El abismo del olvido (Paco Roca, Rodrigo Terrasa)

por Lorena Escobar de la Cruz

Título: El abismo del olvido

Autores: Paco Roca, Rodrigo Terrasa

Editorial: Astiberri

Nº de páginas: 296

Género: Histórico, social, biografía

Precio: 25,00 €

SINOPSIS

El 14 de septiembre de 1940, 532 días después del final de la Guerra Civil española, José Celda fue fusilado por el régimen franquista junto a otros 11 hombres en la tapia trasera del cementerio de Paterna, en Valencia, y enterrado con ellos en una fosa común. Más de siete décadas después, y tras una larga travesía por el lado oscuro de un país acomplejado por su pasado, Pepica, la hija de José, una anciana ya octogenaria que tenía 8 años cuando mataron a su padre, logró por fin localizar y recuperar sus restos para restaurar su dignidad.

En la batalla personal de Pepica Celda contra el olvido fue decisivo el papel de Leoncio Badía, un joven republicano que había sido condenado tiempo atrás a trabajar como sepulturero en el cementerio de su pueblo. Jugándose el pellejo, Leoncio, un hombre obsesionado con el sentido de la vida y el orden del universo, había colaborado durante años y en secreto con las viudas de los represaliados de la guerra para identificar sus cadáveres, darles sepultura de la forma más digna posible, localizar sus fosas y ocultar mensajes entre sus restos, convencido de que algún día alguien podría sacarlos de allí.

RESEÑA

Me dijo: «vas a ver a tu padre por última vez, pero delante de él que no se te caiga ni una lágrima». Nada más entrar mi padre se cogió a la reja y me dijo: «Hija, con las ganas que tiene el padre de abrazarte y con las ganas se va a quedar…» A mí se me cogió una cosa en la garganta al tragarme las lágrimas que nunca más he podido volver a llorar.

La guerra es una barbarie. Una lacra inventada por los desvaríos de un dios loco. La guerra tiene consecuencias y ninguna causa, curva tiempo y espacio para mutilar sueños, años, flores que ya no nacerán porque sus raíces se pudrieron en tierra baldía. Y ya no quiero hablar de vencedores y vencidos, porque en la guerra todos pierden, porque las banderas manchadas de sangre no tienen una justificación que las limpie. Pero si existe alguien que jamás, bajo ningún concepto, debería comprender las miserias de una guerra… esos, sin duda alguna, son los niños.

Pepica Celda tenía ocho años cuando mataron a su padre. José Celda era un agricultor de Valencia, un padre de familia, un afiliado a la izquierda republicana al que el fin de la guerra dejó sin voz y sin defensa. Acusado de varios crímenes que nunca se pudieron demostrar y sometido a un juicio rápido sin pruebas ni motivos, pasó once meses en prisión esperando ser fusilado. Once inviernos que tiñeron su espeso cabello del color de una helada vespertina. Once meses para morir a tiros junto a otros compañeros, acusados también de cualquier tipo de delito que justificase sesgar una existencia. Once estaciones, y un destino compartido: la fosa común. La fosa de la degradación humana. La fosa que nos retrató como sociedad durante años.

La fosa del olvido.

Pepica Celda fue la última persona en España en recibir la subvención que otorgaba el gobierno para la exhumación de las víctimas de la guerra civil, esas que se acumulan bajo asfalto, tierra y vergüenzas ajenas en las cunetas de nuestro país. Esas que forman parte de la historia negra de una negra venganza. La Ley de la Memoria Histórica aprobada en 2007 y tumbada solo cuatro años más tarde permitió a algunas familias recuperar los restos de aquellos seres a los que amaron: hijos que perdieron a sus padres sin comprender por qué un tiro consigue marcar toda una existencia. La historia de Pepica es una más, una de tantas, que Paco Roca y Rodrigo Terrasa recogen en El abismo del olvido, junto a otro protagonista: Leoncio Baldía, un humanista republicano que soñaba con ser maestro y que computó su pena de muerte por el trabajo de sepulturero. Un enterrador al que le dijeron que, a cambio de no morir, se dedicaría a meter en fosas comunes, acumulados como animales, a los suyos.

Pero Leoncio era un buen hombre.

Comprendía que, solo recordando a los que fallecen, podemos mantenerlos vivos.

El olvido no es más que la falta de memoria.

De modo que se dedicó, pese al peligro que suponía por la represión franquista, por ser un hombre señalado, por la continua visita de unas madres, unas hermanas, unas hijas y unas viudas desesperadas por perder a sus hombres, a guardar trozos de ropa, mechones de cabello, botones, cualquier objeto que sirviera para consolar tan inconsolable dolor. Y así ayudó, de forma inconsciente, a que casi ochenta años después de esos fusilamientos masivos se pudieran reconocer los restos de hasta 144 víctimas sepultadas en el Cementerio Municipal de Paterna, uno de los cementerios de España con mayor número de fosas comunes.

De abismos del olvido.

Todo esto queda magistralmente ilustrado y detallado en el cómic de Roca y Terrasa. Supone un ejercicio lector duro, doloroso. Supone mirar de frente a lo silenciado durante tantos años y poner nombre y apellidos a los huesos que permanecen, mudos y abandonados, en el subsuelo de un país dividido por heridas incurables. Una lectura necesaria, valiente, que Rodrigo y Paco confabularon durante años hasta que se decidieron a crear un proyecto que supone desafiar los murmullos aterrados que aún bailan en nuestras esquinas. Contundente, delicado, respetuoso, con frases de las que te rasgan la garganta y una documentación minuciosa y certera, los autores abren la fosa común del cementerio, sí, pero también la de nuestra alma, y la del espíritu de todos aquellos que se fueron antes del tiempo que les tocaba, siempre por la intransigencia, siempre por la ecuación de una batalla que solo tiene por aliados la demencia y la sinrazón.

Cantaba Mecano allá por el año 1998,

Yo no sé, ni quiero
de las razones
que dan derecho a matar
pero deben serlo
porque el que muere
no vive más, no vive más.

Pepica Celda tardó más de setenta años en poder volver a llorar. Hay lágrimas que se acristalan en la faringe y la cercean, no provocan una herida mortal, pero tampoco te dejan disfrutar con la llegada de mil primaveras. El abismo del olvido abre esa puerta que nos empeñamos en tapiar con cemento de arrogancia, esa cicatriz cosida a golpe de golpes, es una historia real que nos muestra realidades que solo deberían provocarnos vergüenza.

El abismo del olvido nos invita a recordar y, en el recuerdo, dar dignidad a hombres y mujeres a los que les arrancaron de cuajo palabra, justicia y latido.

Un cómic que removerá los cimientos de tu propia existencia y te hará mirar a los tuyos para ofrecerles una promesa muda y un juramento de eternidad.

Para mirar a tus hijos a la cara y contarles la historia de este país que mató la cordura.

Pero no consiguió matar el recuerdo.

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