho en un día de lluvia. Otra cosa que sucede en este lugar es que oigo ese ruido todo el rato, bajito pero constante, como de radio que no sintoniza bien, que me recuerda que no debería estar aquí. Las partículas no quieren que me quede y me hablaron muy claro cuando llegué: no hay cielo en el que pueda descansar, pero tampoco hay infierno con castigos. Como ocurre con todos los demás, solo puedo aspirar a regresar y que se repita mi historia para mantener el equilibrio. ¡Pues no pienso volver! Si vuelvo, ese hombre me engañará de nuevo, aprovechando que mi mamá está distraída, me llevará a una casa rara con olor a vómito y vinagre, y allí me pegará con saña hasta hacerme sangrar y sus petirrojos malvados me picotearán muchas veces. Qué miedo; no, no, no. Aquí estoy mejor. Además, no debo ser el único que se haya quedado, ¿no? Con esas reglas tan estrictas que tienen las partículas, seguro que hay muchos más como yo, que se quedan y se ocultan. Al fin y al cabo, existen muchos sitios donde uno puede esconderse: tras los espejos, detrás de las cortinas o entre los abrigos del armario. Es que estoy seguro de que hay más que se han quedado y escondido, al menos hasta que les pillan…

Uy, mi mamá se va a duchar, puedo intentar aparecer tras el vaho del espejo, a ver si me mira; y le puedo gritar algo cuando abra el grifo, a ver si me escucha. Cuando hago estos trucos me siento menos triste, más tenido en cuenta, menos solo. Así que, pienso que sí, lo mejor será que me quede aquí, en casa, molestando.